jueves, 20 de diciembre de 2012

¿Quién no tuvo un maestro o maestra inolvidable?



Aída Quintero Dip
Todos tuvimos alguna vez un maestro o maestra inolvidable, a quien  evocamos con cariño más allá del tiempo y la distancia;  ese ser noble y paciente, pleno de saberes, que nos enseñó letras, números, oraciones, conceptos, pero también nos dio amor, nos educó y aportó enseñanzas para toda la vida.
Ernestina se llamaba la mía, ya no está entre nosotros, pero ocupa un lugar privilegiado en mi corazón. Era profesora de Inglés en la secundaria básica, una asignatura difícil para mí en aquella época, mas ella le ponía tanta pasión a cada clase que me encantaba oírla y deseada con ansias que llegara su turno en el aula para aprender de su sabiduría, en el sentido más amplio del término, porque tributaba junto al conocimiento, alegría, amor, generosidad, en fin valores...
A Ernestina y a otros tantos maestros, maestras, profesores, pedagogos que abrazaron el magisterio por amor  y  vocación, y hasta a quienes lo asumieron por necesidad y también sembraron; seguramente dedicó José de la Luz y Caballero su célebre frase: “Enseñar puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”. 
Mis hijos Celia y Félix también tuvieron su Ernestina inolvidable, su evangelio vivo; el mejor maestro o maestra a quien colocaron más allá de un  pedestal en su propio corazón,  en la primera edad en que cada concepto se hace imprescindible para la vida, o en la adolescencia y en la juventud cuando precisan igualmente cimentarse y fomentarse.
Celia, ya graduada universitaria, siempre me habla  con un respeto y admiración infinitos de Josefina, su profesora predilecta en la carrera de Derecho de la Universidad de Oriente, donde sobresalía por su erudición y su ternura; fue confesora, guía, madre y  con peculiar dulzura la convocó al desafío cognoscitivo para convertir la cultura jurídica en parte indisoluble de la sociedad cubana.
Mi homenaje sincero a todos los docentes cubanos, extensivo con especial cariño a los que dieron el paso al frente para que Cuba se declarara Territorio Libre de Analfabetismo en América, el 22 de diciembre de 1961, fecha escogida para celebrar el Día del Educador; y a los que hoy andan fuera de fronteras enseñando con la aplicación del programa Yo sí puedo en naciones hermanas.
Un reconocimiento muy exclusivo a todos los que me educaron, a quienes lo hicieron con mis hijos, a los que en estos días de merecido tributo han sido congratulados con premios y medallas para reverenciar la valía de su obra.
A mis tres hermanas, Hilda con más de 30 años escribiendo una linda historia en la Pedagogía en Química con infinidad de alumnos que la honran hoy en disímiles profesiones y tareas; a Irma, profesora de Cultura Física que hace lo mismo desde una secundaria básica,  y Miriam, la pediatra, que ejerce, además,  la docencia en la formación de nuevos médicos y médicas.
Este Día del Educador permite apreciar la colosal obra educacional que atesora la Revolución cubana, la cual constituye una de nuestras principales conquistas. Las transformaciones que se acometen en el sector retoman hoy caminos ya transitados y otras emprenden nuevos senderos, que profundizan y agudizan la mirada para elevar la calidad del proceso educativo, como propósito esencial de una Revolución muy celosa en la formación de sus hijos.

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