Aída Quintero Dip
Si bien Cuba propinó la primera gran derrota del imperialismo yanqui en América, el 19 de abril de 1961, Viet Nam, esa lejana tierra del sudeste asiático tan cercana en el corazón de los cubanos; también tuvo su abril de victoria contra los agresores norteamericanos, el 30 de ese mes en 1975.
Como en las arenas de Playa Girón, con su emblemático tanque y Fidel en la primera línea de combate; los vietnamitas inspirados en el legado de Ho Chi Minh, pusieron en acción el suyo, el T-54, señalado con el número 843, símbolo del triunfo cuando hace 37 años fue derribada la verja del paradójicamente llamado Palacio de la Independencia.
Viet Nam había concluido de esa forma una larga historia de dolor y resistencia tras más de un siglo de espera. Se erguía así una nación unida, laboriosa, cohesionada en torno al Partido bajo el ejemplo imperecedero del tío Ho. En la Mayor de las Antillas esa batalla bastó para confirmar ante el mundo la fortaleza de la joven Revolución, victoriosa apenas dos años antes.
Sin proponérselo, el hermano país se convertía en referencia de la capacidad y voluntad de un pueblo para resistir y vencer frente a cualquier agresor, sin importarle su arsenal en armas y agresividad, porque estaba sustentada en los ideales sagrados que defendía.
Una lección que le hacía honor al Héroe Nacional cubano José Martí, quien se había anticipado a su época al advertir: “Resistir vale tanto como acometer”.
La humanidad no debe olvidar ese ejemplo y sí rendir tributo de respeto a un pueblo al que la aviación de los Estados Unidos arrojó durante una década más de 14 millones de toneladas de bombas, cifra que multiplica por 10 las lanzadas en toda la Segunda Guerra Mundial; así como también millones de litros de productos químicos, entre estos el tétrico Agente Naranja, de secuelas imprevisibles que aún padece la sociedad de Viet Nam.
Todavía la memoria colectiva recuerda el 27 de enero de 1973, cuando el gobierno estadounidense puso fin a su participación directa en la guerra, con la firma de los Acuerdos de París, violados casi inmediatamente por los anhelos revanchistas de Washington y punto de partida para la contraofensiva del valiente pueblo, que concluyó con la estampida de Saigón.
Conmueve recordar a los más de 4 millones de muertos, y otras muchas víctimas, como consecuencia de más de una década de guerra, la misma que grandes medios de los Estados Unidos exaltaba primero, con los hechos “gloriosos” de sus soldados; pero después sus derrotas y muertes fueron provocando la decidida oposición de los propios norteamericanos, quienes lo consideraron un conflicto absurdo.
La ferocidad yanqui se estrelló ante la solidaridad internacional, especialmente de Cuba que por Viet Nam estuvo dispuesta a dar hasta su propia sangre; y, sobre todo, encontró su tumba en el espíritu de lucha y ancestral rebeldía de ese pueblo que el 20 de diciembre de 1966 fundó el Frente de Liberación Nacional en el sur, para darles un sentido más integral a su lucha y aspiraciones de independencia.
A 37 años de la victoria contra los agresores yanquis, la humanidad tiene el privilegio de contemplar a un Viet Nam con la heroicidad intacta, reconstruido y mil veces más hermoso, como lo vaticinó Ho Chi Minh. Y la humanidad tiene también ante su vista una importante lección para defender la vida.
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