Jorge Legañoa Alonso
La Habana, 20 sep (AIN) No por avisado deja de sorprender cómo este hombre de atuendo blanco, y de alma, cruz y zapatos de sacerdote “villero”, rompe los protocolos y se echa en brazos del pueblo, los discapacitados, los ancianos y los niños mientras avanza por la Plaza de la Revolución José Martí.
Es el Papa Francisco, el Misionero de la Misericordia, en esta visita apostólica a Cuba, el que como Juan XXIII está haciendo una verdadera revolución dentro de la Iglesia Católica.
Su actuar diario defiende a los pobres, los derechos humanos, ha sacado una encíclica sobre la degradación socio ambiental.
Esta mañana el sol despertó un poco más tarde, quizás para que los que se congregaron en la Plaza para la misa sufrieran menos el rigor del perenne verano cubano.
Francisco detiene el automóvil, un asistente le acerca un niño de meses, lo besa en la frente, lo bendice, se miran y ambos sonríen, es la complicidad de dos almas nobles.
No camina mucho y vuelve a detener la caravana, esta vez desciende del Papamóvil y encuentra el abrazo de los discapacitados y enfermos que junto a un grupo de religiosas lo esperan desde temprano para saludarle, imagino que no pensaron que de tan de cerca.
Le hacen pequeños regalos, resalta uno: un cuadro pintado por un pequeño discapacitado, Francisco le agradece, conversa unas palabras, le toman fotos; resalta el valor de la pintura y el sentimiento de ese adolescente que ve al Papa junto a una bandera cubana, sonriendo.
Son pequeñas muestras del cariño con que ha sido acogido en esta tierra y su discurso conminando a todos a servir al otro.
Al fondo de la Plaza una imagen habla de otra servidora de la misericordia, la madre Teresa de Calcuta, otra que como Francisco se entregó al otro.
El Sumo Pontífice comienza a hablar y se hace un silencio completo, muchos agitan lo que tienen a mano porque el sol comienza a calentar, otros abren sus paraguas para protegerse.
“Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás”, así lo deja claro el Papa en sus palabras esta mañana.
Es un religioso con una visión clara sobre la pobreza en el mundo y como ningún otro ha denunciado en su pontificado las causas de las injusticias, no solamente los efectos.
Está mucho más cerca de los valores de Jesús, dijo Frei Betto, “es muy fácil tener fe en Jesús, lo más difícil, y eso Francisco lo tiene, es expresar la fe de Jesús”.
“Quien no vive para servir, no sirve para vivir”, es su última oración durante la homilía; la carga de la frase es enorme, dejó a muchos pensando.
Y es que la misericordia tiene en Cuba tierra fértil en valores y así lo reconocía ayer al llegar a Cuba cuando describió a ese cubano que comparte lo único que tiene con el otro, desde la taza de café en la mañana, el poquito de azúcar o sal que le pide el vecino hasta arriesgar la vida por otro como en África en los tiempos del apartheid o más recientemente del Ébola.
Mientras, el Obispo de Roma conmina a acompañar al que sufre por la pérdida de un ser querido, dar un consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, consolar al que está triste y perdonar las ofensas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario