Wilkie Delgado Correa
“Desde ahora
no consideraría mi muerte una
frustración apenas; sólo llevaré a la tumba la pesadumbre de un canto inconcluso.”
De Che Guevara, del hijo natural de Argentina se
puede decir que desde fecha bien
temprana, con apenas 24 años, se propuso
recorrer y conocer, junto
a un amigo compatriota de 30 años,
la realidad de América Latina, en 1952, en una motocicleta, y es hoy en
día el más universal de los argentinos; del hijo de nacimiento de Cuba,
declarado así por ley legítima dados sus
méritos y contribución
a la historia gloriosa de este
país, se puede expresar que fue el segundo extranjero que alcanzó tal
reconocimiento extraordinario y que esta patria y sus virtudes personales lo
proyectaron como un paradigma hacia
América Latina y el mundo, pues nada de
lo que hizo a partir de la salida expedicionaria hacia Cuba
en el yate Granma, impulsado por las olas y
las alas de la Revolución Cubana, dejó de
estar desde entonces, íntima e indisolublemente, ligado a esta patria de sus realizaciones
y sueños revolucionarios.
Hoy el Che Guevara, a 44 años de su
desaparición física en tierras bolivianas, sigue siendo la encarnación de la
rebeldía y la consecuencia revolucionaria, y su figura no se ha desdibujado ni su ejemplo ha perdido el mensaje de aliento como
renovador de las ideas políticas contemporáneas.
Aun las masas populares de cualquier pueblo del mundo, en festejos, protestas o insurrecciones, ondean su figura como
bandera entrañable y esperanzadora ligada
a un futuro cierto y alcanzable
a través de la lucha, pues como afirmara
en su
carta de despedida a Fidel,
“en una revolución se triunfa o se
muere, si es verdadera.” En una
revolución verdadera, la boliviana, que soñara
que tendría carácter continental, murió Che Guevara en 1967, para alcanzar al paso del tiempo un
triunfo contundente y
trascendente como el de pocos revolucionarios caídos
en la flor de la vida. Los procesos en marcha en el mundo latinoamericano son de cierta manera hechura de de su batallar,
de sus sueños liberadores y de las ideas que iluminaron el pasado
reciente, y resplandecen en el presente
y el futuro de los países de la
América de los cuales se declaró orgulloso hijo de cualquiera uno de ellos.
Del Che Granado, hijo natural también
de Argentina, se sabe que
fue el compañero de Che Guevara
en aquel periplo y en la especie de descubrimiento que ambos jóvenes se
propusieron realizar para dar riendas sueltas a una aventura de sueños
y, de paso, sentir el latido del corazón sufriente de nuestra América.
Poco tiempo después del triunfo de la
Revolución llega a Cuba el Che Alberto
Granado, en 1960, para el reencuentro con el Che
Guevara con la intención de incorporarse a la construcción
de la
nueva sociedad, como hicieron
otros muchos latinoamericanos guiados
por nobles ideales. En 1961 pasa a vivir definitivamente en Cuba. Fue
así que integra el pequeño grupo de
profesores enviados desde La Habana para fundar la Escuela
de Medicina en 1962 y la Escuela de Estomatología
en 1963 en la Universidad de Oriente, situada en Santiago de Cuba.
Además de su desempeño
como profesor de Bioquímica, era
parte del pequeño núcleo de dirección
que enrumbaba a la institución naciente,
y ya a inicios de 1964
se encargaba de la coordinación
de los estudios de los estudiantes de la carrera de
Estomatología. Ambas Escuelas, integrantes de la Facultad de Ciencias
Médicas de la Universidad de
Oriente, deben mucho de su desarrollo en
esos primeros años a la labor fecunda
del profesor Granado -mi
profesor- y al pequeño grupo de docentes
cubanos que abrieron las puertas de las ciencias a decenas y cientos de
estudiantes surgidos del seno de las
clases pobres del pueblo cubano. Como también le debieron sus aportes
otras instituciones académicas y científicas de La Habana, donde radicó a
partir de 1967.
Por su contribución valiosa a la actual
Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba en sus primeros años de
fundación, 41 años después, en el año 2010, ésta le concedió la categoría
honorífica de Profesor de Mérito, que recibió junto con el aprecio y el cariño
de su claustro, y en especial de sus compañeros profesores y alumnos de
entonces.
Ahora que se ha producido la muerte del
otro Che, Alberto Granado, a la longeva
edad de 88 años, vinculado durante cincuenta años a la Revolución Cubana,
desde las filas de su dedicación docente
y científica, y también
desde la de su integración
revolucionaria, se debe recalcar
que su vínculo con el Che Guevara y su quehacer
por divulgar las ideas y la obra
de su amigo entrañable, le dio relevancia a su voz y su figura en
nuestra América y otras partes del mundo. Y se cumplió aquella sentencia que a modo de
dedicatoria en un libro, le escribiera el Che Guevara antes de partir a otras
tierras: “te espero gitano sedentario, cuando el olor a pólvora amaine.”
Ante la muerte del Che Granado,
sólo podemos concluir con las frases referidas por el Che Guevara acerca
de su propia muerte: “Desde ahora no
consideraría mi muerte una frustración
apenas; sólo llevaré a la tumba la pesadumbre de un canto inconcluso.”
Nota: Este trabajo, que tuve el placer de
reproducir en mi página, fue escrito el 8 de marzo del 2011.
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