En la barriada de Los Olmos en la Ciudad Héroe de la República de Cuba, en Santiago de Cuba, hay una madre con el corazón roto por causa del terrorismo, como ella hay muchas en mi país, pero a esta la conocí personalmente y no he olvidado nunca sus ojos llenos de lágrimas exclamando: “Mi vida tendrá paz cuando los culpables sean castigados, fundamentalmente el cabecilla Luis Posada Carriles”.
Tenían una carga de impotencia y dolor esas palabras acusadoras que me conmovieron en la voz de Dora Lidia Garzón Cruzata, quien llora aún la muerte de su hijo, José Fernández Garzón, víctima del abominable atentado a un avión de Cubana en pleno vuelo, en octubre de 1976, en las costas de Barbados, donde perecieron 73 personas, de las cuales 57 eran cubanos.
No he podido olvidar aquella imagen, cuando hablé con ella en ocasión del 35. aniversario del horrendo crimen. Tengo grabada en mi memoria la expresión tristísima de su rostro por la pérdida lacerante de un ser tan querido, apretando contra el pecho la foto del hijo, como aferrada a esa reliquia de denuncia ante el crimen y el terror.
Lo que más le lastimaba era que le troncharon la vida en flor, apenas 19 años; era un atleta de talento y de resultados, integrante del equipo nacional juvenil de esgrima en la especialidad de sable, que aquel infausto 6 de octubre regresaba a la Patria con la medalla de oro, ganada en una competencia realizada en Venezuela.
Han transcurrido 35 años, pero siempre recuerda a su muchacho con tanta ternura y madurez a la vez, muy dado a los afectos, dondequiera que estuvo dejó una estela de cariño que todavía permanece intacta en familiares, deportistas, amigos y vecinos.
Era versátil, serio, revolucionario, “llevaba el patriotismo en la sangre”, expresa Dora Lidia con orgullo.
Cuán embarazoso ha sido para ella sobrevivir estos años con tanto dolor en el corazón, y su herida vuelve a sangrar cada vez que piensa que Posada Carriles, actor principal del crimen de Barbados y símbolo de la política anticubana, que se sigue paseando libre por las calles de Miami porque el velo de la impunidad lo cubre una y otra vez.
Esta madre santiaguera no ha vuelto a ser la misma desde octubre de 1976, cuando le cambiaron la vida, le arrancaron parte de su corazón; pero “me quedan fuerzas todavía para exigir justicia por mi hijo José y por todas las víctimas del terrorismo”.
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