jueves, 28 de junio de 2012

Josué, Floro y Salvador, entre los héroes, su destino



Aída Quintero Dip
El  30 de junio es una fecha bien prendida al corazón de los nativos en la rebelde y heroica ciudad de Santiago de Cuba. Ese día de 1957 -época en que la urbe era un hervidero de rebeldía contra el régimen de Fulgencio Batista-, tres de sus mejores hijos se inmolaron en una acción revolucionaria.
La tiranía pretendía crear una imagen deformada de la realidad cubana, con el fin de ofrecer la impresión de un clima de paz y normalidad, restándole crédito a la existencia de un foco insurreccional armado en la Sierra Maestra, y con esto dar por sentado que aquel régimen de facto gozaba de estabilidad.
Por esos días hubo un notable incremento de la acción revolucionaria, y el 28 de mayo de ese año ocurrió la victoria de las fuerzas del naciente Ejército Rebelde comandadas por Fidel en El Uvero. Los órganos represivos multiplicaron sus criminales métodos intentando contener el espíritu de combatividad que crecía.
El Movimiento Revolucionario 26 de Julio y sus  combatientes clandestinos no podían quedarse con los brazos cruzados  y  bajo la dirección de Frank País fraguó una acción audaz, para  boicotear un gran mitin político, en el céntrico Parque Céspedes  de Santiago de Cuba,  y  poner en ridículo a sus organizadores, en la que mueren Josué País García,  Floromiro Bistel Somodevilla y Salvador Alberto Pascual Salcedo. 
Así describía aquel hecho en un trabajo periodístico la corresponsal en La Habana de The New York Times, Ruby Hart Phillips. «(...) Santiago era un campo armado. Policías y soldados estaban apostados en todas las esquinas. Los carros patrulleros rugían por la ciudad. Las calles se encontraban desiertas. Parecía como si Santiago estuviera bajo un bombardeo (...) Se me hizo evidente el verdadero horror de lo que estaba sucediendo en Cuba (...)».
La audacia y heroísmo mostrados por los tres jóvenes inmolados quedaron grabados eternamente en  el corazón e historia de luchas de su  pueblo, como un ejemplo de absoluta fidelidad a la causa de la Patria y la propia Revolución, cuyo triunfo no pudieron disfrutar.
Los protagonistas de la acción sobresalían por sus valores humanos y revolucionarios. Frank, hermano de Josué,  era muy audaz, arriesgado, y exigía que en la acción se fuera así, pero que no se perdiera la vida inútilmente por apasionamiento. En tal sentido luchaba con Josué, que era muy apasionado y muy fogoso, aunque también lo admiraba mucho.
Era notable la diferencia de caracteres entre ambos: Frank introvertido y parco al hablar, y Josué, extrovertido, pero poseedor de una innata rebeldía contra todo lo injusto a su alrededor, sin embargo un especial grado de afinidad prevalecía entre ellos desde la niñez, que convertía esos nexos de hermandad y compañerismo en algo digno de  resaltar.
 Haydée Santamaría, Vilma Espín y otros compañeros de lucha testimoniaron
que Josué idolatraba a Frank. Juntos abrazaron el ideal liberador a raíz del golpe de Estado  de la camarilla batistiana, el 10 de marzo de 1952; no escatimaron tiempo ni condiciones para dedicar, en grado sumo, esfuerzo, sacrificio e inteligencia  a esa lucha de pueblo, con la realización de acciones desde el medio clandestino, dirigidas a contribuir al derrumbe definitivo del oprobioso régimen tiránico y lograr una radical transformación de la vida social, económica y política de la nación.
Cuando la estoica madre, Doña Rosario, conoció de la caída de su pequeño Josué, se encaminó serenamente hasta el hospital. Una vez frente al cuerpo de su entrañable hijo, se produjo una fuerte escena de dolor reprimido. Con una mirada triste y profunda amargura, pero sin lágrimas, dijo ella entonces: “¡Qué lástima...! Han tronchado una vida que empezaba, llena de ilusiones...”
Tras aquella infausta jornada Frank, quien se hallaba en vigilia, destrozado por la irreparable pérdida, oculto e impotente, escribía su desconsolado poema dedicado “A mi hermano Josué, a mi niño querido”, en el cual lo consideró entre los héroes, su destino.
Después del Enero de 1959, Doña Rosario  hizo sembrar flores blancas y flores rojas en la tumba de Frank y Josué, en el cementerio Santa Ifigenia de Santiago de Cuba; las primeras  como tributo a la pureza de su primogénito, y la segunda, para hacer lo mismo ante la rebeldía de su hijo menor, según reseñó la combatiente, ya desaparecida, Gloria Cuadras de la Cruz.
Josué, Floro y Salvador dejaron un legado imperecedero para las nuevas generaciones de cubanos, los tres héroes siguen viviendo en el alma del pueblo.

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