Marta Gómez Ferrals
Se ha puesto en
boga en la red de redes e incluso en otros medios de comunicación, cierta
terapia de bienestar humano que aconseja a ultranza “vivir aquí y ahora”, pues
el pasado ya se fue y es inmodificable y el futuro todavía no ha llegado.
Una teoría muy
seductora en tanto haga énfasis en los
beneficios de no dejar para luego el afán de empezar a sentirnos felices desde
ahora, con lo que somos y tenemos.
También, cuando
realza lo saludable de ser positivos, flexibles, de mente abierta y capaces de detenernos a ver, admirar y
disfrutar todo lo bueno que nos rodea en forma de bellezas físicas y
espirituales del género humano y de la naturaleza, y en cuanto a sentimientos y
valores.
Algo casi siempre
invisible y no valorado en nuestra loca carrera, o en nuestros pasos seguros,
hacia el éxito o la realización personal.
Cierto es, todo ello tiene un
nexo fuerte con la praxis cotidiana del presente.
Tal concepto
filosófico no es tan actual como algunos creen. Es antiquísimo y tiene sus
raíces en idearios tan sabios como el budismo, por ejemplo, y en otros en
general, más ricos y profundos en enseñanzas, revelaciones y argumentos, que lo
apreciado en el enfoque reductor del tema dado por algunos gurús de hoy día.
Nada bueno es sacar
de contexto algunos conceptos y lanzarlos al aire de manera definitiva, radical
y algunas veces simplista. Esto podría traer confusiones y desorientación.
Porque en el pasado
al que se llama no tener en cuenta están también las raíces, los ancestros
venerables, la cultura y la historia. Y amar y recordar quiénes somos y de dónde
venimos es también indispensable para ser venturosos, además de componente
esencial de la condición humana, tal y como la conocemos.
Lo mismo ocurre
con el futuro, hacia el cual el Homo sapiens siempre se ha proyectado en forma
de metas, proyectos, luchas y sueños. ¿Acaso se podría vivir sin ellos?
Más atinado sería no
repetir tanta frase hecha y aconsejar maneras de llegar al equilibro, al
discernimiento necesarios para manejar los componentes espacio-temporales de
nuestra vida. Y en esto el asunto es más complejo que unilateral.
De todas formas, al
parecer nadie duda a estas alturas que en el ejercicio de la existencia el
presente es fundamental. Se canta en muchas melodías de moda y se dice en
alguna poesía. Lo cual no deja de tener sus hilos enlazantes con el hedonismo que promovido hoy
por agencias publicitarias, pero también y, por suerte, con algo mejor, la sana
alegría de vivir.
Sin embargo, un
estudio científico revelado hace poco tiempo sugiere que la nostalgia podría
ser beneficiosa a la salud.
Y concluye que tal
vez “la nostalgia, esa dulce añoranza por
eventos, lugares o personas del pasado, podría tener una función más
allá de la sentimentalidad.
El psicólogo
Constantine Sedikides encabezó la investigación que retadoramente sugiera que
ese sentimiento tal vez sea un recurso al cual el ser humano recurre para
avanzar con mayor seguridad y con menos miedos hacia metas definidas.
No tenemos
intenciones de describir las características de ese escrutinio, por lo demás divulgadas
ya por otros medios. Solo algunos datos, para ilustrar que hay diferentes
ópticas sobre cómo lograr un mayor bienestar.
Después de varias
encuestas con los participantes, los
investigadores constaron que solo aquellas personas asumidas como no
nostálgicos, experimentaban un aumento del sentimiento de falta de sentido en
la vida, cuando se les preguntaba sobre el tema de la propia muerte.
Aquellos que aceptaron
sentir a menudo sentimientos de añoranza,
no describieron sufrir con frecuencia pensamientos negativos sobre su
mortalidad y consideraban que la vida tenía un sentido. Tampoco los preocupaban
las angustias de la soledad.
Los científicos de
esta pequeña historia real no observaron junto a la aparición recurrente de la
nostalgia una tendencia a la depresión o señal de debilidad, la llamaron
entonces “recurso para dar significado", una parte vital de la salud
mental.
De este modo sería como un resorte de
emociones positivas en la memoria, que
cualquiera puede manipular de manera consciente y si lo prefiere recurrente. ”Y
esos profundos sentimientos sobre el pasado ayudan a afrontar mejor el futuro”,
afirmó uno de los científicos.