viernes, 18 de julio de 2014

Cartas de José Martí: escritas con apremio, pero sin omisiones



Rosa María González López
   Con fecha 20 de julio de 1882, José Martí entregó al general de brigada de la contienda independentista del 68, Flor Crombet, sendas cartas. Este respetado patriota santiaguero, en quién el Apóstol confiaba como en sí mismo,  debía hacerlas llegar a las manos de los grandes jefes mambises Máximo Gómez y Antonio Maceo.
    Crombet partió de Nueva York con la misión de aunar esfuerzos a favor de la gesta libertaria, y Martí quería poner al tanto a Gómez y a Maceo, pilares de la revolución, de lo que hasta esos momentos se venía realizado en la organización de la guerra que se fraguaba desde allí, a favor de la emancipación de Cuba.
   Tales misivas, que habían sido escritas por el propio Martí, invitaban respetuosamente a los reconocidos oficiales de la Guerra de los Diez Años a emitir sus juicios sobre la etapa redentora en cierne, pero también los incitaban a sumar sus voluntades.
   Los primeros años de la década de 1880 fueron para el Héroe Nacional de fecunda labor. La formación del Comité Revolucionario en la urbe norteña, un viaje a Venezuela, su vocación literaria liberada a través de sus versos, de artículos periodísticos y traducciones para la Casa Appleton, eran actividades que combinaba con la evaluación y juicios sobre las causas del fracaso de la contienda anterior.
   La falta de unidad y las vacilaciones ante la política pacificadora de España, que llevó a la firma del Pacto del Zanjón poniendo fin a la guerra; el caudillismo y regionalismo como males que se expresaban a través de las conductas errada de algunos jefes, unido a la falta de ayuda desde el exterior, fueron consideradas por Martí calamidades irrepetibles en la futura confrontación.
   Empero, rehacer las fuerzas revolucionarias, mover en Cuba de modo unánime y seguro los ánimos de lucha y prepararlos desde el exterior con la participación activa de todas las fuerzas y hombres de conducta juiciosa, eran en su sentir reflexivo, los deseos que deberían movilizar a los cubanos patriotas para enfrentar con éxito a la metrópoli peninsular.
   A Gómez y a Maceo les hizo saber, a través de aquellas cartas escritas con apremio pero sin omisiones, que sobre Cuba gravitaban peligros caracterizados por la conducta de hombres incapaces de sacrificar su bienestar personal combatiendo a España, y  otros que, sin exponerse buscaban asociar la isla a Estados Unidos.
    En el mensaje dirigido a Gómez  calificó a los partidarios anexionistas como irresolutos, apegados a las riquezas y tentados a halagar una falsa conciencia patriótica.  En el enviado a Maceo habló de los rencores que suscitaban la discriminación por el color de la piel, y llamó verdaderos criminales a quienes promovían el odio entre razas, como definió la segregación del negro.
   La premura con que redactó las líneas que hizo llegar a Maceo, no le permitió a Martí desarrollar, en esa ocasión con mayor profundidad, su visión de la problemática social del negro en Cuba; no obstante, depositó toda su confianza en los principios, prudencia y generosidad del general mulato, quien había sentido en carne propia la amarga experiencia de la discriminación.
    Fue Martí un hombre que apreció la firmeza de carácter, la honradez, y aborreció la palabra que no iba acompañada de los actos; dio muchas veces lecciones de concordia y de discreción, por eso, en uno de los párrafos de la correspondencia con Gómez, fechado aquel mismo 20 de julio de 1882, le expuso:
  "Por mi parte, General, he rechazado toda excitación a renovar aquellas perniciosas camarillas de grupo de las guerras pasadas …aspiro a que formando un cuerpo visible y apretado aparezcan unidas por un mismo deseo grave y juicioso de dar a Cuba libertad verdadera y durable, todos aquellos hombres abnegados y fuertes…"
   Y en efecto, el Maestro no se equivocaba en el llamado, la causa libertaria que comenzaría y recababa de la unión de todos los cubanos, necesitaba de Gómez, el que supo ser grande en la guerra y digno en la paz; y de Maceo, el soldado más bravo y el cubano más tenaz. Así los reconocía y asumía José Martí: Cuba depositaba en ellos toda su fe.

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