Magaly Zamora Morejón
Cuando un niño está
enfermo toda la alegría de la casa se
escapa en un suspiro, se postergan las actividades más elementales y la vida
queda en suspenso, a la espera.
Si el pequeño está
ausente hay una extraña quietud que incomoda y un orden que hace notar la falta
en cada cosa que permanece en su lugar.
Pero si el niño ha
enfermado gravemente y requiere de cuidados intensivos, entonces el corazón
queda en vilo y la vida se circunscribe a una puerta que se abre, un teléfono
que suena o el reloj que marca la hora de un parte médico.
El mundo entero
parece insignificante, con su lucha de partidos políticos, precios que suben o
bajan, efectos del cambio climático y cruzadas guerreristas en nombre de la
paz.
Sin embargo en
medio del dolor, hay una esperanza que sobrevive, como la llama de una vela en
medio de la oscuridad y percibes casi con certeza que existe una posibilidad,
porque todos los recursos están a su disposición, desde el equipo más
sofisticado que mide sus signos vitales, hasta el especialista más capaz.
Nadie te ha pedido
una recomendación, una cédula, ni te llegará después una factura con el costo
hospitalario, pues solo fue necesario acudir el puesto médico más cercano para
ser trasladado en una ambulancia de cuidados intensivos hasta la instalación
adecuada.
Es a esa hora,
cuando a pesar de todo, das gracias porque haya sucedido estando en Cuba, donde
la vida de un infante tiene alta prioridad desde antes de nacer.
Sabes que en
ocasiones has ido al consultorio
médico y te han dicho que no
abrirá, con alguna justificación, que llevas varias semanas tratando de
adquirir sin éxito un medicamento en la farmacia y que a veces demora demasiado
el turno solicitado porque no hay
material para rayos X y el equipo de ultrasonido se rompió.
Pero hoy,
precisamente, tienes la seguridad de que no existe bloqueo que impida que tu
niño reciba los cuidados requeridos, aunque haya habido que mover cielo y
tierra y sortear miles de regulaciones para traer al país los equipos y
medicamentos que los pequeños igual que el tuyo precisan en este instante.
Tú no piensas ahora
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos ni en la Declaración de los Derechos del
Niño, tú solo esperas con ansia el momento en que los juguetes vuelvan a estar
esparcidos por el piso de la casa y los
adornos tengan que ponerse en alto para evitar que las pequeñas
manecitas de tu hijo se los echen
encima.
Hoy solo atinas a
decir gracias, cuando el especialista te informa que la evolución es favorable
y ya no requiere estar en terapia intensiva.
Tal vez en lo
adelante trates de olvidar momentos tan amargos, pero los que se atreven a juzgar a Cuba y cuestionarla por
violación de los derechos humanos, deberían conocer que experiencias como la
tuya se repiten a menudo a lo largo de toda la Isla.
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