martes, 25 de junio de 2013

Si me faltara el carnaval…



Aída Quintero Dip
Ese título de una pieza musical al estilo samba no es un lamento, ni muestra de nostalgia ni añoranza; es la valía que le otorga a tan tradicional festividad el renombrado compositor santiaguero Enrique Bonne Castillo, en una de las obras popularizadas por la orquesta Aragón y que generaciones de santiagueros, en particular,  y cubanos han bailado a sus anchas.
“El carnaval constituye un hecho cultural de gran trascendencia para la sociedad cubana; no podemos circunscribir la palabra carnaval a Santiago de Cuba cuando sabemos que otros lugares del país como Guantánamo, Manzanillo, San Luis, Palma Soriano, Camagüey y La Habana también realizan estas fiestas, aunque  aquí tienen un sabor especial, un sentido de arraigo sui géneris”, señala Bonne, el rey del pilón y un fecundo creador de guarachas.
“Cuando joven yo lo disfrutaba a plenitud, porque después siempre asumía  una labor más compleja, la de participar en su organización y dirección,  además de experimentar cómo los bailadores se deleitaban con mi música”, señala quien fue miembro de la Comisión del Carnaval santiaguero por 29 años, aval suficiente para tener criterios muy sólidos al respecto.
“Indudablemente que toda su génesis parte de tres fechas: El 24 de julio, Día  de Santa Cristina; el 25, de Santiago Apóstol,  y el  26,  de Santa Ana; en principio fueron las motivaciones esenciales que tuvo el pueblo, por lo que esta manifestación popular se convirtió en el embrión de los actuales carnavales santiagueros”.
La música de Santiago de Cuba tiene en Enrique Bonne a uno de sus mejores pilares, no hay que buscar la huella de su lírica entre los grandes, en realidad él -a muchos, con esta- los hizo grandes.
Quién no ha disfrutado de sus piezas, algunas memorables: No quiero piedra en mi camino, Que me digan feo, Se tambalea, Dame la mano y caminemos, A cualquiera se le muere un tío, Pepe cabecita, en la voz inconfundible de Pacho Alonso;  o por la orquesta Aragón: Yo no me lo robé vigilante, o la orquesta Estrellas Cubanas: Niña hipócrita y El que haya pecado que tenga cuidado. Pero también  por Fernando Álvarez: Quiero a alguien como tú;  Rosita Fornés: Raro poder;  Elena Burke: Te lo dije, te lo dije; y por Ángel Bonne (su hijo): Usted volverá a pasar.
 “El carnaval de Santiago de Cuba que cristalizó como tal a principios del siglo XX, no solo ha marcado la disposición de la diversión, sino que ha sido el contexto propicio  para que la cultura como fenómeno social encuentre una base sólida para su desarrollo popular”, es la apreciación de este notorio compositor cubano con una vasta trayectoria musical dentro y fuera del ámbito nacional.
“Y es que el carnaval motiva los deseos de disfrutar, solo hay que escuchar una sabrosa conga, oír a lo lejos el inconfundible toque de la corneta china, al son de los tambores, para estremecerse y que los pies comiencen a moverse; es también la oportunidad  de liberar durante unos días el estrés de cualquier ciudadano”, apunta y agrega que el aporte africano y franco-haitiano abarca todas las expresiones de la fiesta y se hace advertir sensiblemente en la danza, la música, el vestuario y otros elementos de la plástica.
Integrante del Consejo Nacional de la UNEAC, de la que es  Miembro de Mérito, ha sido, en varias ocasiones, jurado de los concursos de música popular Adolfo Guzmán y Eduardo Saborit. Varias condecoraciones sintetizan su útil bregar: Distinción por la Cultura Nacional, las medallas Jesús Menéndez de la CTC, y Alejo Carpentier, las placas José María Heredia,  y el Sello de Trabajador Laureado del Sindicato de la Cultura.
Enrique Bonne Castillo, el típico campechano, amable y hospitalario que te recibe con una sonrisa a cualquier hora en la quietud de su hogar,  atesora unas 200 piezas musicales en su carpeta autoral, entre danzones, boleros, guarachas, sones, canciones, sambas, congas, cha-cha-chá, merengues y montunos.
Muchos recuerdan aquella proeza musical emprendida hace más de 50 años por él,  la integración de Los Tambores de Enrique Bonne, un piquete de conga con siete integrantes, para representar su obra  en varias orquestas y marcas de discos. Más adelante lo amplía, le incluye chekeré, dos cornetas chinas, y llegaron a contar con 50 miembros.  En 1997 realizó con los tambores una gira por Colombia, actuando junto a  la orquesta Los Van Van  y a Ismael Miranda, de Puerto Rico.
 Toda esa historia le sirvió para ser verdadero experto del carnaval como patrimonio de nuestra cultura: “Tienen para mí un valor esencial estas fiestas: ser una de las tradiciones más autóctonas, con el mérito de estar muy arraigadas en el pueblo.
“Nuestra tierra tiene fama de desarrollar los mejores carnavales de Cuba, con notoriedad más allá de sus fronteras,  pienso que sin las festividades de julio la geografía de este pedazo de Cuba estaría incompleta”, sintetiza esta gloria de la cultura nacional que el 15 de junio arribó a sus  87 años de vida, buen motivo para seguir reverenciando su vida y su obra.

viernes, 21 de junio de 2013

El Moncada y sus osados asaltantes

Aída Quintero Dip
Cada vez que estamos a las puertas de otro 26 de Julio y el aire de grandeza se enseñorea en mi tierra, recuerdo con más intensidad  el gesto altruista de los hombres y mujeres que vinieron ese día a Santiago de Cuba,  a impedir que el Apóstol de la independencia José Martí muriera en el año de su centenario.
Precisamente nuestro Héroe Nacional había sentenciado, anticipándose como siempre a hechos y acontecimientos de épocas futuras, que el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber.
Memoro entonces los pasos de Fidel, Abel, Raúl, Boris Luis, Tassende, Melba y Haydée, Renato Guitart, Gómez García, Montanés Oropesa, y de tantos otros que del sacrificio y desinterés personal llegaron a la gloria -sin proponérselo- para salvar a la vilipendiada y sufrida nación.  
No hubo mejores intérpretes de ese pensamiento martiano que los afortunados y osados asaltantes al cuartel Moncada,  hijos e hijas iluminados, bajo la guía de Fidel, convencidos de que había llegado la hora de estallar la carga para matar bribones y acabar la obra de las revoluciones, como dejó entrever en encendidos versos el poeta y revolucionario Rubén Martínez Villena.
Otro destacado poeta y escritor cubano, Miguel Barnet, definió en una crónica este hecho con una frase muy pertinente: “Los asaltantes al cuartel Moncada fueron como cimarrones contemporáneos”.
Me gusta la imagen porque sintetiza la continuidad histórica del proceso revolucionario cubano y la razón de su raíz, como un fenómeno auténticamente nuestro.
Y hoy, a la luz de la experiencia, pienso que el 26 de julio de 1953,  simbolizó un acontecimiento cultural trascendente no únicamente para Cuba, sino además para América Latina y el Caribe.
En la literatura nuestra, autores como Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Roberto Fernández Retamar, Luis Suardíaz,  Nancy Morejón, Efraín Nadereau y Jesús Orta Ruiz  (el Indio Naborí), escribieron textos categóricos sobre los acontecimientos y los héroes de esa epopeya.
En la plástica, pintores como Fayad Jamís, Raúl Martínez, Adigio Benítez trazaron con sus pinceles obras memorables en torno a esa página de la historia patria. El cartel cubano cuenta con piezas antológicas del diseño universal relacionado con la efeméride.
Así en la danza, en la música y en las restantes manifestaciones artísticas, con el triunfo de la Revolución nos aproximamos a América Latina y el Caribe. Los nombres de Simón Bolívar, Augusto César Sandino, Toussaint Louverture, Marcus Garvey, Antón D. Kom, por solo
citar esos ejemplos, se convirtieron asimismo en símbolos nuestros.
Del fulgor del 26 de Julio nacieron las ideas independentistas de Jacques S. Alexis y Maurice Bishop.
Todas las épocas son difíciles y en esas propias dificultades se crece el hombre. El asalto al cuarte Moncada, a 60 años, fue, es y será, historia y cultura, "ningún enemigo podrá borrar esa luz más allá de la pólvora y el tiempo", como expresó en una ocasión otro poeta con una lírica de altura, santiaguero por demás, Cos Causse.
Es que la historia tiene dos rostros. Uno es el libro que después recoge las verdades y las leyendas de una hazaña del tamaño del Moncada, y el otro, el rostro real y humano que deja el hombre sobre la tierra. Aquella epopeya tuvo  como simiente la pólvora que hace posible la muerte, es cierto, pero  tuvo como sostén  también la voluntad del tiempo que hace posible la vida.




































miércoles, 19 de junio de 2013

Villa Clara se ciñó la corona

Aída Quintero Dip

Dicen que en Villa Clara no durmieron anoche, no hubo cabida para el sueño,  el pueblo quería vivir intensamente la emoción de ver a su equipo coronarse campeón  en la serie 52 de la pelota cubana, y de esa forma vestir de júbilo a gran parte de sus parciales en todo el Verde Caimán.

Los amantes de nuestro deporte nacional esparcidos por cada rincón de Cuba disfrutamos la victoria, sobre todo, porque los atletas brindaron un espectáculo digno de una final, con excelentes jugadas, batazos de leyenda, fildeos fuera de serie, soberbio pitcheo, todos los ingredientes de un desafío inolvidable.

La anhelada corona llegó en el quinto juego, tras haber ganado tres contra un Matanzas que también sabía crecerse en momentos difíciles, tal vez por eso el sabor del triunfo fue más jugoso todavía.

Este 18 de junio, la ciudad Naranja parecía “explotar” en un parque Augusto César Sandino eufórico, donde las personas lloraban, se abrazaban sin apenas conocerse,  gritaban, aplaudían, tocaban a sus ídolos como para comprobar que no estaban soñando, tras 18 años de espera.

También hubo pinceladas de humor para recordar, con carteles en el público que consideraban a Freddy Asiel Álvarez domador de cocodrilos, y otros que invitaban a comer en los restaurantes villaclareños buenos filetes de ese reptil, acompañados de jugos de naranja.

La entrega de la corona,  acariciada durante todo el campeonato por cada uno de los peloteros, fue un momento cumbre. Parecía que iba a salir por el techo del “Sandino”, estaba en lo más alto de manos de un héroe de altura, René González, quien la colocó en la de Moré, un feliz director, caracterizado por su ecuanimidad y respeto a sus discípulos, que supo inculcar la idea de la victoria pero con los pies siempre en la tierra, o sea, sobre el terreno de juego.

Fui feliz con el jonrón decisivo de Pestano, quien volvió a demostrar en el juego crucial que es el mejor catcher de Cuba; su vuelacerca con la casa llena  colmó de alegría a sus parciales, fue como un símbolo de su inmaculada carrera deportiva. A partir de ese instante la certeza de que no habría un sexto juego era evidente.

Actuaciones meritorias hubo al por mayor, en primer lugar la de Freddy Asiel Álvarez, soberbio siempre desde la lomita,  responsable de cinco victorias en la postemporada; pero también brillaron otros atletas como por ejemplo Ariel Borrero,  Yenier  Pérez, Edilse Silva, Dánel Castro, Jordan Manduley, Dayron Varona, Jonder Martínez. Los refuerzos desempeñaron un papel importantísimo, pues se insertaron al Villa Clara como si fuera su propio equipo.

Como Santiago de Cuba no estuvo en los play off este era mi elenco preferido, y como cubana agradezco el espectáculo que nos brindaron,  lo disfruté hasta el último out; sus protagonistas demostraron nuevamente que la pelota es pasión y orgullo, identidad plena.

martes, 18 de junio de 2013

“Lo embrujé cantando”


Hace hoy seis años que Cuba perdió físicamente a la combatiente revolucionaria Vilma Espín, esa cubana extraordinaria que fundó y creó en la Revolución como una virtud excepcional, que sigue viva en el recuerdo y en el corazón del pueblo y, especialmente, en su tierra natal Santiago de Cuba donde su impronta está a cada paso. Para homenajearla no hay más que ser fieles herederos de su legado y que las nuevas generaciones conozcan de su ejemplar vida y fecunda obra. Les regalo este testimonio que forma parte de una entrevista a la Heroína, de Nirma Acosta.

En el Segundo Frente, la neblina era espesa desde el atardecer hasta las nueve de la mañana del otro día; eso les facilitaba moverse. Hasta los árboles y los bichos del monte cooperaban. Cuando el jeep de los rebeldes se acercaba, los curujeyes enviaban mensajes en las alas de las mariposas; ellas les acompañaban hasta el final del camino en señal de buen augurio. El trino de los pájaros interpretaba una de esas canciones que solo se saben las avecillas de la Sierra. El sol tallaba los árboles. Déborah tenía 28 y aún no conocía el amor.
“A esa edad no había tenido novio; puede que los más jóvenes no me crean, pero fue así. Era muy seria. Mis compañeros me protegían mucho y con el tiempo me convertí en la chaperona de algunos de ellos. Los mismos que antes me cuidaban demasiado empezaron a sugerir que me apurara, no fuera a ser que quedara soltera, pero siempre pensé que eso no era cosa de apuro. Algunos decían que estaba esperando a un príncipe azul montado en un caballo blanco”.
Y llegó, con su traje verdeolivo y un puñado de sueños para compartir aquella guerra y todo lo que vino después.
“Raúl dice que lo embrujé cantando. Yo interpretaba viejas canciones cubanas que a él le gustaban mucho. Recuerdo que prefería aquella que dice: ‘dame un beso y olvida que me has besado; yo te ofrezco la vida si me la pides; que si llego a besarte como he soñado ha de ser imposible que tú me olvides…’ A él le encantaba esa canción.”
“Como yo nunca me había enamorado, no sabía qué era estar enamorada. Además me preocupaba que podía hacerle daño a Raúl, pues todos se daban cuenta de lo que él sentía, pero yo no estaba segura. Aunque era jaranero, conmigo siempre fue muy correcto, y serio. Mi mamá estuvo una vez con nosotros en el campamento y me preguntaba si no había alguien… Ella estaba loca porque yo me casara, para tener nietos pronto, pero no me decidía. Además, pensé: ¿bebés en medio de la lucha? ¡Qué va!”
La incertidumbre no duró mucho tiempo; era la etapa final de aquella cruzada. Déborah y Raúl seguían compartiendo las tensiones de la guerra. No tenía sentido esperar al triunfo. Todos se daban cuenta de la similitud de aquellas almas, de la necesidad de trabajar, conversar, cantar y hasta reír juntos. Todos menos ellos, hasta un día…
“Entró a mi cuarto, allá en la comandancia del Segundo Frente, y recuerdo que conversamos sobre un cargamento de armas y ropas que habíamos recibido. De pronto, recostó su cabeza a mi hombro… yo, extrañada, indagué:
- ¿Qué pasa?
- Nosotros estamos enamorados, dijo.
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- ¡Ah! Pero, ¿tú no lo sabes?
- Yo, no.
“Nos reímos; conversamos y desde entonces, comenzó el noviazgo. La Revolución triunfó el primero de enero de 1959 y el 26 de ese mismo mes y año nos casamos en el Rancho Club de Santiago de Cuba; a los dos días nos mandaron a buscar de La Habana.”
Pero ella siguió pensando en su querida ciudad, guardó para siempre aquellos recuerdos de su casa de San Gerónimo donde nadie se atrevía a faltar al almuerzo del domingo cuando los Espín Guillois reunían a la familia. Cualquier momento era bueno para conversar de todos los temas. Así crió a sus hijos y enseñó a sus nietos. “Raúl dice que son míos… y está bien, son míos, y de él, pero son míos.”
No dejó de ser tierna e intrépida. Ella misma comentaba sobre el placer que le producían el retorno a las viejas canciones cubanas cada vez que el trabajo le daba un resquicio, o los olores de la naturaleza, o disfrutar del verde de un jardín o un huerto escolar. Prometió dejar para otro momento anécdotas de aquellos tiempos en los que, a veces, jugarse la vida parecía una fiesta; pero aquella muchacha de cabellera lacia, dulce y enérgica como sus compañeros la recuerdan, se despidió esta tarde de lunes 18 de junio en La Habana. Le acompañaron su familia y el cariño de la gente común y corriente de su pueblo. Le seguirán siendo fieles las batallas cotidianas, los zunzunes de la montaña y el manto de florecillas rojas del Segundo Frente; allí, donde se jugó la vida y conoció el amor en plena lucha guerrillera, volverá a reunirse con sus camaradas de entonces. Hasta el último instante conservó para todos los que le conocieron el rostro feliz y sereno como el mejor trofeo de una vida que también le obsequió cuatro hijos y ocho nietos. Cuando miraba atrás, agradecía el privilegio que le concedió este tiempo: “A pesar de los que no están, de los momentos más difíciles y de todo lo que nos queda aún por emprender, me siento satisfecha”.

Un regalo de amor

Aída Quintero Dip

Por la festividad del Día de los Padres, este domingo 16 de junio, les regalo un mensaje de amor de un hombre, un héroe y un padre afortunado. Es el antiterrorista cubano Ramón Labañino  Salazar que lo envió desde la prisión de baja seguridad en Ashland, estado de Kentucky, y lo dedicó a todas las personas que ama, a propósito de la reciente celebración de sus cinco décadas de vida.
Él y sus cuatro hermanos de lucha, conocidos como Los Cinco, defendían a su pueblo de acciones terroristas organizadas por grupos delictivos que anidan en La Florida. Cuando los apresaron, les ofrecieron la libertad a cambio de que mintieran sobre la misión que estaban cumpliendo, pero no  aceptaron. Son hombres dignos que merecen una actitud igualmente digna hacia ellos. Casi 15 años de injusticia sin concretar el sueño de estar junto a sus hijos, a sus seres queridos, ¿cómo explicar tanto ensañamiento?
También quisiera compartir y multiplicar este hermoso texto para homenajear a Ramón, quien junto a  Gerardo, Fernando, Antonio y René, son fieles herederos de la estirpe que sembró en las jóvenes generaciones de nuestra Patria, el asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, liderado por otro cubano  de altruismo y decoro como Fidel Castro.

Hoy cumplo 50 años
Sí, es cierto, hoy cumplo 50 abriles y quiero dedicar estas palabras de amor a todas las personas que amo:
Si hago un recuento de estos «breves años de mi vida» puedo decir tantas cosas hermosas —es que siempre me aferro a lo bello, pecado de los soñadores…
En 50 años he tenido la fortuna de conocer a una mujer especial que me ama y le amo, que me acompaña con fidelidad fiera, con tierna dulzura. A ella hoy le debo mis gracias por hacerme lo que soy en muchas maneras y ella lo sabe.
En 50 años he tenido la fortuna de tener tres hermosas hijas, dulces, cariñosas, tiernas, que amo con locura tanto como ellas a mí. A ellas debo mi gratitud eterna por hacerme el padre que soy.
En 50 años he tenido la fortuna de conocer y luchar al lado de cuatro hermanos excepcionales. A ellos debo hoy las gracias por acompañarme en esta pelea férrea por Cuba, por la humanidad.
En 50 años nací y crecí en medio de una familia modesta y amorosa, y la vida me ha dado la dicha de conocer nuevas familias, grandes familias que nos acompañan en esta justa contienda. A ellos debo las gracias por hacerme el hijo que soy, el hermano que trato de ser, el ser humano que piensa con amor y actúa por amor.
En 50 años he conocido hermanas y hermanos del mundo entero que son como sangre de nuestra sangre, que corren a nuestro costado, que luchan codo a codo con nosotros. A ellos debo gratitud eterna por la compañía, por la solidaridad.
Y también en 50 años la vida me ha dado la fortuna de servir a mi patria, a mi pueblo, a esta Revolución que se hace desde el alma hasta el infinito. A ella debo todo lo que soy, el hijo, el padre, el esposo, el compañero, el amigo, el patriota… el hombre.
Por todo ello puedo decir hoy que en estos mis primeros 50 años he sido y soy un ser afortunado.
¡Gracias a la vida!
Así celebro hoy mi cumpleaños...
Ramón Labañino Salazar
Familia Labañino Palmeiro

martes, 4 de junio de 2013

Santiago siempre está en 26



Aída Quintero Dip

Ya he olvidado el tiempo en que estoy tan familiarizada con una frase acuñada por los santiagueros que es todo alegoría: Santiago siempre está  en 26.

Puede leerse en los sitios más emblemáticos de la ciudad, pero también en una unidad de comercio y gastronomía, en un hospital, una escuela o una cooperativa.

Más que una frase constituye un símbolo que refleja la energía e ímpetu en el pueblo para continuar mereciendo ese concepto, que cada uno de los que habitan esta tierra asume como propio.

Se dice con conocimiento de causa que Santiago de Cuba siempre está en 26, porque en esta tierra reina el aire de la epopeya del 26 de julio de 1953,  y su  gente vive al compás de la heroicidad de esa gesta de la que son sus herederos más cercanos.

Pero hoy, a  51 días del aniversario 60 del asalto al cuartel Moncada, en la legendaria urbe las armas de entonces se han trocado en implementos de labor para levantar obras, remozar  o reparar, como está ocurriendo con unas 30 instalaciones para beneficio de la salud entre hospitales, policlínicos, clínicas estomatológicas y consultorios médicos.

Cada día trato de reverenciar a Santiago con mi desempeño y mi amor incondicional, mucho más ahora que asemeja un hervidero constructivo, puede ser en el área monumental del 26 de Julio que abarca el Tribunal Provincial,  el parque-museo-biblioteca Abel Santamaría, la Ciudad Escolar 26 de Julio, o la avenida de Los Libertadores donde se remozan 24 bustos de los generales de la guerra de independencia.

Sus habitantes no esperan la efeméride con los brazos cruzados, están cual orfebres puliendo, creando, perfeccionando, con el orgullo de trabajar por engrandecer la obra colectiva y reverenciar la historia legada por los héroes que todavía nos acompañan, y los mártires que regaron con su sangre generosa el camino de la libertad.

Ahora recuerdo y comparto la buena razón que tuvo el escritor y patriota Pablo de la Torriente Brau para escribir una sentida frase: “Si ninguna ciudad en Cuba posee tan rica belleza que Santiago, ninguna tampoco puede aventajarla en interés histórico…”