lunes, 16 de julio de 2012

Frank País, entre la audacia y la ternura

Aída Quintero Dip  
“Como hijo era un modelo, como patriota era otro modelo. Era una maravilla Frank”. Enternecida, herida ante el dolor de la muerte y orgullosa  por el héroe que le había nacido sin proponérselo, hablaba la madre,  Doña Rosario.
“Hombre inmenso, revolucionario cabal, capaz de levantar en vida a Santiago de Cuba y de levantarla también en la muerte”. Con esa imagen tan conmovedora fue retratado el avezado jefe clandestino santiaguero, Frank País García; por Juan Grau Durán, uno de los que combatió bajo sus órdenes  en la legendaria ciudad,  en los finales de la década del 50  del pasado siglo, y que tuvo el honor de contar con su amistad.
“De alguna manera siguió siendo maestro, educador, así lo demuestran sus admirables lecciones de patriotismo y el magisterio que ejerció en todos los combatientes”,  destacó en una ocasión  Asela de los Santos,  cercana colaboradora,  quien estuvo bajo su dirección en las acciones del 30 de Noviembre.
En carta a su novia el joven había revelado: “Tienes una rival que me ha robado en cuerpo y alma…he sufrido tanto por ella que la amo profundamente, de corazón. He olvidado todo, tú, yo, los demás, solo ella me interesa. En mis venas  arde un solo deseo: servirla”.
Son pocos los ejemplos de existencia tan corta -solo 22 años- y que haya ofrendado  tanto a la Patria, al punto de haber sido escogida la fecha de su muerte: 30 de julio  (1957) como Día de los Mártires de la Revolución, por haber encarnado las virtudes de lo más prometedor de la juventud en la conquista de la libertad de Cuba.
Anhelaba ser maestro  para contribuir a la formación de ciudadanos dignos, pero se convirtió en educador de superior alcance, lo cual tenía coherencia con un pensamiento revolucionario de profundo  ideario martiano,  principios democráticos, y aspiraciones de que reinara  la justicia,  lo que contrastaba con su extrema juventud.
Frank cimentó un espíritu rebelde ante todo dogma, que le valió seguramente ser el alma del levantamiento armado de su indomable ciudad, el 30 de noviembre de 1956;  en su condición de jefe nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio,  supo organizar y aglutinar las fuerzas  en una acción intrépida  para distraer  el poderío enemigo y apoyar el desembarco del yate Granma,  que navegaba desde México -con Fidel al frente-  rumbo al futuro.
Sobre ese  aquel y su guía quedaron  para la posteridad las palabras de la combatiente Gloria Cuadras, quien lo quería como a un hijo: “Frank honró el uniforme verde olivo y el uniforme verde olivo se honró con él. Lucía muy bien y tenía una expresión de felicidad en el rostro,  que nunca se borró de mi corazón”.
“Verlo con dos lágrimas en los ojos a un hombre tan valiente fue doloroso, cuando el fracaso del levantamiento del 30 de Noviembre”, señaló la Heroína del Moncada, Haydée Santamaría, quien jamás olvidó su mirada profunda y que desde que lo conoció apreció en él su grandeza.
Había nacido el 7 de diciembre de 1934, específicamente el día en que se recordaba el aniversario 38 de la caída en combate de otro encumbrado patriota oriundo de esta oriental ciudad, el  General Antonio Maceo Grajales, uno de los paradigmas de la intransigencia revolucionaria, de cuyo legado bebieron muchos cubanos.
Estudió en la Escuela Normal para Maestros de Oriente,  donde, al decir de Asela de los Santos,  fue un alumno brillante, y se graduó el  6 de julio de 1953. Allí asistió a sus primeras manifestaciones  y empezó a rebelarse contra los males imperantes en la época,  unido a  varios  jóvenes de iguales inquietudes, entre ellos  José Tey  Saint Blancard (Pepito), uno de los mártires del levantamiento armado de Santiago de Cuba,   junto a  Antonio Alomá  (Tony) y Otto Parellada.
En su biografía sobresalen, por su trascendencia, las dos entrevistas que sostuvo con Fidel  Castro, en México, ante situaciones muy complejas. En la primera  -primeros días de agosto de 1956-,  trataron pormenores con el propósito de fortalecer el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, ya que tras la noticia de la detención de Fidel  por la policía mexicana,  había honda consternación en las filas de los revolucionarios, y problemas y contradicciones en la dirección; en la segunda  -24 de octubre de  ese año-, se analizaron, entre otros asuntos, detalles de la futura expedición del “Granma”, con el plan de preparar la insurrección,  en la que Oriente desempeñaría  un papel fundamental.
En documentos legados a la historiografía se calificaba de muy provechosos estos encuentros, con resultados altamente positivos para el estallido de la Revolución. Y él fue escogido para el contacto con el líder Fidel Castro en el exterior  por la confianza que inspiraba, responsabilidad  y  autoridad que supo ganar en la toma de decisiones.
Tenía el aval de haber forjado un movimiento clandestino con un sentido de férrea disciplina, compartimentación, y arrojo admirable, en un Santiago heroico y rebelde, pero de ancestral hospitalidad,  donde lograron  que las casas y su gente fueran cómplices y colaboradores incondicionales a la causa que defendían.
Ese gesto siempre lo animó,  y era su arma fundamental para el combate silencioso y arriesgado,  que asumía con la naturalidad de los hombres grandiosos.
Y Santiago y su pueblo le reciprocaron siempre ese mismo cariño a quien fue considerado el hijo más querido de la legendaria ciudad.
Por eso  los santiagueros tienen una cita sagrada cada 30 de julio, a las 4 y 30 de la tarde, en la peregrinación en honor a Frank y a Raúl Pujol Arencibia,  el compañero de armas que cayó a su lado; desde el Parque Céspedes hasta el cementerio Santa Ifigenia, recordando aquella manifestación de duelo de 1957;  no importa si hay sol ardiente o si llueve, este 30 de julio hará 55 años que  esa conmovedora marcha es parte de la vida de su tierra natal.
Sus coterráneos  no olvidan ese aciago día de 1957,  cuando  los esbirros de la tiranía pro imperialista de Batista le hicieron  un cerco  en la casa de un colaborador donde se protegía, junto a  Pujol Arencibia. Allí fueron detenidos y vilmente asesinados en plena calle, víctima de una  delación.
Pocas veces se conjugaron en un luchador de su talla el temple  que  incita a la audacia,  con ternura y sensibilidad como para tocar el piano   -lo hacía con frecuencia  para disfrutarlo o esquivar  tensiones-, escribir, desgarrado por el dolor,  un poema a su hermano muerto -dedicado a Josué, caído el 30 de junio de 1957, a quien había  vaticinado “entre los héroes su destino”-, amar a la madre  entrañablemente, o sentir afecto manifiesto por Celia Sánchez, Haydée Santamaría, Vilma Espín o Gloria Cuadras.
Como jefe fue respetado y admirado, más bien un hombre querido,  porque sabía fusionar sus excelentes relaciones humanas con la exigencia propia de la clandestinidad, según confirmo Vilma más de una vez.
Su pensamiento fue profundo, de avanzada para la época. Había profetizado,  en tiempos de persecución y represiones, cuando su vida peligraba a cada instante: “El día que quede un solo cubano que crea en esta Revolución, ese cubano seré yo”.
Y Frank no temía a la muerte, así lo validan numerosos testimonios. Arturo Duque de Estrada, uno de sus más cercanos colaboradores,  dijo  en una ocasión: “Estoy seguro de que no le preocupaba morir,  sino dejar la misión inconclusa.”
Su madre Doña Rosario -que lo conocía como nadie- colocaba invariablemente sobre la tumba de Frank y Josué -en el cementerio Santa Ifigenia-  flores blancas y rojas, para simbolizar la pureza del primero y la rebeldía del segundo.
En Cuba y  especialmente en su tierra natal,  sienten, a pesar de casi 55 años,  el vacío de su ausencia, y comprenden mucho mejor a Fidel, quien al saber la noticia de la muerte de Frank,  desde las estribaciones de la Sierra Maestra,  dijo: “Qué monstruos, no saben el carácter, la integridad que han asesinado, no sospecha aún el pueblo de Cuba lo que había en él de grande y prometedor.”











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