lunes, 9 de julio de 2012

Haydée Santamaría, entre los afortunados asaltantes al Moncada


                                                                      Aída Quintero Dip
Evocarla viva, en su dimensión humana y revolucionaria, de profunda vocación martiana,  es coincidencia en la mayoría de las personas que conocieron a Haydée Santamaría Cuadrado, esa muchacha rubia, dulce y apacible, de mirada penetrante, nacida el 30 de diciembre de 1922 en el central azucarero Constancia, en Encrucijada, Las Villas, quien fue forjando una personalidad rebelde cuando apenas era Yeyé,  savia que dio vida a la “María” de la clandestinidad  y a la Heroína del Moncada.
En 2002,  en ocasión de su 80 cumpleaños, cuando  sus restos  fueron depositados en un nicho del Panteón de los Mártires, junto a 38 moncadistas, entre ellos su hermano Abel, en el cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba, muchos de sus compañeros de armas  testimoniaron sobre esta singular mujer que prestigió a la Revolución y supo aunar para la creación, como una virtud excepcional.
Melba Hernández Rodríguez del Rey, la otra cubana que participó en la gesta heroica del 26 de Julio, su amiga y hermana inseparable  desde los tiempos difíciles y fundadores en el departamento de 25 y O, en el Vedado, enalteció su ternura, inteligencia política, fibra revolucionaria y valor en el combate: “No quiero a Yeyé muerta, quiero que viva por lo que representa como ejemplo”.
Martha Rojas, periodista que asistió al juicio por los sucesos del Moncada,  el 16 de octubre de 1953, sintió el privilegio de verla el mismo día 26 de Julio,  y  rememoró la primera vez que la vio sonreír de nuevo, cuando Fidel le dio la misión de editar 100 mil ejemplares y distribuir La Historia me absolverá,  para calificarla definitivamente como una mujer audaz, con el don de la inteligencia y la expresividad.
Vilma Espín Guillois, también Heroína de la sierra y el llano, siempre nos regaló sus más íntimos recuerdos de la Haydée combatiente clandestina, en  los años en que se entregó con fervor a la causa y al trabajo revolucionario junto a Frank País, en la organización del levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956, para apoyar a los expedicionarios que venían de México, cuando por su experiencia lideró las acciones  en compañía de Frank, Vilma y un  joven abogado que le llamaban Jacinto, y era Armando Hart Dávalos.
Destacaba en primer lugar su fidelidad a Fidel, la indescriptible alegría que conmovió a Yeyé cuando se encontró con el líder en la Sierra Maestra; y  el cariño que despertó en su alma sensible el pueblo santiaguero, por la solidaridad y apoyo que  le tributó en los instantes más adversos de la lucha. 
Asela de los Santos, otra imprescindible compañera de avatares e ideales,  evocó facetas poco conocidas  sobre el cumplimiento de una misión por ocho meses en Estados Unidos, para recaudar fondos y armas  con el fin de abastecer el movimiento revolucionario en la isla. Allí demostró su entereza, espíritu de sacrificio y voluntad, al dar una alta prueba de patriotismo -recalcó-, pues decía que no podía faltar a una orden de Fidel, a pesar de su gran necesidad manifiesta  de permanecer siempre en la Patria.
El destacado intelectual y cineasta, Alfredo Guevara, enfatizó en la revolucionaria maravillosa y sorprendente que fue, de su inserción en la cultura cubana y Latinoamericana, dada la sensibilidad para interpretar el arte y disfrutarlo, y vocación de aunar voluntades, cómplice de nobles empeños como  el de apoyar y  distinguir los valores de los jóvenes trovadores,  y gestar el importante movimiento creado después en Cuba.
Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas,   quien trabajó a su lado los últimos 15 años, recordó que cuando ella asumió esa responsabilidad ya era una figura legendaria, de prestigio, autoridad y capacidad para convencer y aglutinar.
Subrayó su excepcional talento y fuerza creadora, incluso su genio natural, y la calificó de las personas más intensamente martianas que haya conocido.
Rememoró que siendo su vida tan plena y fundadora, no tuvo orgullo mayor que haber estado al lado de seres como aquellos, bajo la conducción iluminada de Fidel, la madrugada grandiosa del 26 de Julio.
Quienes más la conocieron coincidieron en resaltar, además,  su dedicación a la familia; hacía el tiempo para atender a los suyos, y  derrochó ternura hacia sus hijos Celia María y Abel Enrique; a  Celia Sánchez la unía una amistad conmovedora,  y muy  especialmente también con el Che Guevara,  con el cual  compartía las medicinas para combatir el asma desde los días de la Sierra.
Siempre  Haydée evocaba con orgullo  aquella tarde en que Abel llegó a la casa con un nuevo compañero, sin ocultar su alegría por haberlo encontrado: era Fidel. En lo adelante, la vida de Yeyé  estaría indisolublemente unida al prestigio de la Revolución, pertenecería a la historia de Cuba.
Abel fue un capítulo decisivo en su existencia. Juntos combatieron la sumisión a los designios imperiales, la división del movimiento obrero, el robo y la corrupción de la sociedad de la época, atraídos, además,  por la denuncia de Eduardo Chibás con su consigna “Vergüenza contra dinero”,  después de la profunda renovación reclamada tras el golpe militar del 10 de marzo de 1952.
Con ese aval, cuando se decide  la fecha del asalto al Moncada, entre los afortunados  su nombre no podía faltar. En los preparativos de la acción y en la Granjita Siboney,  fue hermana amorosa y solícita, presta a resolver cualquier  detalle o problema a los combatientes,  y en la posición que le tocó defender desde  el antiguo hospital Saturnino Lora, para salvaguardar a los atacantes, curó heridos, incluso de las tropas enemigas, bajo el tiroteo.
Siempre iba y venía con Abel prendido a su corazón, nunca pudo restañar la herida  por esa pérdida tan lacerante; la luz de los ojos de Abel…; ni la de Boris Luis  Santa Coloma, su novio, y de tantos compañeros valiosos, a muchos de los cuales  tenía un gran cariño desde los días del apartamento capitalino.
Al escoger  ese camino,  el de  “la estrella que ilumina y mata”, aparentemente tronchó su sueño de ser enfermera, porque de cierta manera lo fue, al consagrarse a una profesión mucho más altruista para curar los males del país, urgido de transformaciones radicales. 
Tiempo después Haydée explicó con meridiana claridad la evolución ideológica que llevó a los moncadistas a abrazar  la doctrina marxista, cuando el proceso se radicalizó: “Allí fuimos siendo martianos. Hoy somos marxistas y no hemos dejado de ser martianos, porque no hay contradicción en esto para nosotros”.
Y nunca la abandonó la fe en la victoria y en quienes lo arriesgaron todo hasta conquistarla. Aquella ocasión en que Fidel, Raúl, Almeida, Ramiro,  y los otros asaltantes salieron de la cárcel de Isla de Pinos,  ella evaluó el acontecimiento escueta, pero elocuentemente: ”Fue vivir otra vez”.
No es de extrañar que  Haydée Santamaría Cuadrado figurara en la selecta lista del primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba, como merecido reconocimiento a quien fuera  de la dirección nacional del Movimiento 26 de Julio y luego también de la del Partido Unido de la  Revolución Socialista.
Tuvo el honor de ser de las primeras cubanas en ostentar la Orden Ana Betancourt, el 29 de noviembre de 1974. Seguramente mientras Fidel la colocaba en su pecho, pensaba que la Patria le hacía justicia, porque él mismo había señalado, refiriéndose a ella y a Melba Hernandez,  en su autodefensa por los sucesos del Moncada: "Nunca fue puesto en un alto el heroísmo y la dignidad de la mujer cubana".

No hay comentarios:

Publicar un comentario