Jorge Wejebe Cobo
A finales de 1958 el dictador Fulgencio
Batista solo se preocupaba por organizar su fuga en secreto, para lo cual ordenó la preparación de tres
aviones militares DC 4 y elaboró la
lista de los compinches que lo acompañarían,
mientras su jefe de prensa divulgaba partes en los que anunciaba que los
rebeldes eran derrotados en todo el país, lo cual repitieron hasta el ridículo
el propio primero de enero de 1959 los principales medios estadounidenses.
Él sabía que con su
ejército desmoralizado y derrotado ante las fuerzas rebeldes que habían
tomado la parte central de la Isla y
acechaban Santiago de Cuba, se había acabado también su principal mito político que ayudó a
mantenerlo en el poder y que preconizaba que en Cuba se puede hacer la
Revolución con el ejército o sin el ejército, pero nunca en su contra.
Debió recordar en sus últimos días en el
poder cómo realizó el golpe de Estado del cuatro de septiembre de 1933, engañó a revolucionarios que confiaron en él
y desalojó de los mandos a la oficialidad tradicional que obstruía el paso a
los jóvenes alistados, a quienes
repartió galones, prebendas y cargos a manos llenas.
Así
sedimentó una alta oficialidad oficial incondicional a su voluntad que
lo apoyó también el 10 de marzo de 1952 y lo acompañaría hasta el final de su
régimen.
Pero en el quinto
piso donde funcionaba la Estación de la CIA en la moderna embajada de Estados
Unidos, enchapada en mármol blanco y climatizada hasta en sus sótanos en el Malecón
Habanero, se urdía por primera vez desde aquel lejano 1933 en que
Batista se estrenó como su principal hombre en la Habana, una componenda contrarrevolucionaria sin su
participación directa o como figura de segundo orden.
Los norteamericanos ya le habían hecho saber
a Batista el ocho de diciembre por un enviado especial, que debía dejar el
poder para hacer posible una solución a la crisis del país que conservara los
intereses y dominación estadounidenses.
La carta bajo la manga del Departamento de
Estado y la CIA sería un golpe de estado palaciego y la asunción del poder por
una junta militar en La Habana, formado por generales supuestamente no
comprometidos demasiado con la dictadura y tenían numerosos candidatos para
escoger.
Durante los últimos cinco años que precedieron
a ese invierno de 1958, habían ocurrido hechos que cambiarían el curso de la
historia en Cuba.
El ataque al Cuartel
Moncada de Santiago de Cuba el 26 de
julio de 1953, hizo emerger una nueva vanguardia revolucionaria dirigida por
Fidel Castro y los jóvenes de la generación del Centenario del Apóstol, quienes con su sangre derramada estimularon
en el pueblo la esperanza de que era
posible enfrentarse con éxito a la dictadura y romper con los dogmas que
inmovilizaban a los revolucionarios.
Después vendría el desembarco del Granma y el
inicio de la lucha en la Sierra Maestra, junto a las acciones de la clandestinidad en pueblos y ciudades, todo
lo cual hacía inminente la victoria del
Primero de Enero de 1959.
Pero
antes de eso vendría la puesta de escena preparada por el Departamento de
Estado y la CIA y el primer acto le tocaría a Batista ahora relegado a representar un papel de segunda, cuando anunció su
renuncia a las 12 de la noche del 31 de diciembre de 1958, supuestamente
impelido por una junta militar y partió con sus cómplices como lo planificó.
El General Eulogio Cantillo fue la figura
central del sainete de esa noche al pedir con voz engolada al dictador y en nombre del ejército que renunciara, al
hablar siguiendo el plan de la embajada
y el gobierno estadounidense en La Habana para impedir el ascenso al poder de
la Revolución.
El militar, ante el
hundimiento del ejército, se entrevistó con Fidel Castro en las inmediaciones de Santiago de Cuba el
28 de diciembre y se comprometió con el líder revolucionario que no habría golpes de estado y detendría a
Batista y sublevaría a las unidades militares contra el régimen, pero no
cumplió su palabra.
La componenda no
tuvo éxito y el primero de enero triunfó la Revolución y el ejército de la
dictadura se rendió en Santiago de Cuba y Santa Clara ante el empuje de los rebeldes y la huelga
general ordenada por Fidel desde la ciudad de Palma Soriano, cuando lanzó la consigna de “Golpe militar no, Revolución
sí”.
Los comandantes
Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara ocuparían la ciudad
militar de Columbia y la fortaleza de la
Cabaña los días dos y el tres de enero, respectivamente, y Fidel sería recibido en una manifestación
apoteósica en La Habana el ocho para iniciar una nueva era de la historia
nacional.