domingo, 26 de febrero de 2012

Lealtad y orgullo

AÍDA QUINTERO DIP
La historia de Cuba ofrece ejemplos elocuentes de lealtad a los principios como mejor herencia en la formación de las nuevas generaciones, y para la defensa de una nación donde abundan las personas que han bebido el legado de sus héroes y mártires y les será muy difícil traicionar la gloria que se ha vivido.
En tal sentido sobresalen acciones en el acontecer nacional como la del Cacique Hatuey, quien en la hoguera, donde lo pusieron los colonialistas españoles por su rebeldía, rechazó hacerse cristiano e ir al cielo, como le pidió el sacerdote, para no encontrarse allá con los esclavizadores de los suyos.
A Carlos Manuel de Céspedes, el cual dio el primer grito de independencia en La Demajagua, para darle libertad a sus esclavos,lo consideramos con justeza el Padre de la Patria, porque refutó dejar la lucha para salvar a su querido hijo Oscar, que había caído prisionero de las tropas enemigas, alegando que todos los cubanos eran sus hijos.
El digno camagüeyano Ignacio Agramante, al escuchar a un conspirador independentista quejosamente preguntar cómo íbamos a liberar a Cuba, siendo muy superior el poderío militar de los colonialistas españoles, sin vacilar, exclamó: “¡Con la vergüenza de los cubanos!”.
Esa misma vergüenza llevó a los valerosos bayameses a quemar su amada ciudad, el 12 de enero de 1869, antes de rendirla a los pies del enemigo.
Mariana Grajales, nacida en esta indómita tierra de Santiago de Cuba -para orgullo de sus pobladores-, mientras sus hijos Antonio y José daban un paso al frente para sumarse a la revolución, se dirigió al más pequeño de su prole y le indicó empinarse para que también respondiera al llamado del deber.
El guajiro matancero Secundino Alfonso, ordenanza del Brigadier Pedro Betancourt, al ver caer del caballo a su jefe, le cedió el machete y su propio caballo y lo protegió, hasta morir disparando contra el enemigo.
Otro ejemplo que vale la pena rememorar en la historia de Cuba es el de la madre de Calixto García Iñiguez, cuando supo con angustia que éste había caído prisionero en manos de los españoles, dijo: “¡Este no es mi hijo!”, pero al saber que se había dado un tiro, que no logró matarlo, expresó: ”¡Ese sí es mi hijo!”
José Martí, siendo apenas un adolescente, cargado de cadenas y grilletes, le escribió a su madre, rogándole que, en vez de llorar, pensara que entre las espinas, nacen las flores. De cara al Sol supo el Héroe caer en combate tras sembrar un jardín de ideas que hoy se esparcen y rinden frutos en su Patria.

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