Leydis Tassé Magaña
Han
pasado ya dos días de la memorable noche en que Frank Fernández tocó junto a la
Sinfónica de Oriente en la Sala Dolores de Santiago de Cuba, y aún se escuchan
en la calle, las frases de aprobación de un público complacido ante un
espectáculo brillante. Y no es extraño, luego de poco más de dos horas con
melodías nacionales y foráneas que parecieron situar al auditorio en una sala
de conciertos de los siglos XVIII y XIX, o simplemente, en las nubes, porque
quienes estaban sobre el púlpito, no se mostraban como músicos, sino como
ángeles conducidos por otro ser superior: Guido López Gavilán.
Ese día
la sala parecía más pequeña que nunca. Numerosas personas se resistían a
abandonar el local por no disponer de un asiento. Así, con un brillo en los
ojos, permanecieron durante toda la velada, levemente interrumpida por las
varias ovaciones de pie ante tamaño talento. Quienes asistieron a “La Dolores”
rieron ante el placer de la música y las jaranas del pianista. Otros, lloraron
ante el “Ave María” dedicado a la madre que nunca lo vio tocar en público.
Un
Mozart, un Tchaikovski, y un Lecuona cobrabron vida tras el rápido movimiento
de las teclas de un piano, en la cinética de los violines y cuanto instrumento
se presentó. Frank se desdobló nuevamente, riendo, sudando y mostrando seriedad
ante cada nota, simplemente, sintiendo la música. Tras cada pieza, unas breves
palabras del pianista. De su voz vino el recuerdo para la Celia Sáncez heroína
y también humana, para el Juan Almeida amigo, el “joven” músico santiaguero
Enrique Bonne allí presente, y para
Santiago y su gente.
Han
pasado dos días desde aquella noche, pasarán más, y se hablará de tal
presentación. Esperanzador que con un Osmany García cantando a plaza abierta
casi en el mismo horario en la ciudad, no pocos santiagueros hayan apostado por
la música de concierto. Consolador que con la actuación del autor de “El
Mekánico” o “El Chupi Chupi”, varios hayan elegido escuchar al compositor de
“La Gran Rebelión” o “Tierra Brava”. Reconfortante tal decisión en estos
tiempos en los que, parafraseando a Frank Fernández en una declaración tan
aplaudida como su obra, lo que mejor se paga no es lo que más vale.
Bravo
para el maestro Guido, para la Orquesta Sinfónica de Oriente, y especialmente
para el pianista, de quien merecidamente el Historiador de la Ciudad de La
Habana Eusebio Leal sentenciara: “Es un artista de tal transparencia y fuerza
mística que nos hace sentir anticipadamente que el alma se asoma a los límites
del cuerpo”. Ciertamente, pudimos apreciarlo esa noche en Santiago, Fernández,
más que por sus múltiples condecoraciones, su indiscutible trayectoria y el
reconocimiento del público y la crítica de 38 países, es grande por derramar en
el teclado, algo que no todos los músicos entregan: el corazón.