lunes, 18 de junio de 2012

Vilma cual Mariana


“Fáciles son los hombres con tales mujeres”

                                             José Martí
Aída Quintero Dip
Vilma Espín Guillois,  nacida  el 7 de abril de 1930,  en la ciudad de Santiago de Cuba, demostró con su vida y con su obra que es  fiel heredera de las tradiciones de lucha de nuestro pueblo y  de la estirpe de Mariana Grajales, por lo que  clasifica entre las cubanas  más prominentes de todos los tiempos.
Esta excepcional mujer ocupa por derecho propio un lugar destacado en la historia de la Patria, a la cual se consagró en cuerpo y alma  desde la etapa prerrevolucionaria  hasta el logro del triunfo, y en los años de Revolución en el poder.
En la biografía de esta heroína  de la clandestinidad y combatiente del Ejército Rebelde descuella la participación activa en movimientos de oposición a la tiranía, pues al fundarse la organización Acción Nacional Revolucionaria, que más tarde se convertiría  en parte integrante del Movimiento 26 de Julio,  trabajó muy vinculada a esta bajo la dirección de Frank País.
Cuando ya estaba muy  perseguida  -en 1957- y prefirió bautizarse como Débora,  tuvo que pasar a la clandestinidad; para entonces  era miembro de la Dirección Nacional del Movimiento. Poco antes de que Frank fuera asesinado,  la nombró  coordinadora provincial del Movimiento en Oriente.
En junio de 1958 se incorpora a la guerrilla; el II Frente Oriental Frank País, bajo el mando del entonces Comandante Raúl Castro,  fue el escenario donde dio riendas sueltas a sus afanes libertarios hasta el final de la guerra.
Vilma trabajó tesoneramente en el proceso de integración de las organizaciones revolucionarias femeninas  hasta fusionarse en una sola Federación de Mujeres Cubanas,  fundada por Fidel el 23 de agosto de 1960, y fue tan justo que desde entonces la aclamaran como su presidenta, que sus contemporáneas estuvieron orgullosas de haber recibido el nuevo milenio con ella todavía al frente, y esa misma tenacidad, y ese mismo afán de crear y multiplicar del principio.
Al triunfo de la Revolución cumplió, además,  otras tareas que pusieron a prueba su exquisita sensibilidad y voluntad sin límites, como por ejemplo, la responsabilidad de la creación y presidencia del Instituto de la Infancia, empeño en el cual también hizo gala de su dedicación y ternura.
Apenas en 1959, dirigió el  Comité Organizador Cubano que trabajó con vistas al Congreso de Mujeres Latinoamericanas,  que se celebraría en Chile;  y presidió la delegación de las más de 70 cubanas que asistieron.
Entre otras muchas condecoraciones como reconocimiento a su destacada  hoja de servicios a la Patria,  ostentaba la Medalla XX Aniversario y la Orden Ana Betancourt; en 1979, el Soviet Supremo de la URSS le otorgó el Premio Internacional Lenin, por sus aportes al fortalecimiento de la paz entre los pueblos.
Su voz se hizo sentir muchas veces en la arena internacional;  en numerosas tribunas reflejó los intereses y aspiraciones de las mujeres del III Mundo, abogando por la paz y solidaridad entre los pueblos, por lo que no extrañó que fuera elegida en 1964 vicepresidenta de la Federación Democrática Internacional de Mujeres.
Vilma Espín fue fundadora del Partido Comunista de Cuba  e integró la selecta lista del primer Comité Central en 1965, condición que mereció hasta su muerte. También fue miembro del Consejo de Estado desde su fundación, y en el 2. Congreso del PCC, en 1980, resultó elegida miembro suplente del Buró Político, mientras en el 3. Congreso la promovieron a miembro efectivo de esa instancia de dirección, responsabilidad que desempeñó  hasta 1991, como reconocimiento a su probada militancia, méritos y lealtad.
Vilma era el brazo derecho de Frank, el jefe nacional de Acción y Sabotaje del M-26-7, a quien le sirvió hasta de chofer para protegerlo en los momentos  en que era uno de los combatientes más perseguidos por la tiranía, durante los años difíciles de la lucha clandestina en Santiago de Cuba.
Heredó la rebeldía de su amada ciudad natal, la misma que la viera desafiar al régimen en la época de estudiante de Ingeniería Química Industrial,  en la Universidad de Oriente,  que ante el peligro la refugió en sus casas para que nadie pudiera dañarla; la misma que la sintió  por sus calles combatiendo y forjando sueños, la eligió diputada al Parlamento cubano y que le entregó siempre un cariño muy especial por considerarla una de sus hijas más queridas.
En ella se conjugaron de manera excepcional  el valor y la entereza de Mariana Grajales, la visión anticipadora de Ana Betancourt, así como también  la fidelidad  y sensibilidad de Celia Sánchez y Haydée Santamaría; en ella estuvo intacta  la rebeldía de la Sierra, que fue cimentándose poco a poco hasta formarla como un cuadro íntegro, de solidez ideológica a toda prueba, que supo forjar virtudes en las nuevas generaciones.
Vilma tuvo el honor de representar el estoicismo de la mujer cubana  en el levantamiento armado de Santiago de Cuba,  el 30 de noviembre de 1956, junto a Haydée, Gloria Cuadras y otras tantas santiagueras firmes y leales, que vistieron el verde olivo dispuestas a apoyar el desembarco del Granma para ser libres o mártires,  como había pronosticado Fidel.
Hasta su muerte,  la adornó una singular sonrisa,  que la distinguió entre los guerrilleros en los días de la Sierra Maestra, cuando ella y Celia eran las niñas lindas de la tropa y los rebeldes lo mismo les regalaban flores, las protegían como a una hermana para que nada pudiera pasarles, o las acompañaban a riesgosas misiones.
Sintió la satisfacción de haber forjado  -junto a Raúl- una hermosa familia, pródiga de amor, de cuatro hijos y ocho nietos;  seguramente quiso perpetuar en ella -de alguna manera- su vida y experiencia clandestina y guerrillera, pues dos de sus hijas llevan sus más conocidos nombres  de guerra: Déborah y Mariela.
Desde la victoria,  el primero de enero de 1959, le aguardaron tareas decisivas  en la edificación de la nueva sociedad y en la lucha para que la mujer ocupara el puesto merecido. Vivió años de avatares y desafíos disímiles,  pero siempre conservó esa dulzura, mezcla de madre, compañera, amiga, capaz de analizar con igual entereza los  problemas que entorpecen el pleno desarrollo de la sociedad, y  disfrutar de sus avances y éxitos.
Una de las obras que la perpetuará al paso de los siglos es la conducción de la transformación de la mujer cubana, convertida hoy en una poderosa fuerza, protagonista de misiones decisivas para el avance socio-económica y político de la nación;  ella fue  guía indiscutible de la lucha por lograr la verdadera igualdad de derechos y oportunidades.
Conservó hasta el final su fibra de combatiente  sin fronteras,  que en foros internacionales  encarnó el espíritu de lucha del pueblo cubano, amante de la paz, defensora sempiterna de la dignidad de mujeres y niñas  contra los flagelos que atacan hoy al mundo, especialmente en cuestiones relacionadas con el abuso y prostitución infantiles, el comercio de niñas y niños, y la violencia contra ellas y ellos.
Las presentes y futuras generaciones tendrán que venerarla, además,  por su fidelidad a la causa, y especialmente a Fidel, como intérprete ferviente y creativa de sus ideas; por los importantes servicios que prestó a la Patria y por anidar los valores  más auténticos de la cubanía.
Con una mirada optimista, pero inconforme aún por lo realizado en la organización femenina, en una de sus últimas visitas de trabajo a Santiago de Cuba había confesado: “Contamos con muchas reservas  para hacer maravillas en bien de la Patria y la humanidad,  se puede hacer más porque la mujer tiene alas para volar más alto”.
Siempre se sintió dichosa de ser contemporánea de tantas mujeres valiosas  que han puesto su talento y se han consagrado al servicio de la Revolución, por eso conducir los destinos de la FMC más que un trabajo, lo consideró un placer inigualable.
“Su lucha y  legado están en la esencia de los valores humanos”,  dijo en la velada solemne en honor a la heroína,  su entrañable amiga y compañera en los trajines clandestinos y luego del triunfo”, Asela de los Santos, quien sintetizó el vacío que dejaba Vilma, expresando: “¡Cuánto te vamos a extrañar!”
Su muerte -18 de junio de 2007- causó profundo dolor no solo en Cuba, sino también entre las organizaciones femeninas internacionales,  por la inspiración que ella significó en todos los sentidos. Una dirigente de la Federación Democrática Internacional de Mujeres la calificó con dos palabras: única y trascendente, y otras coincidieron en señalar que el mundo le debe mucho a la contribución de Vilma Espín, considerada una de las figuras de más prestigio y autoridad.
Si José Martí la hubiera conocido, seguramente  tuviera que decir de ella lo mismo que una vez expresó de Mariana Grajales: “Fáciles son los hombres con tales mujeres”.

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