lunes, 28 de noviembre de 2011

De rojinegro y verde olivo se tiñó la alborada de una ciudad


Aída Quintero Dip
Cuentan los más viejos santiagueros una historia que es parte de su vida misma y de quienes nacieron después: hace 55 años, exactamente el viernes 30 de noviembre de 1956, a las siete de la mañana, Santiago de Cuba era una mezcla de rojinegro y verde olivo, era, como escribió una colega, un capullo abierto.
Un ejército de jóvenes en actitud consecuente con su compromiso y en complicidad con la rebelde y hospitalaria ciudad, ponía al descubierto el brazalete de los colores que recordaban la sangre derramada y el luto que el régimen de Batista había llevado a los hogares cubanos.
Así fue retratado el hecho por protagonistas: “Armas de todo los calibres vomitaban fuego y metralla. Alarma y sirenazos de los bomberos  del cuartel Moncada y de la Marina. Ruidos de aviones  volando a baja altura. Incendios en toda la ciudad. El ejército revolucionario dominando las calles y el ejército de Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles sucesos y emociones distintas…”
Puntos claves de la acción: la Estación de la Policía, de la Loma del Intendente,  con un intrépido joven al frente, Pepito Tey,  desde donde se hostigaba a los sicarios; otro grupo de 19 combatientes tomaba la Policía Marítima; por la céntrica calle Aguilera se asaltaba la armería de la ferretería Dolores; en osada demostración se iniciaban también acciones contra el cuartel Moncada…
Era el resultado de rigurosas jornadas de preparación en la finca El Cañón y otros sitios; de las acertadas orientaciones  del líder clandestino, Frank País García; de la obtención de armas,  prácticas de tiro y confección de uniformes.
Los objetivos de la acción bien compartimentados, tenían claridad meridiana: atraer la atención del enemigo sobre Santiago de Cuba para apoyar la llegada a costas cubanas de los expedicionarios del “Granma”, dirigidos por Fidel. En ese propósito participaban otros grupos del oriente del país tras la señal de un pueblo insurrecto.
Poco después, el propio Frank describía el hecho: “La población entera de Santiago, enardecida y aliada de los revolucionarios, cooperó unánimemente con nosotros. Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos; nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba el lugar, avisándonos de los movimientos del ejército. Era hermoso el espectáculo de un pueblo cooperando con toda valentía en los momentos más difíciles de la lucha”.
Aunque no coincidió con el desembarco del yate, el gesto de una urbe levantada estremeció al régimen. Y la muerte de tres jóvenes: Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada multiplicó el compromiso de lucha hasta la victoria definitiva tras la chispa encendida el 30 de noviembre de 1956, cuando una ciudad amaneció de brazalete rojinegro y de verde olivo.



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