Aída Quintero Dip
El 30 de junio es una fecha bien prendida al
corazón de los nativos en la rebelde y heroica ciudad de Santiago de Cuba. Ese
día de 1957 -época en que la urbe era un hervidero de rebeldía contra el régimen
de Fulgencio Batista-, tres de sus mejores hijos se inmolaron en una acción
revolucionaria.
La
tiranía pretendía crear una imagen deformada de la realidad cubana, con el fin de
ofrecer la impresión de un clima de paz y normalidad, restándole crédito a la
existencia de un foco insurreccional armado en la Sierra Maestra, y con esto dar
por sentado que aquel régimen de facto gozaba de estabilidad.
Por esos días hubo un
notable incremento de la acción revolucionaria, y el 28 de mayo de ese año ocurrió
la victoria de las fuerzas del naciente Ejército Rebelde comandadas por Fidel
en El Uvero. Los órganos represivos multiplicaron sus criminales métodos
intentando contener el espíritu de combatividad que crecía.
El
Movimiento Revolucionario 26 de Julio y sus combatientes clandestinos no podían quedarse
con los brazos cruzados y bajo la dirección de Frank País fraguó una
acción audaz, para boicotear un gran
mitin político, en el céntrico Parque Céspedes
de Santiago de Cuba, y poner en ridículo a sus organizadores, en la
que mueren Josué País García, Floromiro
Bistel Somodevilla y Salvador Alberto Pascual Salcedo.
Así
describía aquel hecho en un trabajo periodístico la corresponsal en La Habana de The New York
Times, Ruby Hart Phillips. «(...) Santiago era un campo armado. Policías y
soldados estaban apostados en todas las esquinas. Los carros patrulleros rugían
por la ciudad. Las calles se encontraban desiertas. Parecía como si Santiago
estuviera bajo un bombardeo (...) Se me hizo evidente el verdadero horror de lo
que estaba sucediendo en Cuba (...)».
La audacia y heroísmo mostrados
por los tres jóvenes inmolados quedaron grabados eternamente en el corazón e historia de luchas de su pueblo, como un ejemplo de absoluta fidelidad
a la causa de la Patria
y la propia Revolución, cuyo triunfo no pudieron disfrutar.
Los protagonistas de la
acción sobresalían por sus valores humanos y revolucionarios. Frank, hermano de
Josué, era muy audaz, arriesgado, y
exigía que en la acción se fuera así, pero que no se perdiera la vida
inútilmente por apasionamiento. En tal sentido luchaba con Josué, que era muy
apasionado y muy fogoso, aunque también lo admiraba mucho.
Era notable la diferencia de
caracteres entre ambos: Frank introvertido y parco al hablar, y Josué,
extrovertido, pero poseedor de una innata rebeldía contra todo lo injusto a su
alrededor, sin embargo un especial grado de afinidad prevalecía entre ellos
desde la niñez, que convertía esos nexos de hermandad y compañerismo en algo
digno de resaltar.
Haydée Santamaría, Vilma Espín y otros
compañeros de lucha testimoniaron
que Josué idolatraba a Frank.
Juntos abrazaron el ideal liberador a raíz del golpe de Estado de la camarilla batistiana, el 10 de marzo de
1952; no escatimaron tiempo ni
condiciones para dedicar, en grado sumo, esfuerzo, sacrificio e
inteligencia a esa lucha de pueblo, con
la realización de acciones desde el medio clandestino, dirigidas a contribuir
al derrumbe definitivo del oprobioso régimen tiránico y lograr una radical
transformación de la vida social, económica y política de la nación.
Cuando
la estoica madre, Doña Rosario, conoció de la caída de su pequeño Josué, se
encaminó serenamente hasta el hospital. Una vez frente al cuerpo de su
entrañable hijo, se produjo una fuerte escena de dolor reprimido. Con una
mirada triste y profunda amargura, pero sin lágrimas, dijo ella entonces: “¡Qué
lástima...! Han tronchado una vida que empezaba, llena de ilusiones...”
Tras
aquella infausta jornada Frank, quien se hallaba en vigilia, destrozado por la
irreparable pérdida, oculto e impotente, escribía su desconsolado poema
dedicado “A mi hermano Josué, a mi niño querido”, en el cual lo consideró entre
los héroes, su destino.
Después
del Enero de 1959, Doña Rosario hizo sembrar
flores blancas y flores rojas en la tumba de Frank y Josué, en el cementerio
Santa Ifigenia de Santiago de Cuba; las primeras como tributo a la pureza de su primogénito, y
la segunda, para hacer lo mismo ante la rebeldía de su hijo menor, según reseñó
la combatiente, ya desaparecida, Gloria Cuadras de la Cruz.
Josué, Floro y Salvador
dejaron un legado imperecedero para las nuevas generaciones de cubanos, los tres héroes siguen
viviendo en el alma del pueblo.
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