“Fáciles son los hombres con tales mujeres”
José Martí
Aída Quintero Dip
Vilma Espín Guillois, nacida
el 7 de abril de 1930, en la
ciudad de Santiago de Cuba, demostró con su vida y con su obra que es fiel heredera de las tradiciones de lucha de
nuestro pueblo y de la estirpe de
Mariana Grajales, por lo que clasifica
entre las cubanas más prominentes de
todos los tiempos.
Esta excepcional mujer ocupa
por derecho propio un lugar destacado en la historia de la Patria, a la cual se
consagró en cuerpo y alma desde la etapa
prerrevolucionaria hasta el logro del
triunfo, y en los años de Revolución en el poder.
En la biografía de esta
heroína de la clandestinidad y
combatiente del Ejército Rebelde descuella la participación activa en
movimientos de oposición a la tiranía, pues al fundarse la organización Acción
Nacional Revolucionaria, que más tarde se convertiría en parte integrante del Movimiento 26 de Julio, trabajó muy vinculada a esta bajo la
dirección de Frank País.
Cuando ya estaba muy perseguida
-en 1957- y prefirió bautizarse como Débora, tuvo que pasar a la clandestinidad; para
entonces era miembro de la Dirección Nacional
del Movimiento. Poco antes de que Frank fuera asesinado, la nombró
coordinadora provincial del Movimiento en Oriente.
En junio de 1958 se
incorpora a la guerrilla; el II Frente Oriental Frank País, bajo el mando del
entonces Comandante Raúl Castro, fue el
escenario donde dio riendas sueltas a sus afanes libertarios hasta el final de
la guerra.
Vilma trabajó tesoneramente
en el proceso de integración de las organizaciones revolucionarias
femeninas hasta fusionarse en una sola
Federación de Mujeres Cubanas, fundada
por Fidel el 23 de agosto de 1960, y fue tan justo que desde entonces la
aclamaran como su presidenta, que sus contemporáneas estuvieron orgullosas de
haber recibido el nuevo milenio con ella todavía al frente, y esa misma
tenacidad, y ese mismo afán de crear y multiplicar del principio.
Al triunfo de la Revolución cumplió,
además, otras tareas que pusieron a
prueba su exquisita sensibilidad y voluntad sin límites, como por ejemplo, la
responsabilidad de la creación y presidencia del Instituto de la Infancia, empeño en el
cual también hizo gala de su dedicación y ternura.
Apenas en 1959, dirigió
el Comité Organizador Cubano que trabajó
con vistas al Congreso de Mujeres Latinoamericanas, que se celebraría en Chile; y presidió la delegación de las más de 70
cubanas que asistieron.
Entre otras muchas condecoraciones
como reconocimiento a su destacada hoja
de servicios a la Patria, ostentaba la Medalla XX Aniversario
y la Orden Ana
Betancourt; en 1979, el Soviet Supremo de la URSS le otorgó el Premio Internacional Lenin, por
sus aportes al fortalecimiento de la paz entre los pueblos.
Su voz se hizo sentir muchas
veces en la arena internacional; en
numerosas tribunas reflejó los intereses y aspiraciones de las mujeres del III
Mundo, abogando por la paz y solidaridad entre los pueblos, por lo que no extrañó
que fuera elegida en 1964 vicepresidenta de la Federación Democrática
Internacional de Mujeres.
Vilma Espín fue fundadora
del Partido Comunista de Cuba e integró
la selecta lista del primer Comité Central en 1965, condición que mereció hasta
su muerte. También fue miembro del Consejo de Estado desde su fundación, y en
el 2. Congreso del PCC, en 1980, resultó elegida miembro suplente del Buró
Político, mientras en el 3. Congreso la promovieron a miembro efectivo de esa
instancia de dirección, responsabilidad que desempeñó hasta 1991, como reconocimiento a su probada
militancia, méritos y lealtad.
Vilma era el brazo derecho
de Frank, el jefe nacional de Acción y Sabotaje del M-26-7, a quien le sirvió hasta de
chofer para protegerlo en los momentos
en que era uno de los combatientes más perseguidos por la tiranía,
durante los años difíciles de la lucha clandestina en Santiago de Cuba.
Heredó la rebeldía de su
amada ciudad natal, la misma que la viera desafiar al régimen en la época de
estudiante de Ingeniería Química Industrial,
en la Universidad
de Oriente, que ante el peligro la
refugió en sus casas para que nadie pudiera dañarla; la misma que la
sintió por sus calles combatiendo y
forjando sueños, la eligió diputada al Parlamento cubano y que le entregó
siempre un cariño muy especial por considerarla una de sus hijas más queridas.
En ella se conjugaron de
manera excepcional el valor y la
entereza de Mariana Grajales, la visión anticipadora de Ana Betancourt, así
como también la fidelidad y sensibilidad de Celia Sánchez y Haydée
Santamaría; en ella estuvo intacta la
rebeldía de la Sierra,
que fue cimentándose poco a poco hasta formarla como un cuadro íntegro, de
solidez ideológica a toda prueba, que supo forjar virtudes en las nuevas
generaciones.
Vilma tuvo el honor de
representar el estoicismo de la mujer cubana
en el levantamiento armado de Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956, junto a Haydée,
Gloria Cuadras y otras tantas santiagueras firmes y leales, que vistieron el
verde olivo dispuestas a apoyar el desembarco del Granma para ser libres o
mártires, como había pronosticado Fidel.
Hasta su muerte, la adornó una singular sonrisa, que la distinguió entre los guerrilleros en
los días de la Sierra
Maestra, cuando ella y Celia eran las niñas lindas de la
tropa y los rebeldes lo mismo les regalaban flores, las protegían como a una
hermana para que nada pudiera pasarles, o las acompañaban a riesgosas misiones.
Sintió la satisfacción de
haber forjado -junto a Raúl- una hermosa
familia, pródiga de amor, de cuatro hijos y ocho nietos; seguramente quiso perpetuar en ella -de alguna
manera- su vida y experiencia clandestina y guerrillera, pues dos de sus hijas
llevan sus más conocidos nombres de
guerra: Déborah y Mariela.
Desde la victoria, el primero de enero de 1959, le aguardaron
tareas decisivas en la edificación de la
nueva sociedad y en la lucha para que la mujer ocupara el puesto merecido.
Vivió años de avatares y desafíos disímiles,
pero siempre conservó esa dulzura, mezcla de madre, compañera, amiga,
capaz de analizar con igual entereza los
problemas que entorpecen el pleno desarrollo de la sociedad, y disfrutar de sus avances y éxitos.
Una de las obras que la
perpetuará al paso de los siglos es la conducción de la transformación de la
mujer cubana, convertida hoy en una poderosa fuerza, protagonista de misiones
decisivas para el avance socio-económica y político de la nación; ella fue
guía indiscutible de la lucha por lograr la verdadera igualdad de
derechos y oportunidades.
Conservó hasta el final su
fibra de combatiente sin fronteras, que en foros internacionales encarnó el espíritu de lucha del pueblo
cubano, amante de la paz, defensora sempiterna de la dignidad de mujeres y
niñas contra los flagelos que atacan hoy
al mundo, especialmente en cuestiones relacionadas con el abuso y prostitución
infantiles, el comercio de niñas y niños, y la violencia contra ellas y ellos.
Las presentes y futuras
generaciones tendrán que venerarla, además,
por su fidelidad a la causa, y especialmente a Fidel, como intérprete
ferviente y creativa de sus ideas; por los importantes servicios que prestó a la Patria y por anidar los
valores más auténticos de la cubanía.
Con una mirada optimista,
pero inconforme aún por lo realizado en la organización femenina, en una de sus
últimas visitas de trabajo a Santiago de Cuba había confesado: “Contamos con
muchas reservas para hacer maravillas en
bien de la Patria
y la humanidad, se puede hacer más
porque la mujer tiene alas para volar más alto”.
Siempre se sintió dichosa de
ser contemporánea de tantas mujeres valiosas
que han puesto su talento y se han consagrado al servicio de la Revolución, por eso
conducir los destinos de la FMC
más que un trabajo, lo consideró un placer inigualable.
“Su lucha y legado están en la esencia de los valores
humanos”, dijo en la velada solemne en
honor a la heroína, su entrañable amiga
y compañera en los trajines clandestinos y luego del triunfo”, Asela de los
Santos, quien sintetizó el vacío que dejaba Vilma, expresando: “¡Cuánto te
vamos a extrañar!”
Su muerte -18 de junio de
2007- causó profundo dolor no solo en Cuba, sino también entre las
organizaciones femeninas internacionales, por la inspiración que ella significó en todos
los sentidos. Una dirigente de la Federación Democrática
Internacional de Mujeres la calificó con dos palabras: única y trascendente, y
otras coincidieron en señalar que el mundo le debe mucho a la contribución de
Vilma Espín, considerada una de las figuras de más prestigio y autoridad.
Si José Martí la hubiera
conocido, seguramente tuviera que decir
de ella lo mismo que una vez expresó de Mariana Grajales: “Fáciles son los
hombres con tales mujeres”.
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