jueves, 11 de septiembre de 2014

Padre e hijo comparten el honor de donar sangre



Aída Quintero Dip
  Rolando Urrutia Carbonell  considera imprescindible la influencia de su familia en la conducta que ha seguido en la vida: creció rodeado de personas generosas y nobles que hallaron la mayor felicidad en servir a los demás.
  El entorno campestre, en la finca La Rosita, del municipio de Songo-La Maya, en la provincia de Santiago de Cuba, donde nació,  resultó ideal para fomentar buenas acciones, bajo la mirada afectuosa pero exigente de los padres Juan Gualberto y Milagros Alicia.
   “Y de mi abuela Mirtha -confiesa- que era la bondad personificada, educaba con el ejemplo y disfrutaba como nadie viendo a los nietos asumir sus sabios consejos en el comportamiento social y en casa, donde se compartía todo”.
   Esa siembra natural de valores fue fértil para Rolando, quien con apenas 16 años, mientras estudiaba en el politécnico ferroviario de San Luis, hizo su primera donación de sangre, respondiendo a una apremiante convocatoria.
   Como muestra de la lección aprendida desde la cuna, tuvo otro gesto altruista en los años 1986 y 1987, al cumplir misión internacionalista en Angola, de la cual atesora medallas que reconocen su participación en esa gesta, y la dirección ahora de la Asociación de Combatientes en su área de residencia.
 “Siempre he admirado el desempeño de los médicos dedicados a sanar enfermos y salvar vidas,  y cuando descubrí que yo podía poner mi granito de arena en esa hermosa obra, le di otro sentido a mi vida y decidí ser donante voluntario de sangre”, dice orgulloso Rolando, el cual atesora 68 extracciones.
   “Antes lo hacía esporádicamente, ahora dono tres veces al año, en fechas históricas como el dos de Diciembre, para honrar el Día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias; cuatro de Abril, creación de la Unión de Jóvenes Comunistas; y el 13 de Agosto, precisamente la última fue ese día en homenaje a los 88 años de Fidel, junto a mi hijo Rolando que sigue la tradición”.
    “Yo iba con mi padre al Banco de Sangre algunas veces, fui aprendiendo el valor de ese gesto desinteresado que enaltece a los seres humanos, y en una ocasión le dije: "papá ya tengo 18 años y el peso adecuado, quiero ser donante como tú´”.
    Y así sintió esa sensación de felicidad al servir a los demás heredada de sus ancestros, con algo tan suyo como la sangre,  ya tiene 16 y piensa continuar, ahora como estudiante de Telecomunicaciones en la Universidad de Oriente.
   “En el CDR tres, de la zona 295, en el municipio de Santiago de Cuba donde vivimos, señala Rolando padre, siempre reconocen nuestro ejemplo, pues mi esposa Doris Cleger también es donante, aunque en estos momentos no puede hacerse ninguna extracción por indicaciones médicas.
   “Tuve experiencias conmovedoras, recuerda Doris.  Un día, narra,  escuché por la radio que en el Hospital de Maternidad Norte, de la ciudad santiaguera había una parida muy grave y requería con urgencia una transfusión de sangre O Negativa, que era la mía. Me dispuse a ir pero no fue necesario, me vinieron a buscar, tenían mi dirección para esos casos y ayudé a salvarla”.
   Rolando trabajó durante 25 años como chofer  en una empresa de la industria básica, en  la Ciudad Héroe, hoy es cuentapropista en la rama del transporte, pero lo que sí no ha variado es su comportamiento en la sociedad, muy comprometido con la Revolución y dispuesto a cumplir cualquier tarea.
   Alina Reyes, organizadora de los Comités de Defensa de la Revolución en el municipio cabecera, destaca la integralidad de esa familia: “Si se necesita hacer la guardia cederista para vigilar la tranquilidad del barrio, ellos no faltan; si hay que mantener las condiciones higiénico-sanitarias de la cuadra, hay que contar con su aporte; si se requiere donar sangre, ahí están sus brazos”.
  Lo más significativo de esta sencilla historia es que la familia Urrutia-Cleger no es una excepción, como esta abundan en la geografía santiaguera.

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