Ciego de Ávila es también un equipo grande
Aída Quintero Dip
Aunque han pasado unos días, espero que el asunto que me motiva no haya envejecido. Siento que se ha hablado poco de la hazaña del equipo
de Ciego de Ávila, nuevo campeón de la pelota cubana. Y bien sus atletas y el
cuerpo de dirección merecen el elogio pues se crecieron como ningún otro elenco en los
play off.
No solo porque es la primera vez en la historia de la
provincia avileña que un elenco de béisbol alcanza la corona, tan anhelada por
su pueblo; ni siquiera porque se han mantenido en los primeros lugares en las
últimas series nacionales, muestra de solidez en el apego a las técnicas y
rigores del juego, y madurez de sus peloteros.
Este equipo ganó la disputada corona porque hizo
maravillas en el terreno durante el play off no por casualidad, sino como
continuación de lo que había exhibido en el campeonato.
Una de las mejores defensas de la 51 Serie Nacional,
una ofensiva en la que abundaron jonrones y extrabases, rozando o rompiendo
records, y un soberbio pitcheo que sintetizan los nombres de Vladimir García y
Yander Guevara.
Ahora recuerdo dos joyas defensivas en los últimos dos
juegos del play off, de las manos de Mayito Vega y Borroto; los jonrones que
nos hacían levantar de los asientos, de Rusney Castillo, uno de los más
sobresalientes en ese aspecto; y también los del veterano Issac Martínez y el
jovencito Raúl González, el coraje de Yonder Guevara, lanzando hasta el décimo
inning del último desafío de rompecorazones, como si hubiese acabo de iniciar
el juego, y el hit de oro de Barbán.
Y no me refiero a cuestiones técnicas porque no soy
experta en este campo, sino a las emociones y alegrías que me proporcionaron
estos aguerridos atletas, quienes sudaron por amor a la camiseta, lo dieron
todo por su equipo con disciplina y una sencillez y audacia dignas de
reconocimiento.
No hubo altanería en ninguno cuando casi con el
campeonato en el bolsillo, consideraban que nada estaba decidido hasta el out
27 porque estaban peleando frente a un equipo grande.
Nunca los escuché ufanarse de la gloria que tenían al
alcance de las manos, con tres juegos ganados y uno solo perdido en la final;
solo querían triunfar para darse ese gusto ellos mismos y ofrecerlo a sus
parciales avileños y a toda Cuba.
Y dieron lecciones a las nuevas generaciones de
peloteros. El día que perdieron el juego entre el noveno y el décimo innings,
cuando prácticamente lo tenían a su favor, debe haber sido amargo para ellos,
pero no se amilanaron, en el desafío siguiente salieron para más, y lo lograron
con creces.
Me inclino ante la modestia de esa gloria deportiva que
es Roger Machado. Con una sonrisa que nunca le vimos en momentos de tensión del
play off, el día de la victoria se declaró el hombre más feliz del mundo. No
era para menos, el manager del equipo de Ciego de Ávila acababa de ganar junto
a su aguerrido conjunto la primera corona que obtiene su provincia en el
clásico nacional. La merecen tras haberla acariciado casi en la campaña
anterior, tras haber sudado la camiseta en el terreno, dar muestra de coraje y
del mejor juego en el pitcheo, la ofensiva y la defensa.
Minutos antes de levantar la copa que fue besada con
emoción por cada uno de los peloteros, Machado dedicó el triunfo a los Cinco
Héroes. Hermoso gesto, a la altura de su victoria.
Cuba cuenta con un nuevo campeón en la pelota, otro
miembro en la selecta lista de los equipos grandes.
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