Aída Quintero Dip
Rolando Urrutia
Carbonell considera imprescindible la
influencia de su familia en la conducta que ha seguido en la vida: creció
rodeado de personas generosas y nobles que hallaron la mayor felicidad en
servir a los demás.
El entorno
campestre, en la finca La Rosita, del municipio de Songo-La Maya, en la
provincia de Santiago de Cuba, donde nació,
resultó ideal para fomentar buenas acciones, bajo la mirada afectuosa
pero exigente de los padres Juan Gualberto y Milagros Alicia.
“Y de mi abuela
Mirtha -confiesa- que era la bondad personificada, educaba con el ejemplo y
disfrutaba como nadie viendo a los nietos asumir sus sabios consejos en el
comportamiento social y en casa, donde se compartía todo”.
Esa siembra natural
de valores fue fértil para Rolando, quien con apenas 16 años, mientras
estudiaba en el politécnico ferroviario de San Luis, hizo su primera donación
de sangre, respondiendo a una apremiante convocatoria.
Como muestra de la
lección aprendida desde la cuna, tuvo otro gesto altruista en los años 1986 y
1987, al cumplir misión internacionalista en Angola, de la cual atesora
medallas que reconocen su participación en esa gesta, y la dirección ahora de
la Asociación de Combatientes en su área de residencia.
“Siempre he admirado
el desempeño de los médicos dedicados a sanar enfermos y salvar vidas, y cuando descubrí que yo podía poner mi
granito de arena en esa hermosa obra, le di otro sentido a mi vida y decidí ser
donante voluntario de sangre”, dice orgulloso Rolando, el cual atesora 68
extracciones.
“Antes lo hacía
esporádicamente, ahora dono tres veces al año, en fechas históricas como el dos
de Diciembre, para honrar el Día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias; cuatro
de Abril, creación de la Unión de Jóvenes Comunistas; y el 13 de Agosto,
precisamente la última fue ese día en homenaje a los 88 años de Fidel, junto a
mi hijo Rolando que sigue la tradición”.
“Yo iba con mi
padre al Banco de Sangre algunas veces, fui aprendiendo el valor de ese gesto
desinteresado que enaltece a los seres humanos, y en una ocasión le dije:
"papá ya tengo 18 años y el peso adecuado, quiero ser donante como tú´”.
Y así sintió esa
sensación de felicidad al servir a los demás heredada de sus ancestros, con
algo tan suyo como la sangre, ya tiene
16 y piensa continuar, ahora como estudiante de Telecomunicaciones en la
Universidad de Oriente.
“En el CDR tres, de
la zona 295, en el municipio de Santiago de Cuba donde vivimos, señala Rolando
padre, siempre reconocen nuestro ejemplo, pues mi esposa Doris Cleger también
es donante, aunque en estos momentos no puede hacerse ninguna extracción por
indicaciones médicas.
“Tuve experiencias
conmovedoras, recuerda Doris. Un día,
narra, escuché por la radio que en el
Hospital de Maternidad Norte, de la ciudad santiaguera había una parida muy
grave y requería con urgencia una transfusión de sangre O Negativa, que era la
mía. Me dispuse a ir pero no fue necesario, me vinieron a buscar, tenían mi
dirección para esos casos y ayudé a salvarla”.
Rolando trabajó
durante 25 años como chofer en una
empresa de la industria básica, en la
Ciudad Héroe, hoy es cuentapropista en la rama del transporte, pero lo que sí
no ha variado es su comportamiento en la sociedad, muy comprometido con la
Revolución y dispuesto a cumplir cualquier tarea.
Alina Reyes,
organizadora de los Comités de Defensa de la Revolución en el municipio
cabecera, destaca la integralidad de esa familia: “Si se necesita hacer la
guardia cederista para vigilar la tranquilidad del barrio, ellos no faltan; si
hay que mantener las condiciones higiénico-sanitarias de la cuadra, hay que
contar con su aporte; si se requiere donar sangre, ahí están sus brazos”.
Lo más significativo
de esta sencilla historia es que la familia Urrutia-Cleger no es una excepción,
como esta abundan en la geografía santiaguera.
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