Aída Quintero Dip
Siento el orgullo de haber
rendido honores, junto a mis
condiscípulos en mis tiempos de alumna de la Universidad de La Habana, a las cenizas del
destacado revolucionario cubano Julio Antonio Mella, cuando fueron trasladadas
hacia el monumento que se le erigió al líder estudiantil frente a la emblemática
institución académica de la capital cubana.
Desde esa época y mucho
antes, todo en Mella me conmovía, me impresionaba: Su autenticidad como guía estudiantil
y su inolvidable frase Muero por la Revolución que llevaba en sí misma toda la fe
y el ímpetu de su acción luchadora, su
febril actividad política y revolucionaria que lo convirtió en un dirigente de
talla internacional.
Fue aleccionador también para
mí su madurez mostrada, a pesar de la corta edad, para ser cofundador del Partido Comunista de Cuba junto a Fabio Grobart,
y de la Federación Estudiantil
Universitaria. La inauguración de la Universidad Popular José Martí igualmente tuvo a
Mella como protagonista, con el fin de impartir instrucción política y
académica a los trabajadores y de vincular la Universidad “con las
necesidades de los oprimidos”.
Aprendí de su proverbial
honestidad revolucionaria, que supo con
firmeza y dignidad enfrentar las incomprensiones y erróneas acusaciones, dentro
de las propias filas comunistas y, sobre todo, halló las vías más idóneas para
superar esos momentos difíciles en aras de los intereses mayores de la Revolución.
Para quienes nos iniciábamos
en la vida universitaria y especialmente en el Periodismo, él constituía un paradigma dada su impronta en el ejercicio de la profesión
como un agitador y periodista de afilada pluma, siempre al servicio de los más nobles ideales
de justicia y libertad.
Para la revista Alma Mater
escribió muchos de los artículos, que plasmaban su pensamiento independentista,
y acusaba a los Estados Unidos por los desmanes y atropellos en el
archipiélago.
En su trabajo "La única
salida", opina: "La hora es de lucha, de lucha ardorosa; quien no
tome las armas y se lance al combate pretextando pequeños desprecios, puede
calificarse de traidor o cobarde. Mañana se podrá discutir, hoy solo es honrado
luchar”.
Me cautivó su entrañable amistad
con Rubén Martínez Villena, a quien le impresionó el ímpetu revolucionario, las
ideas audaces y el poder persuasivo de Mella. En sus diálogos afloraban puntos
de vista neurálgicos de la situación imperante, discutidos con patrióticos bríos.
Y la convicción de que la
única forma de resolverlos de veras era mediante la conquista de nuestras
riquezas, independencia y soberanía, que en ese momento detentaban los
banqueros de Wall Street y los políticos de Washington.
Un capítulo importante de su
vida ocurre en 1928 cuando conoció a la fotógrafa y luchadora revolucionaria
italiana Tina Modotti,
con quien compartió numerosas actividades como las del periódico comunista “El
Machete” en el que escribía Julio Antonio Mella.
Entre ellos surgió la
atracción sexual y la pasión amorosa. Un amor sublime, ardiente, tremendo, en
tiempo de combate, que solo duró cuatro meses al ser él asesinado.
En una ocasión en que ambos
se separaron, Mella conmocionado por la distancia momentánea escribió a Tina
desde Veracruz:
Mía cara Tiníssima:
Puede ser que para ti fuera una imprudencia el telegrama, pues estás acostumbrada a llenarte de asombro por todo lo que hay entre nosotros. Como si fuera el crimen más grande el que cometemos al amarnos. Sin embargo, nada más justo, natural y necesario para nuestras vidas… Creo que voy a perder la razón. He pensado con demasiado dolor en estos días y hoy tengo todavía abiertas las heridas que me ha producido esta separación, la más dolorosa de mi vida.
Puede ser que para ti fuera una imprudencia el telegrama, pues estás acostumbrada a llenarte de asombro por todo lo que hay entre nosotros. Como si fuera el crimen más grande el que cometemos al amarnos. Sin embargo, nada más justo, natural y necesario para nuestras vidas… Creo que voy a perder la razón. He pensado con demasiado dolor en estos días y hoy tengo todavía abiertas las heridas que me ha producido esta separación, la más dolorosa de mi vida.
Una vida tan impetuosa,
que a pesar de sus solo 26 años
de existencia física -asesinado el 10 de enero de 1929 en México, por órdenes
de Gerardo Machado-, es sin dudas una de las prominentes figuras históricas de Cuba y de América Latina. Si hubiera vivido en estos tiempos, seguramente fuera
como los jóvenes de hoy, desinhibidos, profundos, alegres, comprometidos.
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