Aída Quintero Dip
Cuando escuché la esperada noticia de que el Héroe de la República de Cuba Fernando González Llort había llegado a la Patria pensé en Magali, e imaginé que en la casa ese día se comería yuca con mojo, su comida preferida, porque la madre había prometido que solo se pondría en la mesa cuando él regresara.
El luchador antiterrorista había salido el día anterior del centro correccional federal de Safford, en Arizona, y fue puesto a disposición de los servicios de inmigración para iniciar el proceso de deportación hacia Cuba, donde sintió la fuerza de los primeros abrazos de sus familiares y del presidente Raúl Castro.
Fernando es el segundo de Los Cinco, tras René González, que cumple las injustas penas impuestas. Gerardo, Ramón y Antonio siguen presos en cárceles estadounidenses, pese a la amplia campaña mundial que reclama su liberación y los numerosos pronunciamientos de Premios Nobel, reconocidos juristas, intelectuales, instituciones y personalidades que han denunciado el amañado juicio al que fueron sometidos.
Santiago de Cuba, ciudad patrimonial, toda
historia e inspiración para ellos, tuvo el honor de ser la primera del país en recibir
en junio pasado al Héroe, quien tras pisar suelo santiaguero departió con el pueblo
que disfrutó con delirio su presencia y recorrió
los sitios más sagrados y emblemáticos de la tierra indómita, pródiga en
rebeldía, heroísmo y hospitalidad.
El primer lugar visitado no pudo ser otro que
el mausoleo que atesora los restos del
Héroe Nacional José Martí, en el cementerio Santa Ifigenia, de la urbe
oriental. Había que verle el rostro tras
rendir tributo al prócer de la independencia de Cuba para comprender la emoción que embargaba a Fernando,
quien representaba en ese tributo a sus cinco hermanos.
Sus compatriotas santiagueros estábamos
felices por tener durante unos días un héroe en casa, lo que nos aportó nuevas
energías para seguir en esa batalla tenaz por el regreso de Gerardo, Ramón y
Antonio, porque mientras toda la justicia no está conseguida se pelea, advertía
Martí.
El
encuentro con personas sencillas del pueblo fue conmovedor pues a cada paso salía
una mano que quería tocarlo y una y otra voz que le decía: yo soy quien le
escribí varias cartas que usted y sus compañeros contestaron. Otros solicitaban
un abrazo y los más osados hasta una foto para el recuerdo, que él accedía con
placer manifiesto.
Ante
las reiteradas gracias de Fernando por tantas muestras de cariño, solo recibía
como respuesta: nosotros somos quienes les debemos gratitud infinita porque
ustedes sacrificaron su felicidad por protegernos de la muerte, de los afanes
criminales del imperio.
Fernando simbolizó a los Cinco Héroes en
todo su recorrido por sitios patrimoniales, únicos de la Cuna de la Revolución
Cubana. Al colocar cinco rosas ante la tumba de Mariana
Grajales para honrar a la Madre de la Patria representaba el espíritu
altruistas de esos dignos compatriotas.
Igual ocurrió al rendir homenaje ante la tumba del Comandante de la Revolución
Juan Almeida en la Loma de la Esperanza donde radica el Monumento a los
combatientes del III Frente Oriental Mario Muñoz, o ante las cenizas de la
Heroína Vilma Espín, en el Monumento a los Héroes y Mártires del II Frente
Oriental Frank País.
Al verlo tan cerca, al abrazarlo, impresiona
todavía recordar noticias como esta: "Fuertemente esposados,
desabrigados en medio de un intenso frío, sedientos y hambrientos durante el
traslado y después sometidos a las duras condiciones del hueco (celdas de
aislamiento), nuestros Cinco Héroes permanecen con la moral alta y su honor
intacto. Nada podrá doblegarlos".
En estos días con un héroe en casa
reconocí a un hombre enamorado de su esposa Rosa Aurora Freijanes Coca, quien
destacó en una ocasión, entre las cualidades más reveladoras de Fernando, su
lealtad a sus compañeros, a sus amigos, a la Revolución y a sus principios.
Y volví a pensar en Magali, su
estoica madre, que lo calificara como un cubano típico, no es un ser
extraordinario ni súper maravilloso, que le gustaba jugar pelota, la música, ir
a fiestas, a la playa con una tienda de campaña, y animaba a los amigos porque "siempre veía las
cosas desde un punto de vista positivo".
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