viernes, 2 de diciembre de 2016

¡Hola, compadre Raúl!



Martín A. Corona Jerez
Sentado en un banco, detrás del monumento de la Plaza de la Patria, quisiera poder aprovechar esta larga noche de velorio, para conversar con Raúl, como hacían “antes” los compadres del campo, cuando había “novedad” en la familia.
   Podría, por ejemplo, empezar diciéndole que mi cuñado Luís Pérez tenía 13 años, estaba en Pozo Empalao y vio, bajo unos ramajos de guásima italiana, al expedicionario que cumplía la petición de Raúl de esconderse hasta el otro día.
     El hombre había decidido entregarse a los casquitos, y Raúl, además de quitarle el fusil, le solicitó que lo  hiciera cuando el grupo de compañeros estuviera lejos de aquel lugar.
       Delante de Luís caminaba un casquito, pero el muchacho no dijo nada.
    Le relataría cómo Baldomero Tamayo Cedeño, el alto, fuerte, de manos enormes, se enteró de que Fidel había llegado a la casa de un campesino de La Convenencia y seguía rumbo a Purial de Vicana.
     Baldomero, para sacar a su muchacho del peligro que se respiraba en Ojo del Toro, lo mandó para La Convenencia, a casa de un primo de la mujer, hermano de Daniel Hidalgo (el guajiro visitado por Fidel), el niño supo del cruce del Comandante en Jefe y se lo contó al padre.
   Según Baldomero, cuando se lo dijo a Raúl, este brincó de la piedra donde estaba sentado, lo levantó en peso y le dijo: “¡Ahora sí ganamos, Viejo, ahora sí ganamos!”
    Le diría que me pareció demasiado osada la travesía sin guía de la finca de Neno Hidalgo a Cinco Palmas; pero me gustó la precisión de Ernesto Che Guevara, al decir que desde entonces Raúl fue el segundo jefe de la Revolución, sobre todo porque conservó las armas después de la dispersión en Alegría de Pío.
    Preguntaría si aprendió y usó las 12 palabras torneadas que le enseñaba un campesino de la Sierra Maestra, para salvar la vida en los combates, como había hecho el padre del guajiro en la Guerra de Independencia.
   Podría preguntarle por qué Fidel y él solo se volvieron a reunir en Cinco Palmas una vez, en 1986.
   Lo elogiaría, porque lo vi en 1994 discutiendo, horas y horas, con dirigentes de todos los organismos, provincias y municipios del país, en las reuniones llamadas del ¡Sí se puede!, para diseñar cambios en temas de alta política y de la más menuda cotidianidad.
     Comentaría su revelador discurso en la Cumbre de las Américas en Ciudad de Panamá.
    Expresaría mi agrado ante el reconocimiento de Fidel, más de una vez, al pensamiento propio e independiente de su hermano menor.
    Le diría que su información del deceso de Fidel la ubico entre las más estremecedoras que he escuchado. Recordé la arenga de Máximo Gómez al Ejército Libertador para informa la muerte de Antonio Maceo.
    Destacaría que Fidel conoció que moriría a los 90, y lo dijo, y  en la pasada década del 60, un espiritista oriental, José Ramírez, le dijo a un campesino que Fidel gobernaría hasta los 80 años.
    Agregaría que el Comandante en Jefe, guerrero victorioso hasta la médula, escogió bien la fecha para morir, porque Cuba se ha convertido en centro noticioso del planeta, y la etapa de cambio presidencial en Estados Unidos dificulta la creación de eventos alternativos, para desviar la atención de la prensa.
    En ese sentido, le recordaría lo que hicieron los gobernantes estadounidenses cuando el Papa Juan Pablo II visitó a Cuba, y cuando los primados de la Iglesia Ortodoxa Rusa y la Iglesia Católica firmaron, en La Habana, un pacto de trascendencia sin precedentes.
    Me gustaría darle el pésame por el fallecimiento de Fidel, y le diría que no tengo palabras para calificar la entereza del hombre que, con personalidad propia, sigue al hermano mayor desde la niñez.
   Afirmaría que Fidel es Fidel, como Cuba es Cuba, y Raúl es, sencilla y brillantemente, fiel. No hubo casualidad cuando los padres lo nombraron Raúl Modesto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario