jueves, 3 de diciembre de 2015

Aquel difícil bautismo de fuego en Alegría de Pío



Jorge Wejebe Cobo
   Durante los días siguientes al desembarco del Granma el dos de diciembre de 1956 en Las Coloradas, costa sur de la actual provincia de Granma, el jefe de operaciones del ejército en la zona, le preguntó al dictador Fulgencio Batista: "¿General, qué hago con Castro si lo capturo vivo?" y le respondió: "Quémalo, que el aire se lleve sus cenizas y nadie sepa dónde está su tumba. No quiero otro Guiteras."
  Esa fue la misión fundamental  de los uniformados,  quienes por fin pudieron detectar a los  exhaustos expedicionarios y atacarlos por sorpresa el cinco de diciembre en Alegría de Pio.
  Los combatientes del Movimiento 26 de Julio bastante agotados y en malas condiciones después de una larga caminata por terrenos pantanosos  y tras perder la mayoría de la logística elemental, solo llevaban consigo las armas y las municiones y bajo la constante amenaza y vigilancia de la aviación arribaron a Alegría de Pío, lugar situado cerca de Cayo Cruz, en el municipio de Niquero
  “Era un pequeño cayo de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otros abierto a unas abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado. El lugar era mal elegido para campamento, pero hicimos un alto para pasar el día y reiniciar la marcha en la noche inmediata”.
  Así reflejó  Ernesto Che Guevara la llegada al lugar el cinco de diciembre de 1956, en sus vivencias publicadas después del triunfo revolucionario.
  También brindó una narración  muy precisa del comienzo del ataque del ejército, y lo que él estaba haciendo unos instantes antes: “El compañero Montané y yo estábamos recostados contra un tronco, (…) cuando sonó un disparo; una diferencia de segundos solamente y un huracán de balas – o al menos eso pareció a nuestro angustiado espíritu durante aquella prueba de fuego – se cernía sobre el grupo de 82 hombres”.
  El Che  posteriormente resultó herido en el cuello y, además, tuvo que decidir entre cargar una caja de proyectiles y dejar su mochila de las medicinas, lo cual prefiguraría su verdadera vocación de combatiente.
  Fidel con su fusil de mira telescópica enfrentaba a los soldados para hacer pagar cara su vida y mientras apoyaba con su fuego, ordenaba a los expedicionarios internarse en el bosque tupido.
   Almeida en medio del diluvio de disparos le afirmó a un combatiente que pensaba rendirse: !Aquí no se rinde nadie! y dirigió a un grupo que logró retirarse.
  Raúl también encabezó otro grupo y  de forma independiente a los de Fidel y Almeida  salieron del cerco de fuego del enemigo y se internaron en la Sierra.
  Pero los soldados de la dictadura, aunque no pudieron complacer al tirano y asesinar a Fidel y todos sus compañeros en aquel encuentro de Alegría de Pío, se esforzaron en cumplir al pie de la letra el encargo y en los días posteriores del combate  ya habían asesinado a 21, casi todos muertos a mansalva.
  El  cementerio del pequeño pueblo de Niquero fue el escogido por los asesinos para llevar la mayoría de los cadáveres, 16 para incinerarlos y enterrarlos en una fosa común y solo desestimaron tal afrenta por la reacción airada de los pobladores del lugar.
  Entre los caídos se encontraban José Ramón Martínez, Armando Mestre, Luis Arcos Bergnes, Andrés Luján, Jimmy Hirzel, Félix Elmuza, Miguel Cabañas, José Smith Comas, Tomás David Royo, Antonio (Ñico) López, Cándido González, Noelio Capote, René Reiné y Raúl Suárez. 
  Los grupos de sobrevivientes siguieron el derrotero de la Sierra Maestra con el objetivo de unirse al resto de los combatientes y a Fidel, lo cual lograron pocas jornadas después.
  El 18 de diciembre el grupo de Fidel y Raúl se encuentran en un lugar conocido como Cinco Palmas, en Media Luna, en la Sierra Maestra, donde los dos hermanos se abrazaron y en medio de la alegría el líder de la Revolución indagó:
 —“¿Cuántos fusiles traes? —pregunta Fidel a Raúl.
—Cinco.
—¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra”! 
 Solo serían necesarios apenas 24 meses para cumplir ese extraordinario vaticinio, después del difícil bautismo de fuego del Ejército Rebelde en  Alegría de Pío.

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