Sentenciado el fascismo; veredicto
por la vida
Aída Quintero Dip
Si el reportaje
escrito al pie de la horca por el periodista y luchador antifascista checoslovaco, Julios Fucik,
pudiera hablar, probablemente se ganaría
una parte de la batalla por abrirle los ojos a la Humanidad ante el
peligro que se cierne hoy mismo sobre el planeta.
Como un
canto de resguardo a la vida, resuena todavía en los oídos del mundo su sentencia: “Hombres os
amed, estad alerta”.
Parecía que
el fascismo, derrotado el 9 de mayo de 1945, era únicamente una dolorosa página del pasado; sin embargo, hechos casi insólito ocurridos en
este mismísimo siglo XXI indican la urgencia de estar en permanente vigilia.
Imágenes de
torturas infligidas por soldados estadounidenses a confinados en diversas
cárceles del mundo, secuestro de personas, muertes provocadas por guerras
injustas e ilegales, horrorizan a
millones de seres humanos, preocupados porque esa barbarie pueda resurgir como
una bofetada ante el festejo de los 67 años de victoria sobre el fascismo.
Las
víctimas de ese holocausto constituyen su más terrible huella y también la
evocación de la tragedia que significó el cruel sistema, surgido en 1922 en
Italia, con Benito Mussolini, y que tuvo en 1933 su máxima expresión y
desarrollo en Alemania, con Adolfo Hitler, para extenderse después a España,
Polonia, Bulgaria y otras naciones ocupadas e influenciadas por el imperio
germano.
Cortándoles
las alas a la vida fue de casa en casa el fascismo, caracterizado por la
supresión de las libertades democráticas, incluso las elementales; el colapso de las organizaciones obreras y progresistas;
representa el desencadenamiento de la guerra de rapiña con el fin de esclavizar
a los pueblos y conquistar el dominio mundial.
Historias espeluznantes
asociadas a nombres como Bormann, Keitel, Goering, Himmler, Muller, Rolff y una lista
interminable de connotados nazis de la Alemania hitleriana, dejaron cicatrices aún
abiertas en el corazón de los pueblos.
Un
monumento al horror representan los
campos de concentración, como el de Auschwitz, en Cracovia, Polonia, uno de los
más famosos, al cual se le considera la personificación de las atrocidades del
siglo XX.
En ese
sitio hubo un genocidio planificado y organizado, sus víctimas fueron calcinadas
y las cenizas esparcidas por los campos colindantes. La historiografía recoge
que la aberración y la infamia se dieron cita allí como en pocos lugares para
convertirlo en un verdadero infierno, que se hizo aún más notorio por la
instalación de la primera cámara de gas, el 15 de agosto de 1940.
Ante tales
antecedentes es comprensible el reclamo unánime de impedir holocausto como
aquel, al cumplirse 67 años del triunfo
del bien sobre el mal, con el compromiso
de evitar que una tragedia de tal magnitud se repita. Es la ofrenda que podemos
colocar a los pies de los más de 54 millones de muertos y torturados.
Hoy la
política de la administración de los Estados Unidos, con el respaldo de la Unión Europea, tiene gran
coincidencia con los postulados del fascismo, en su práctica unipolar,
hegemónica y de defensa al terrorismo, que paradójicamente dice combatir, razón
suficiente para estar más alerta que en cualquier otra época.
La historia
no olvida la alegría en las calles de los países europeos, el 9 de mayo de
1945, cuando representantes de la
entonces Unión Soviética y del ejército nazi firmaron el Acta de Capitulación
de Alemania, tras la II Guerra
Mundial.
Ahora se
escuchan otros gritos para advertir el peligro del resurgimiento de esa ideología, de corrientes neofascistas
expresadas en el crecimiento de la xenofobia, con ataques de los nacionales a
personas de otros países, sobre todo, latinos y árabes; desarrollo de
manifestaciones y hasta intentos de
escalar posiciones políticas en los
partidos.
No es hora
de brazos cruzados, aunque la humanidad confía en que prevalezca la cordura
para que reine la paz en el planeta, y
ninguna nube empañe los esfuerzos por preservar cuanto la voluntad e
inteligencia de los hombres y mujeres ha creado en la faz de la tierra.