Jorge Wejebe Cobo
Amanecía el domingo 24 de febrero de 1895 en
la ciudad de Matanzas y Amparo Orbe salió sola a la calle ante la mirada maliciosa de los
carretilleros, quienes iniciaban su jornada pregonando productos
frente a la puerta de los probables compradores.
Tenía 17 años, era menuda, de piel trigueña y llevaba su cabello negro largo y libre y este
contrastaba con el corpiño azul ajustado que llevaba. Sus grandes ojos color
café reflejaban la alegría que
solo se atisba en una mujer cuando va al encuentro de su amor.
Cerca de la estación de trenes de la urbe la
esperaba su novio, Antonio López Coloma,
de 35 años, un colono interesado en ampliar sus propiedades y
casarse con Amparo, pero en realidad esas apariencias ocultaban al colaborador
cercano de Juan Gualberto Gómez, agente secreto de José Martí encargado de
dirigir y coordinar los alzamientos para iniciar la Guerra Necesaria.
Ella compartía, además del amor, las ideas independentistas de López Coloma y
su compromiso con la causa iban más allá de los estrechos márgenes que tenía la
mujer de su época, por lo cual decidió correr la misma suerte que su
pareja al alzarse ambos en armas en el pueblo matancero de Ibarra, para ser una de las pocas
féminas, o quizás la única,
combatiente directa en ese
histórico día.
El
inicio de la insurrección en la cual se implicaría la pareja obedecía a un plan preparado con minuciosidad
por el fundador el Partido Revolucionario Cubano (PRC), para establecer los
objetivos políticos de la gesta, unir voluntades de los núcleos de patriotas
dentro o fuera de Cuba y recabar recursos para la adquisición de armas y
medios.
No escapó a la atención del Apóstol la organización en enero de 1895 de una red de inteligencia
mambisa en La Habana llamada Agencia General Revolucionaria de Comunicaciones y
Auxilios, dirigida por el patriota
santaclareño José Pons Naranjo: “el “Agente Luis”.
La agencia
contó en sus filas con periodistas, intelectuales, curas, comerciantes y
patriotas simples, quienes aportaron a la dirección revolucionaria durante todo
el conflicto, sin ser detectados,
informaciones que incluyeron
hasta planes del propio Capitán General
Valeriano Weyler.
El 29 de enero, Martí
y altos dirigentes del PRC
acordaron enviar la orden a Juan
Gualberto Gómez, que autorizaba “el alzamiento simultáneo, o con la mayor
simultaneidad posible, de las regiones comprometidas (…) durante la segunda
quincena, no antes del mes de febrero”.
Según varias fuentes, unas 35
localidades en distintas partes del
país se levantaron en armas contra el
colonialismo español aquel 24 de febrero, pero principalmente
en la región oriental pudieron consolidarse los focos insurgentes
encabezados por los veteranos
combatientes Bartolomé Masó, Quintín Banderas y Guillermón Moncada, entre
otros.
Una cadena de
circunstancias, en las que no puede excluirse la muy probable acción del
espionaje español, frustró el alzamiento en las cercanías del mencionado poblado de Ibarra y selló trágicamente la
suerte de Antonio López Coloma, Amparo
Orbe y el resto de los complotados de esa región, incluido el propio Juan
Gualberto Gómez.
El general Julio Sanguily, quien iba a
encabezar ese alzamiento, fue detenido
en La Habana inexplicablemente, mientras Manuel García, el famoso prófugo de la
justicia ibérica, conocido como el Robin Hood cubano, conocedor al detalle del
teatro de operaciones de la región y con experiencia militar resultó misteriosamente asesinado ese día por la espalda.
Además, un tren de
tropas llegó muy oportunamente para neutralizar al pequeño grupo de
revolucionarios, quienes fueron dispersados.
Según versiones de la época, López Coloma y su novia iban en un caballo
y al romperse la montura se cayeron y fueron detenidos. Igual destino corrió Juan Gualberto Gómez, posteriormente.
La pareja quedó
recluida en el Castillo de San Severino
en Matanzas, junto a algunos de sus
compañeros y enviados después a la
Fortaleza San Carlos de La Cabaña, donde
López Coloma debió ser juzgado y condenado a muerte.
Ni esa terrible
circunstancia, ni la crueldad de las cárceles colonialistas mermó el amor de la pareja y mucho menos la
entereza e ideales revolucionarios de la casi adolescente Amparo Orbe durante 22 meses hasta que en
noviembre de 1896, López Coloma fue informado que sería fusilado, ante lo cual ambos amantes decidieron
contraer matrimonio.
En la propia Cabaña
se casaron y poco después el joven revolucionario bajaba las escaleras hacia el
Foso de los Laureles para enfrentar el pelotón de fusilamiento con el grito de
¡Viva Cuba Libre!
De la vida posterior de Amparo Orbe se conoce
que se mantuvo fiel a su extraordinaria
historia de amor y patriotismo, no
divulgada lo suficiente para las generaciones presentes y venideras.