Aída Quintero Dip
El combate de El Uvero, ocurrido el 28 de mayo de 1957, al sur del municipio
santiaguero de Guamá, tuvo el mérito de haber sido dirigido personalmente por
el Comandante en Jefe Fidel Castro y simbolizar la mayoría de edad del Ejército
Rebelde, según apreciaciones del legendario guerrillero Ernesto Che Guevara.Con ribetes de leyenda legitimó la historia este episodio de la última etapa de lucha insurreccional por la libertad de Cuba, cuando un grupo reducido de hombres con más coraje que armas venció a un enemigo mejor pertrechado, que supo desde entonces que la intención de los rebeldes iba más allá de tirar tiros.
Para que el ataque al cuartel, situado en una colina, alcanzara esa posición de altura definida por el Che, hubo que lamentar la pérdida de valiosos jóvenes nacidos en el seno del pueblo y dedicados por entero a la causa revolucionaria.
Uno de ellos fue Francisco Soto Hernández, quien el primero de marzo del 57 acudió al llamado de Frank País y formó parte del primer contingente de refuerzo enviado por el líder clandestino a la guerrilla de Fidel Castro, que ya escribía historia de rebelión y bravura en la Sierra Maestra.
Soto Hernández había sido oficial de policía y lo licenciaron por expresar su simpatía con los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953, cuando comenzó a conspirar de lleno contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Miembro del Movimiento 26 de Julio, el fogueado luchador cayó en combate cuando trataba de forzar una de las postas del ejército enemigo para dar acceso a los hombres de su pelotón al cuartel de El Uvero.
Había nacido el 17 de marzo de 1921 en el central Violeta, hoy Primero de Enero, en Camagüey, y vivió su niñez y juventud en el poblado de Cueto, en la antigua provincia de Oriente, el hijo de Tomás Soto y Rosa Hernández, naturales de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias.
Tuvo tiempo de aprender las primeras letras y el oficio de herrero, a los 14 años se inició como minero y ganó así sus primeros jornales. A los 18 años era barrenero en las minas, muestra de que no rehusó las faenas duras para abrirse camino en la vida.
Para Banes se trasladó en 1944, donde comenzó a trabajar como estibador de almacenes de víveres, y también allí conoció el amor, cuando se enamoró de Silvia Lidia Rojas Cruz, con quien se casó y como premio tuvieron una hija que nombraron Esther Francisca.
A solicitud de un pariente se marcha hacia La Habana y empieza a prestar servicio como policía, pero enseguida se insubordina, por lo que es encarcelado en La Cabaña y obligado a realizar trabajos forzados. Al lograr la libertad regresa a Banes donde se licencia e incorpora a los afanes libertarios.
Por su tradición de lucha, consolidada tras el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, esa localidad fue propicia para acrecentar el espíritu de rebeldía del joven Francisco Soto Hernández.
En esa tierra oriental conocían bien a su coterráneo Batista y sabían que este nuevo gobierno no les auguraba mejor situación, por eso cuando tuvieron noticias del ataque al Cuartel Moncada, admiraron al joven abogado Fidel Castro y a sus compañeros de armas, y se dispusieron a seguirlos.
El hijo de Tomás y Rosa comprendió que las acciones de la gesta del Moncada, como bien planteó Fidel, echaron a andar el motor pequeño que impulsaría el motor grande de la revolución, y él se prometió a sí mismo que sería uno de los que estarían en esa epopeya como protagonista.
Supo con amargura de viles acciones que dejaron el triste saldo de camaradas baleados, torturados o muertos, lo que no intimidó a los luchadores, por el contrario, los instó a continuar y cuando fue enviado el primer refuerzo hacia la Sierra Maestra, con orgullo entre los valientes estaba Francisco.
La historia de ese período en Cuba está enriquecida por muchos nombres, fundamentalmente jóvenes, que escribieron con su sangre una hermosa página de heroísmo, ejemplo para las presentes y futuras generaciones.
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