Aída Quintero Dip
La Campaña de Alfabetización está entre los acontecimientos vividos en Cuba que más huellas ha dejado en el pueblo por su misión enaltecedora y carácter popular, al involucrar una gran mayoría de personas, unos como brigadistas que enseñaron y otros iletrados que aprendieron a leer y escribir.
Han pasado 50 años pero esa epopeya se mantiene intacta en la memoria colectiva. Abundan las imágenes en archivos de la prensa escrita y la televisiva que todavía impresionan observando a hombres y mujeres intentando sus primeras letras con mucho esfuerzo, apoyados en la cartilla y el manual, bajo la luz de un farol.
Esos fueron los principales instrumentos de los brigadistas que apenas rebasaban los 16 años, los cuales se lanzaron con pasión a esa cruzada de amor por sembrar el saber y barrer siglos de ignorancia, cruzando ríos, escalando montañas, caminando los valles porque no hubo obstáculo para su noble faena.
Mi padre vivió intensamente la Campaña de Alfabetización porque era de las personas responsables en la zona donde residía y siempre me contaba pormenores de aquellos días, que también le impresionaron por la alta disposición de los muchachos y muchachas que abandonaban las comodidades de la casa en las ciudades para ir por los campos a enseñar y también a aprender.
Recuerdo que me contaba de cuatro muchachas de Sagua de Tánamo, en Holguín, a las que les tuvo mucho cariño como si fueran sus verdaderas hijas. Vinieron a alfabetizar a El Caney, en Santiago de Cuba, eran tres hermanas Isabel, Consuelo y Martha, y su prima Milda, las cuales mantuvieron el contacto, le escribían y hasta volvieron de visita después de la Campaña.
Al principio lloraban como niñas por la nostalgia y lejanía de la familia, lo que no impidió que cumplieron su deber, pues al final de la epopeya, cuando disfrutaron la fiesta de izar la bandera de territorio libre de analfabetismo, después de haber enseñado a más de 40 iletrados entre todas, no ocultaron el orgullo de ser protagonistas de esa obra.
Luego en la Plaza de la Revolución capitalina al festejar el triunfo del saber sobre la ignorancia, cuando pidieron: “Fidel, Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer”, las jóvenes de Sagua de Tánamo asumieron con alegría la orden del líder, de estudiar y estudiar para serles más útiles aún a la nación.
Todas se prepararon en diversas ramas, según testimonio de mi padre, sé que Martha se hizo profesora de Español y Literatura. Y Milda, se enamoró en El Caney, más tarde se casó y se convirtió en hija adoptiva de esta tierra, donde enseñó a vislumbrar los nuevos horizontes propiciados por la Revolución en el poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario