miércoles, 21 de diciembre de 2016

Reverencia a la obra de maestros y maestras


Aída Quintero Dip
    Quién no tuvo alguna vez un maestro o maestra inolvidable, al que evoca  con cariño más allá del tiempo y la distancia;  ese ser noble y paciente, pleno de saberes, que enseñó letras, números, oraciones, conceptos, pero también dio amor, educó y aportó enseñanzas para toda la vida.
   Ernestina se llamaba la mía, ya no está entre nosotros, pero ocupa un sitio privilegiado en mi corazón.
   Era profesora de Inglés en la secundaria básica y le ponía tanta pasión a cada clase que me encantaba oírla y deseaba con ansias que llegara su turno en el aula para aprender de su sapiencia, en el sentido más amplio del término, porque tributaba junto al conocimiento, alegría, generosidad, en fin valores...
   A Ernestina y a otros tantos maestros, maestras, profesores, pedagogos que abrazaron el magisterio por amor y vocación, y hasta a quienes lo asumieron por necesidad y también sembraron; seguramente dedicó José de la Luz y Caballero su célebre frase: “Enseñar puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”.
   Mis hijos Celia y Félix también tuvieron su Ernestina, su evangelio vivo; el mejor maestro o maestra al cual colocaron más allá de un pedestal en su propio corazón,  en la primera edad en que cada concepto se hace imprescindible para la vida, o en la adolescencia y en la juventud cuando precisan igualmente cimentarse y fomentarse.
   Celia, ya graduada universitaria, siempre habla con un respeto y admiración infinitos de Josefina, su profesora predilecta en la carrera de Derecho de la Universidad de Oriente, donde sobresalía por su erudición y su ternura.
   En lo que llamaba con orgullo su segunda casa, esa pedagoga fue confesora, guía, madre y con peculiar dulzura convocaba al desafío cognoscitivo para convertir la cultura jurídica en parte indisoluble de la sociedad cubana.
   Hoy se le rinde homenaje a todos los docentes de la Isla, extensivo con especial cariño a los que dieron el paso al frente para que Cuba se declarara Territorio Libre de Analfabetismo en América, el 22 de diciembre de 1961, fecha escogida para celebrar el Día del Educador.
   También se reconoce a quienes andan fuera de fronteras enseñando, forjando nuevos sueños a los hijos e hijas de pueblos hermanos, y a los que con la aplicación del programa Yo sí puedo escribieron historias realmente conmovedoras.
   Una felicitación muy exclusiva a todos los que en estos días de merecido tributo siguen de pie en el responsable puesto frente al aula, y a quienes serán congratulados con premios, medallas y distinciones para reverenciar la valía de su obra.
   Este Día del Educador permite apreciar la colosal obra educacional que atesora la nación cubana, la cual constituye una de nuestras principales conquistas, una verdadera joya en términos de derechos humanos.
   Las transformaciones que se acometen en el sector retoman hoy caminos ya transitados y otras emprenden nuevos senderos, que profundizan y agudizan la mirada para elevar la calidad del proceso educativo, como propósito esencial de una Revolución muy celosa en la formación de las nuevas generaciones.

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