María
Elena Balán Sainz
¿Por qué no rescatar las mejores costumbres, los
hábitos correctos en la mesa, el respeto a las personas adultas y a los
de mayor jerarquía en el trabajo, en los centros educacionales, en la comunidad?
Constituyen, sin dudas, retos imprescindibles si
queremos demostrar la validez de principios éticos ante la crisis de valores.
Cuba forma parte de un mundo globalizado que no
está exento de un buen número de lastres, pero no por ello se debe
aceptar con resignación las indisciplinas, transgresiones del orden, la
descortesía, la vulgaridad. Al contrario, se requiere acondicionar pilares
estructurales de la sociedad como la educación, la cultura y la economía.
Antes era muy común escuchar al referirse a una
persona: “Es de buena familia” y no porque tuviera recursos ni confort, sino
porque daba gusto escucharla, departir con ella, tenerla como amiga, tal era el
enriquecimiento espiritual que transmitía.
La escuela tiene su rol, es cierto, pero resulta
imprescindible la otra contraparte, la del hogar, a las cuales deberá sumarse
el mensaje de los medios de comunicación, con sistematicidad y llamando a las
cosas por su nombre.
Cada día habrá que realizar acciones educativas
para ir salvando a la sociedad de ese marasmo y no pensemos que caerán en saco
roto, porque algún que otro oído receptor las irá asimilando.
Dirigirnos con los recursos disponibles,
bien sea cara a cara, mediante la presión social de la comunidad, o con
trabajos periodísticos a quienes mantienen actitudes individualistas, de
descortesía y poco respeto hacia los demás, y no interiorizan la trascendencia
de sus hechos.
Con las familias habrá que ejercer influencia para
que den mejores ejemplos a los descendientes y se abstengan de tomar posturas
ofensivas cuando algún vecino les prevenga o les pida por favor bajar la música
y no tirar a la calle los desperdicios de comida y basura.
El “sálvese quien pueda” instituido en algunos
segmentos de la sociedad en los últimos años debe dar paso a la cortesía, la
cordialidad, el respeto hacia los demás, bien sea al tomar un ómnibus o en la
cola para comprar papa, tan recurrente por estos días en la capital del país, y
donde generalmente se burlan turnos, sin respetar el derecho de quienes están
al lado.
Esos individuos transgresores de los buenos
hábitos se mezclan en el mar de personas que caminan por las calles, entre
aquellas cuidadosas de mantener el lugar en la fila para adquirir un artículo,
o echar la latica o la jaba en el contenedor de basura.
Pueden los buenos ejemplos lograr en alguna
medida, aunque sea mínima, ir suturando esas grietas e influir en el rescate de
las buenas costumbres.
No vale asumir posturas de resignación, todo lo
contrario, si queremos lograr una mejor convivencia debemos ante crisis de
valores, demostrar validez de principios éticos.
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