miércoles, 18 de mayo de 2016

El Valle de los Ingenios, un sitio para conocer la Ciudad Museo



Tania Rendón Portelles
Ubicado entre el mar y las montañas, al nordeste del municipio de Trinidad, en la provincia de Sancti Spíritus, el Valle de los Ingenios es uno de los paisajes más fotografiados de Cuba y lugar obligado para todo aquel que ame la naturaleza y la historia.
Y es que sus antiguas fincas azucareras son surcadas por extensiones perfectamente cuadriculadas de campos cañeros, interrumpidas por pequeños bosques, caseríos o torres humeantes, así como por arroyuelos y algún que otro guayro, embarcación de fondo plano que navegaba a vela y remo trasladando los productos desde el ingenio hasta un puerto cercano.
Ese panorama, idílico por la hermosura que le otorga el azul del cielo, el verde de la caña en sazón y las franjas ocres y pardas de sus bien trazadas guardarrayas, constituye un monumento de la industria azucarera cubana, la cual estuvo basada en la esclavitud.
Cientos de esclavos africanos dieron vida a las fábricas azucareras y opulentas construcciones que adornan este exuberante entorno natural y que hoy simbolizan un patrimonio único, ya que se conservan más de 70 sitios arqueológicos industriales.
Casas de calderas, de purga, alambique, almacén, torres y pozos, represas y aljibes, viviendas para amos y siervos, enfermería y cementerios, entre otros, integran este complejo monumental, cuya extensión es de más de 270 kilómetros cuadrados.
Durante el siglo XVIII y principios del XIX se asentó en este valle la sacarocracia criolla y extranjera, fomentando uno de los imperios azucareros más fuertes de la Isla.
Sin embargo, su historia es tan antigua como la de la ciudad, ya que según recogen los archivos de Sancti Spíritus, desde tiempos inmemoriales los habitantes autóctonos cultivaron el tabaco, lo que fue asumido por los españoles tan pronto como se asentaron en la nación cubana.
La llegada en 1655 de emigrantes españoles procedentes de Jamaica contribuyó al desarrollo de la industria azucarera en una zona que poseía óptimas condiciones: fértiles tierras, regadas por caudalosos ríos y cercanas a puertos de embarque.
En la segunda mitad del siglo XVIII Trinidad define su vocación azucarera y gracias a ello se levanta como una de las poblaciones más avanzadas de la Antilla Mayor; mientras que para inicios de 1800 se consolidan las grandes fortunas locales.
Aún se conservan 11 casas de hacendados azucareros, las cuales, junto a la cercana ciudad de Trinidad, son testimonios de lo que fueron las antiguas fundaciones españolas en el Mar Caribe.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, sobresale aquí la torre Manaca- Iznaga, de 43,5 metros de alto y erigida como campanario y atalaya, actualmente un símbolo inequívoco de la región.
Entre lo más genuino del folclor local se asienta el Valle, de ahí que no existe turista que llegue a esta encantadora tierra y no vaya a conocer el sitio y subir hasta El Mirador -el punto más alto-, con el fin de disfrutar los restos de un pasado colonial, a través de un territorio que atesora múltiples cualidades tanto naturales como espirituales.

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