Aída Quintero Dip
Evocarla
viva, en su dimensión humana y revolucionaria, de profunda vocación
martiana, es coincidencia en la mayoría
de las personas que conocieron a Haydée Santamaría Cuadrado, esa muchacha
rubia, dulce y apacible, de mirada penetrante, nacida el 30 de diciembre de
1922 en el central azucarero Constancia, en Encrucijada, Las Villas, quien fue
forjando una personalidad rebelde cuando apenas era Yeyé, savia que dio vida a la “María” de la
clandestinidad y a la Heroína del Moncada.
En
2002, en ocasión de su 80 cumpleaños,
cuando sus restos fueron depositados en un nicho del Panteón de
los Mártires, junto a 38 moncadistas, entre ellos su hermano Abel, en el
cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba, muchos de sus compañeros de
armas testimoniaron sobre esta singular
mujer que prestigió a la
Revolución y supo aunar para la creación, como una virtud
excepcional.
Melba
Hernández Rodríguez del Rey, la otra cubana que participó en la gesta heroica
del 26 de Julio, su amiga y hermana inseparable
desde los tiempos difíciles y fundadores en el departamento de 25 y O,
en el Vedado, enalteció su ternura, inteligencia política, fibra revolucionaria
y valor en el combate: “No quiero a Yeyé muerta, quiero que viva por lo que
representa como ejemplo”.
Martha
Rojas, periodista que asistió al juicio por los sucesos del Moncada, el 16 de octubre de 1953, sintió el
privilegio de verla el mismo día 26 de Julio,
y rememoró la primera vez que la
vio sonreír de nuevo, cuando Fidel le dio la misión de editar 100 mil
ejemplares y distribuir La
Historia me absolverá,
para calificarla definitivamente como una mujer audaz, con el don de la
inteligencia y la expresividad.
Vilma
Espín Guillois, también Heroína de la sierra y el llano, siempre nos regaló sus
más íntimos recuerdos de la
Haydée combatiente clandestina, en los años en que se entregó con fervor a la
causa y al trabajo revolucionario junto a Frank País, en la organización del
levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956, para apoyar a los
expedicionarios que venían de México, cuando por su experiencia lideró las
acciones en compañía de Frank, Vilma y
un joven abogado que le llamaban
Jacinto, y era Armando Hart Dávalos.
Destacaba
en primer lugar su fidelidad a Fidel, la indescriptible alegría que conmovió a
Yeyé cuando se encontró con el líder en la Sierra Maestra; y el cariño que despertó en su alma sensible el
pueblo santiaguero, por la solidaridad y apoyo que le tributó en los instantes más adversos de
la lucha.
Asela
de los Santos, otra imprescindible compañera de avatares e ideales, evocó facetas poco conocidas sobre el cumplimiento de una misión por ocho
meses en Estados Unidos, para recaudar fondos y armas con el fin de abastecer el movimiento
revolucionario en la isla. Allí demostró su entereza, espíritu de sacrificio y
voluntad, al dar una alta prueba de patriotismo -recalcó-, pues decía que no
podía faltar a una orden de Fidel, a pesar de su gran necesidad manifiesta de permanecer siempre en la Patria.
El
destacado intelectual y cineasta, Alfredo Guevara, enfatizó en la
revolucionaria maravillosa y sorprendente que fue, de su inserción en la
cultura cubana y Latinoamericana, dada la sensibilidad para interpretar el arte
y disfrutarlo, y vocación de aunar voluntades, cómplice de nobles empeños
como el de apoyar y distinguir los valores de los jóvenes
trovadores, y gestar el importante
movimiento creado después en Cuba.
Roberto
Fernández Retamar, director de Casa de las Américas, quien trabajó a su lado los últimos 15 años,
recordó que cuando ella asumió esa responsabilidad ya era una figura
legendaria, de prestigio, autoridad y capacidad para convencer y aglutinar.
Subrayó
su excepcional talento y fuerza creadora, incluso su genio natural, y la
calificó de las personas más intensamente martianas que haya conocido.
Rememoró
que siendo su vida tan plena y fundadora, no tuvo orgullo mayor que haber
estado al lado de seres como aquellos, bajo la conducción iluminada de Fidel,
la madrugada grandiosa del 26 de Julio.
Quienes
más la conocieron coincidieron en resaltar, además, su dedicación a la familia; hacía el tiempo
para atender a los suyos, y derrochó
ternura hacia sus hijos Celia María y Abel Enrique; a Celia Sánchez la unía una amistad
conmovedora, y muy especialmente también con el Che
Guevara, con el cual compartía las medicinas para combatir el asma
desde los días de la Sierra.
Siempre Haydée evocaba con orgullo aquella tarde en que Abel llegó a la casa con
un nuevo compañero, sin ocultar su alegría por haberlo encontrado: era Fidel.
En lo adelante, la vida de Yeyé estaría
indisolublemente unida al prestigio de la Revolución, pertenecería a la historia de Cuba.
Abel
fue un capítulo decisivo en su existencia. Juntos combatieron la sumisión a los
designios imperiales, la división del movimiento obrero, el robo y la
corrupción de la sociedad de la época, atraídos, además, por la denuncia de Eduardo Chibás con su
consigna “Vergüenza contra dinero”,
después de la profunda renovación reclamada tras el golpe militar del 10
de marzo de 1952.
Con
ese aval, cuando se decide la fecha del
asalto al Moncada, entre los afortunados
su nombre no podía faltar. En los preparativos de la acción y en la Granjita Siboney, fue hermana amorosa y solícita, presta a
resolver cualquier detalle o problema a
los combatientes, y en la posición que
le tocó defender desde el antiguo
hospital Saturnino Lora, para salvaguardar a los atacantes, curó heridos,
incluso de las tropas enemigas, bajo el tiroteo.
Siempre
iba y venía con Abel prendido a su corazón, nunca pudo restañar la herida por esa pérdida tan lacerante; la luz de los
ojos de Abel…; ni la de Boris Luis Santa
Coloma, su novio, y de tantos compañeros valiosos, a muchos de los cuales tenía un gran cariño desde los días del
apartamento capitalino.
Al
escoger ese camino, el de
“la estrella que ilumina y mata”, aparentemente tronchó su sueño de ser
enfermera, porque de cierta manera lo fue, al consagrarse a una profesión mucho
más altruista para curar los males del país, urgido de transformaciones
radicales.
Tiempo
después Haydée explicó con meridiana claridad la evolución ideológica que llevó
a los moncadistas a abrazar la doctrina
marxista, cuando el proceso se radicalizó: “Allí fuimos siendo martianos. Hoy
somos marxistas y no hemos dejado de ser martianos, porque no hay contradicción
en esto para nosotros”.
Y
nunca la abandonó la fe en la victoria y en quienes lo arriesgaron todo hasta
conquistarla. Aquella ocasión en que Fidel, Raúl, Almeida, Ramiro, y los otros asaltantes salieron de la cárcel
de Isla de Pinos, ella evaluó el
acontecimiento escueta, pero elocuentemente: ”Fue vivir otra vez”.
No
es de extrañar que Haydée Santamaría
Cuadrado figurara en la selecta lista del primer Comité Central del Partido
Comunista de Cuba, como merecido reconocimiento a quien fuera de la dirección nacional del Movimiento 26 de
Julio y luego también de la del Partido Unido de la Revolución Socialista.
Tuvo el honor de ser de las primeras cubanas en ostentar la Orden Ana Betancourt, el 29 de noviembre de 1974. Seguramente mientras Fidel la colocaba en su pecho, pensaba que la Patria le hacía justicia, porque él mismo había señalado, refiriéndose a ella y a Melba Hernandez, en su autodefensa por los sucesos del Moncada: "Nunca fue puesto en un alto el heroísmo y la dignidad de la mujer cubana".
No hay comentarios:
Publicar un comentario