jueves, 17 de mayo de 2012


Sentenciado el fascismo; veredicto por la vida
Aída Quintero Dip
Si el reportaje escrito al pie de la horca por el periodista y luchador  antifascista checoslovaco, Julios Fucik, pudiera hablar,  probablemente se ganaría una parte de la batalla por abrirle los ojos a la Humanidad ante el peligro que se cierne hoy mismo sobre el planeta.
Como un canto de resguardo a la vida, resuena todavía en los  oídos del mundo su sentencia: “Hombres os amed, estad alerta”.
Parecía que el fascismo, derrotado el 9 de mayo de 1945, era únicamente una  dolorosa página del pasado;  sin embargo, hechos casi insólito ocurridos en este mismísimo siglo XXI indican la urgencia de estar en permanente vigilia.
Imágenes de torturas infligidas por soldados estadounidenses a confinados en diversas cárceles del mundo, secuestro de personas, muertes provocadas por guerras injustas e ilegales,  horrorizan a millones de seres humanos, preocupados porque esa barbarie pueda resurgir como una bofetada ante el festejo de los 67 años de victoria sobre el fascismo.
Las víctimas de ese holocausto constituyen su más terrible huella y también la evocación de la tragedia que significó el cruel sistema, surgido en 1922 en Italia, con Benito Mussolini, y que tuvo en 1933 su máxima expresión y desarrollo en Alemania, con Adolfo Hitler, para extenderse después a España, Polonia, Bulgaria y otras naciones ocupadas e influenciadas por el imperio germano.
Cortándoles las alas a la vida fue de casa en casa el fascismo, caracterizado por la supresión de las libertades democráticas,  incluso las elementales;  el colapso  de las organizaciones obreras y progresistas; representa el desencadenamiento de la guerra de rapiña con el fin de esclavizar a los pueblos y conquistar el dominio mundial.
Historias espeluznantes asociadas a nombres como Bormann, Keitel, Goering,  Himmler, Muller, Rolff y una lista interminable de connotados nazis de la Alemania hitleriana, dejaron cicatrices aún abiertas en el corazón de los pueblos.
Un monumento al horror representan  los campos de concentración, como el de Auschwitz, en Cracovia, Polonia, uno de los más famosos, al cual se le considera la personificación de las atrocidades del siglo XX.
En ese sitio hubo un genocidio planificado y organizado, sus víctimas fueron calcinadas y las cenizas esparcidas por los campos colindantes. La historiografía recoge que la aberración y la infamia se dieron cita allí como en pocos lugares para convertirlo en un verdadero infierno, que se hizo aún más notorio por la instalación de la primera cámara de gas, el 15 de agosto de 1940.
Ante tales antecedentes es comprensible el reclamo unánime de impedir holocausto como aquel,  al cumplirse 67 años del triunfo del bien sobre el mal,  con el compromiso de evitar que una tragedia de tal magnitud se repita. Es la ofrenda que podemos colocar a los pies de los más de 54 millones de muertos y torturados.
Hoy la política de la administración de los Estados Unidos, con el respaldo de la Unión Europea, tiene gran coincidencia con los postulados del fascismo, en su práctica unipolar, hegemónica y de defensa al terrorismo, que paradójicamente dice combatir, razón suficiente para estar más alerta que en cualquier otra época.
La historia no olvida la alegría en las calles de los países europeos, el 9 de mayo de 1945,  cuando representantes de la entonces Unión Soviética y del ejército nazi firmaron el Acta de Capitulación de Alemania, tras la II Guerra Mundial.
Ahora se escuchan otros gritos para advertir el peligro del resurgimiento  de esa ideología, de corrientes neofascistas expresadas en el crecimiento de la xenofobia, con ataques de los nacionales a personas de otros países, sobre todo, latinos y árabes; desarrollo de manifestaciones y hasta  intentos de escalar  posiciones políticas en los partidos.
No es hora de brazos cruzados, aunque la humanidad confía en que prevalezca la cordura para  que reine la paz en el planeta, y ninguna nube empañe los esfuerzos por preservar cuanto la voluntad e inteligencia de los hombres y mujeres ha creado en la faz de la tierra.

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