Jorge Wejebe Cobo
Durante los días
siguientes al desembarco del Granma el dos de diciembre de 1956 en Las
Coloradas, costa sur de la actual provincia de Granma, el jefe de operaciones
del ejército en la zona, le preguntó al dictador Fulgencio Batista:
"¿General, qué hago con Castro si lo capturo vivo?" y le respondió:
"Quémalo, que el aire se lleve sus cenizas y nadie sepa dónde está su
tumba. No quiero otro Guiteras."
Esa fue la misión
fundamental de los uniformados, quienes por fin pudieron detectar a los exhaustos expedicionarios y atacarlos por
sorpresa el cinco de diciembre en Alegría de Pio.
Los combatientes del
Movimiento 26 de Julio bastante agotados y en malas condiciones después de una
larga caminata por terrenos pantanosos y
tras perder la mayoría de la logística elemental, solo llevaban consigo las
armas y las municiones y bajo la constante amenaza y vigilancia de la aviación
arribaron a Alegría de Pío, lugar situado cerca de Cayo Cruz, en el municipio
de Niquero
“Era un pequeño cayo
de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otros abierto a unas
abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado. El lugar era mal elegido para
campamento, pero hicimos un alto para pasar el día y reiniciar la marcha en la
noche inmediata”.
Así reflejó Ernesto Che Guevara la llegada al lugar el
cinco de diciembre de 1956, en sus vivencias publicadas después del triunfo
revolucionario.
También brindó una
narración muy precisa del comienzo del
ataque del ejército, y lo que él estaba haciendo unos instantes antes: “El
compañero Montané y yo estábamos recostados contra un tronco, (…) cuando sonó
un disparo; una diferencia de segundos solamente y un huracán de balas – o al
menos eso pareció a nuestro angustiado espíritu durante aquella prueba de fuego
– se cernía sobre el grupo de 82 hombres”.
El Che posteriormente resultó herido en el cuello y,
además, tuvo que decidir entre cargar una caja de proyectiles y dejar su
mochila de las medicinas, lo cual prefiguraría su verdadera vocación de
combatiente.
Fidel con su fusil
de mira telescópica enfrentaba a los soldados para hacer pagar cara su vida y
mientras apoyaba con su fuego, ordenaba a los expedicionarios internarse en el
bosque tupido.
Almeida en medio del diluvio de disparos le
afirmó a un combatiente que pensaba rendirse: !Aquí no se rinde nadie! y
dirigió a un grupo que logró retirarse.
Raúl también
encabezó otro grupo y de forma
independiente a los de Fidel y Almeida
salieron del cerco de fuego del enemigo y se internaron en la Sierra.
Pero los soldados de la dictadura, aunque no
pudieron complacer al tirano y asesinar a Fidel y todos sus compañeros en aquel
encuentro de Alegría de Pío, se esforzaron en cumplir al pie de la letra el
encargo y en los días posteriores del combate
ya habían asesinado a 21, casi todos muertos a mansalva.
El cementerio del pequeño pueblo de Niquero fue
el escogido por los asesinos para llevar la mayoría de los cadáveres, 16 para
incinerarlos y enterrarlos en una fosa común y solo desestimaron tal afrenta
por la reacción airada de los pobladores del lugar.
Entre los caídos se
encontraban José Ramón Martínez, Armando Mestre, Luis Arcos Bergnes, Andrés
Luján, Jimmy Hirzel, Félix Elmuza, Miguel Cabañas, José Smith Comas, Tomás
David Royo, Antonio (Ñico) López, Cándido González, Noelio Capote, René Reiné y
Raúl Suárez.
Los grupos de sobrevivientes siguieron el
derrotero de la Sierra Maestra con el objetivo de unirse al resto de los
combatientes y a Fidel, lo cual lograron pocas jornadas después.
El 18 de diciembre
el grupo de Fidel y Raúl se encuentran en un lugar conocido como Cinco Palmas,
en Media Luna, en la Sierra Maestra, donde los dos hermanos se abrazaron y en
medio de la alegría el líder de la Revolución indagó:
—“¿Cuántos fusiles traes?
—pregunta Fidel a Raúl.
—Cinco.
—¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la
guerra”!
Solo serían
necesarios apenas 24 meses para cumplir ese extraordinario vaticinio, después
del difícil bautismo de fuego del Ejército Rebelde en Alegría de Pío.
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