Aída Quintero Dip
“Como hijo era un modelo,
como patriota era otro modelo. Era una maravilla Frank”. Enternecida, herida
ante el dolor de la muerte y orgullosa
por el héroe que le había nacido sin proponérselo, hablaba la
madre, Doña Rosario.
“Hombre inmenso,
revolucionario cabal, capaz de levantar en vida a Santiago de Cuba y de
levantarla también en la muerte”. Con esa imagen tan conmovedora fue retratado
el avezado jefe clandestino santiaguero, Frank País García; por Juan Grau
Durán, uno de los que combatió bajo sus órdenes
en la legendaria ciudad, en los
finales de la década del 50 del pasado
siglo, y que tuvo el honor de contar con su amistad.
“De alguna manera siguió
siendo maestro, educador, así lo demuestran sus admirables lecciones de
patriotismo y el magisterio que ejerció en todos los combatientes”, destacó en una ocasión Asela de los Santos, cercana colaboradora, quien estuvo bajo su dirección en las
acciones del 30 de Noviembre.
En carta a su novia el joven
había revelado: “Tienes una rival que me ha robado en cuerpo y alma…he sufrido
tanto por ella que la amo profundamente, de corazón. He olvidado todo, tú, yo,
los demás, solo ella me interesa. En mis venas
arde un solo deseo: servirla”.
Son pocos los ejemplos de
existencia tan corta -solo 22 años- y que haya ofrendado tanto a la Patria, al punto de haber sido escogida la fecha
de su muerte: 30 de julio (1957) como
Día de los Mártires de la
Revolución, por haber encarnado las virtudes de lo más
prometedor de la juventud en la conquista de la libertad de Cuba.
Anhelaba ser maestro para contribuir a la formación de ciudadanos
dignos, pero se convirtió en educador de superior alcance, lo cual tenía
coherencia con un pensamiento revolucionario de profundo ideario martiano, principios democráticos, y aspiraciones de
que reinara la justicia, lo que contrastaba con su extrema juventud.
Frank cimentó un espíritu
rebelde ante todo dogma, que le valió seguramente ser el alma del levantamiento
armado de su indomable ciudad, el 30 de noviembre de 1956; en su condición de jefe nacional de Acción y
Sabotaje del Movimiento 26 de Julio,
supo organizar y aglutinar las fuerzas
en una acción intrépida para
distraer el poderío enemigo y apoyar el
desembarco del yate Granma, que navegaba
desde México -con Fidel al frente- rumbo
al futuro.
Sobre ese aquel y su guía quedaron para la posteridad las palabras de la
combatiente Gloria Cuadras, quien lo quería como a un hijo: “Frank honró el
uniforme verde olivo y el uniforme verde olivo se honró con él. Lucía muy bien
y tenía una expresión de felicidad en el rostro, que nunca se borró de mi corazón”.
“Verlo con dos lágrimas en
los ojos a un hombre tan valiente fue doloroso, cuando el fracaso del levantamiento
del 30 de Noviembre”, señaló la
Heroína del Moncada, Haydée Santamaría, quien jamás olvidó su
mirada profunda y que desde que lo conoció apreció en él su grandeza.
Había nacido el 7 de
diciembre de 1934, específicamente el día en que se recordaba el aniversario 38
de la caída en combate de otro encumbrado patriota oriundo de esta oriental
ciudad, el General Antonio Maceo
Grajales, uno de los paradigmas de la intransigencia revolucionaria, de cuyo
legado bebieron muchos cubanos.
Estudió en la Escuela Normal para
Maestros de Oriente, donde, al decir de
Asela de los Santos, fue un alumno
brillante, y se graduó el 6 de julio de
1953. Allí asistió a sus primeras manifestaciones y empezó a rebelarse contra los males
imperantes en la época, unido a varios
jóvenes de iguales inquietudes, entre ellos José Tey
Saint Blancard (Pepito), uno de los mártires del levantamiento armado de
Santiago de Cuba, junto a Antonio Alomá
(Tony) y Otto Parellada.
En su biografía sobresalen,
por su trascendencia, las dos entrevistas que sostuvo con Fidel Castro, en México, ante situaciones muy
complejas. En la primera -primeros días
de agosto de 1956-, trataron pormenores
con el propósito de fortalecer el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, ya que
tras la noticia de la detención de Fidel
por la policía mexicana, había
honda consternación en las filas de los revolucionarios, y problemas y
contradicciones en la dirección; en la segunda
-24 de octubre de ese año-, se
analizaron, entre otros asuntos, detalles de la futura expedición del “Granma”,
con el plan de preparar la insurrección,
en la que Oriente desempeñaría un
papel fundamental.
En documentos legados a la
historiografía se calificaba de muy provechosos estos encuentros, con
resultados altamente positivos para el estallido de la Revolución. Y él fue
escogido para el contacto con el líder Fidel Castro en el exterior por la confianza que inspiraba,
responsabilidad y autoridad que supo ganar en la toma de
decisiones.
Tenía el aval de haber
forjado un movimiento clandestino con un sentido de férrea disciplina,
compartimentación, y arrojo admirable, en un Santiago heroico y rebelde, pero
de ancestral hospitalidad, donde
lograron que las casas y su gente fueran
cómplices y colaboradores incondicionales a la causa que defendían.
Ese gesto siempre lo
animó, y era su arma fundamental para el
combate silencioso y arriesgado, que
asumía con la naturalidad de los hombres grandiosos.
Y Santiago y su pueblo le
reciprocaron siempre ese mismo cariño a quien fue considerado el hijo más
querido de la legendaria ciudad.
Por eso los santiagueros tienen una cita sagrada cada
30 de julio, a las 4 y 30 de la tarde, en la peregrinación en honor a Frank y a
Raúl Pujol Arencibia, el compañero de
armas que cayó a su lado; desde el Parque Céspedes hasta el cementerio Santa
Ifigenia, recordando aquella manifestación de duelo de 1957; no importa si hay sol ardiente o si llueve,
este 30 de julio hará 55 años que esa
conmovedora marcha es parte de la vida de su tierra natal.
Sus coterráneos no olvidan ese aciago día de 1957, cuando
los esbirros de la tiranía pro imperialista de Batista le hicieron un cerco
en la casa de un colaborador donde se protegía, junto a Pujol Arencibia. Allí fueron detenidos y
vilmente asesinados en plena calle, víctima de una delación.
Pocas veces se conjugaron en
un luchador de su talla el temple
que incita a la audacia, con ternura y sensibilidad como para tocar el
piano -lo hacía con frecuencia para disfrutarlo o esquivar tensiones-, escribir, desgarrado por el
dolor, un poema a su hermano muerto
-dedicado a Josué, caído el 30 de junio de 1957, a quien había vaticinado “entre los héroes su destino”-,
amar a la madre entrañablemente, o
sentir afecto manifiesto por Celia Sánchez, Haydée Santamaría, Vilma Espín o
Gloria Cuadras.
Como jefe fue respetado y
admirado, más bien un hombre querido,
porque sabía fusionar sus excelentes relaciones humanas con la exigencia
propia de la clandestinidad, según confirmo Vilma más de una vez.
Su pensamiento fue profundo,
de avanzada para la época. Había profetizado,
en tiempos de persecución y represiones, cuando su vida peligraba a cada
instante: “El día que quede un solo cubano que crea en esta Revolución, ese cubano
seré yo”.
Y Frank no temía a la muerte,
así lo validan numerosos testimonios. Arturo Duque de Estrada, uno de sus más
cercanos colaboradores, dijo en una ocasión: “Estoy seguro de que no le
preocupaba morir, sino dejar la misión
inconclusa.”
Su madre Doña Rosario -que
lo conocía como nadie- colocaba invariablemente sobre la tumba de Frank y Josué
-en el cementerio Santa Ifigenia- flores
blancas y rojas, para simbolizar la pureza del primero y la rebeldía del
segundo.
En Cuba y especialmente en su tierra natal, sienten, a pesar de casi 55 años, el vacío de su ausencia, y comprenden mucho
mejor a Fidel, quien al saber la noticia de la muerte de Frank, desde las estribaciones de la Sierra Maestra, dijo: “Qué monstruos, no saben el carácter,
la integridad que han asesinado, no sospecha aún el pueblo de Cuba lo que había
en él de grande y prometedor.”