miércoles, 1 de febrero de 2012

Madres corajes debieran llamarse las que engendraron a los Cinco

Aída Quintero Dip
Cada día 5 de cada mes la voz de la solidaridad internacional se alza más poderosa todavía para clamar por la libertad de los Cinco, y aunque la gran prensa de los Estados Unidos ha hecho mutis para ocultar al mundo la verdad sobre estos valerosos cubanos y su altruista misión de luchar contra el terrorismo, se va rompiendo poco a poco el muro del silencio.
La referencia a un asunto el que se ha ensañado la crueldad de los enemigos de la Revolución cubana, que tiene en vilo a millones de cubanos muy atentos en cuanto ocurra respecto a ellos, me hace pensar invariablemente en sus familiares, los más sufridos por la ausencia de sus seres queridos.
Pienso en esas madres suaves como un pétalo de rosas pero fieras como leonas en la lucha para que liberen definitivamente a sus hijos y regresen a casa. Madres pródiga de ternura y rectitud como Irma, Magali y Mirtha que desempeñaron un papel decisivo en la forja de estos hombres, devenidos héroes por la hidalguía que mantienen tras cruel encierro luego de un juicio amañado e ilegal realizado en Miami donde fueron injustamente condenados.
Y René ahora libre de las rejas de la cárcel donde estuvo, sigue preso en Miami con “libertad supervisada”, una injusticia sobre otra contra un hombre que igual que sus cuatro hermanos solo ha luchado por salvar a su pueblo, y a otros pueblos como el de los Estados Unidos, de la muerte y de acciones terroristas.
Mucho tienen los Cinco de las madres que los engendraron y educaron porque con su amor contribuyeron a forjar esa voluntad de acero que los distingue, esa capacidad de crecerse ante la adversidad y de nunca llorar ante el enemigo, aunque sí entre amigos como lo hizo recientemente René ante la maravilla de La Colmenita.
Su madre Irma Sehwerert, y Magali Llort madre de Fernando, en una ocasión en que tuve la suerte de abrazarlas, durante una conversación en uno de los recesos de las sesiones del 8. Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba, me confesaron aspectos de la nobleza y fortaleza de sus muchachos, y del amor que inculcaron en ellos por Cuba, la libertad y la justicia.
Sus hijos han devenido héroes pero de carne y hueso, los ven como personas con un nivel óptimo de discreción, muy serias y responsables para todo; pero, por otro lado, como cubanos rellollos, que gustan de las jaranas, el baile y la música, que no han perdido su capacidad de amar y de luchar.
Y la ignominia contra esos dignos cubanos no puede demorar tanto. Duele escuchar a Mirtha, quien dijo recientemente que teme, por lo avanzado de su edad, no tener tiempo para esperar el regreso de su hijo Antonio.
El pueblo, en pago a su sacrificio, no abandonará jamás la lucha hasta conquistar toda la justicia en el caso de los Cinco, y sus madres están en primera fila en ese combate, así lo han confesado y así lo han demostrado.
Si José Martí las hubiera conocido hubiera tenido que decir de ellas lo mismo que una vez expresó de Mariana Grajales: “Fáciles son los hombres con tales mujeres”.



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