Aída Quintero Dip
Desde el domingo 30 de agosto cuando Olguita me dio la
terrible noticia de tu muerte, quiero escribir de ti, Jose, y no he podido, no me salen las palabras, no
logro expresar la nobleza de los sentimientos que siempre me unieron a ti, no sé qué vocablo utilizar
para no herir la sencillez y naturalidad
con que enfrentaste la vida.
Te recordaré siempre jovial, derrochando alegría por los
cuatro costados, dispuesto a asumir los retos, a resolver cualquier asunto de
tus colegas por muy difíciles que fueran, a dar ánimo, a hacer de la vida un
acontecimiento placentero y feliz.
Siempre nos unió el hecho de ser formados
profesionalmente en esa escuela, nuestra otra universidad: la AIN; dondequiera
que estábamos éramos la gente de la AIN y nos identificábamos enseguida y nos daba
orgullo. Así fue en el periódico Sierra Maestra, cuando coincidimos por varios
años en el trabajo, tú en Información, yo en la Redacción, con Olguita y
Clavel, un equipo inolvidable, con sus defectos y virtudes, pero que se ganó
mis respetos y me enseñó mucho.
Martí dijo que todo el que sirvió es sagrado. Y yo medito
ahora, ante el vacío que nos deja tu ausencia, porque ciertamente unos dan más,
otros menos, otros sencillamente dan. Tú clasifica entre los que mucho dieron
en esos escasos 38 años que te dio la
vida.
Perdurarás, Jose Ángel Álvarez Cruz, porque fuiste un periodista con tu
sello y tu impronta, te distinguiste por el ejercicio sagaz, original, comprometido, objetivo y
otros colegas aprendieron de ti; tuviste
una hija, Kisbel que seguramente será tu mejor obra; de alguna manera escribiste un libro, ese que
regaló el gremio a los 500 años de la otrora villa de Santiago de
Cuba, la ciudad que amaste y te conquistó, y donde hay dos crónicas tuyas; y sembraste un árbol que ramificó afectos
por doquier, alegría con tu jovialidad tan peculiar, tus chistes y travesuras,
tu manera de fastidiar sin herir, sin ofender.
Amaste la vida y la disfrutaste al tope, a tu forma, como
querías, no tuviste trabas, y supiste buscar la virtud que cada cual lleva dentro, lo bueno y útil ante lo adverso,
pero te fuiste tan rápido, tan inesperadamente, cuando podías dar tanto
todavía, que duele.
Ahora te perdono todo, menos que te hayas ido.
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