AÍDA QUINTERO DIP
Bastaría la hazaña protagonizada por Camilo Cienfuegos y sus compañeros de armas en el combate de Yaguajay, para que este hombre corajudo ocupe un lugar en la historia de Cuba, pero desde mucho antes él había tejido una página de gloria en la epopeya por la libertad como para perpetuar su propia leyenda.
Una de las batallas más complejas durante la insurrección nacional, que duró 10 largos días, lo elevó a la categoría de Héroe, si bien ya esa condición la había ganado tácitamente en otros tantos episodios en los que sobresalió gracias a su arrojo y brilló -como soldado primero y jefe después- por su puntería ante el enemigo.
En Yaguajay es considerado como un ídolo, allí se construyó un museo para enaltecer esta figura insigne y querida de la nación; allí la gente lo recuerda porque no obstante los avatares de la lucha, tuvo tiempo Camilo para ganarse el afecto y admiración de las personas humildes del pueblo; dejó una estela de cariño a su paso por esa tierra del centro del archipiélago, sobre todo, con los niños y niñas de las escuelas aledañas de entonces.
Es notoria su audacia, recogida en numerosos testimonios de quienes lo conocieron, que se hizo temeraria cuando lideró la columna invasora en el camino hacia la libertad, con el nombre de Antonio Maceo, a quien él veneraba desde los años infantiles pues las ansias de independencia del patriota, le conmovió su estirpe guerrera.
Una vez logrado el triunfo, otra de las hazañas que encumbró a Camilo fue su participación como jefe del Ejército ante la situación creada en Camagüey por la traición de Hubert Matos, en octubre de 1959. La misión confiada por Fidel es muestra del carácter, integridad y lealtad del legendario guerrillero, devenido Comandante del Ejército Rebelde.
Precisamente cuando Fidel lo ascendió a ese grado que muy pocos combatientes alcanzaron en los tiempos difíciles de la guerra, quien más tarde fue bautizado como el Señor de la Vanguardia expresó que primero dejaría de ser, que dejar de ser fiel a la confianza del Máximo Líder de la Revolución, una frase que lo inmortalizó ante el pueblo del cual surgió.
Del Héroe de Yaguajay -que bien podría llamársele el Héroe de Cuba ha expresado Fidel- hay mil anécdotas en correspondencia con su carácter jaranero y jovial, de cubano típico que supo ser verdadero amigo y hermano de sus compañeros, especialmente de aquel argentino, el Che Guevara, al que lo unió una amistad entrañable identificado por ideales más allá de cualquier geografía.
Una de las más conocidas está relacionada con Fidel, cuando Camilo se negó a integrar un equipo de pelota contrario al del Comandante en Jefe, alegando que contra Fidel, él no estaba ni en la pelota, reflejo de que abrazó las mismas convicciones de aquel otro revolucionario simpar con el cual había simpatizado desde los días de México, al enrolarse en la expedición del yate Granma, y después en las acciones rebeldes en la Sierra Maestra hasta el primero de enero de 1959.
Pasados 52 años de su desaparición física, no se ha borrado de la memoria del pueblo la imagen de Camilo, sobre todo, la que lo simboliza junto a Fidel en la caravana de la libertad que recorrió toda Cuba y entró triunfalmente a la capital, el 8 de enero, en una jornada memorable en que recibieron el cariño del pueblo eufórico también por la victoria.
Hombre atractivo, de cautivadora sonrisa, de dulce y penetrante mirada, alegre, no es difícil imaginarlo conquistando el amor de la enfermera salvadoreña Isabel Blandón, con quien contrajo matrimonio ni prodigando cariño a su madre Emilia o a su padre Ramón, en su corto pero fructífero paso por la vida.
Quiso ser escultor, pero tuvo que postergar sus sueños y ser mozo de limpieza, mensajero, pintor de brocha gorda, trabajar en una sastrería, emigrar a Estados Unidos en busca de mejor suerte, y hasta escribir artículos en un periódico para divulgar sus ideas. Quién duda hoy que de alguna manera hizo realidad sus anhelos: fue un arquitecto, un artista en la lucha guerrillera y en la edificación de una Patria nueva para su pueblo.
Camilo Cienfuegos será el revolucionario al que siempre tendremos que apelar ante situaciones adversas, cuando la Patria esté en peligro; nos servirán de estandarte las palabras de su último discurso, al citar los encendidos versos de Bonifacio Byrne: Si deshecha en menudos pedazos/ llega a ser mi bandera algún día/ nuestros muertos, alzando los brazos/ la sabrán defender todavía.
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