jueves, 8 de diciembre de 2016

Mi Fidel



Aída Quintero Dip
  Desde niña aprendí a querer a Fidel, era algo inconsciente, intuitivo, yo siempre le decía a mi padre qué grande tú eres papá, y él me explicaba, mira mi cielo, yo soy un hombre alto, el grande es Fidel.
  Yo lo recordaba vagamente vestido de verde olivo junto a un grupo de rebeldes barbudos, cuando pasaron en camiones por mi barrio en El Caney al triunfó la Revolución, en enero de 1959, y la algarabía del pueblo por la victoria, todo el mundo quería abrazarlo o, aunque fuera, tocarle las manos.
  Después escogí la carrera de Periodismo, me fascinaba ser cronista de mi tiempo, y qué tiempo tan hermosos me tocó vivir y reseñar, no me arrepentiré nunca de esa elección, que me dio la oportunidad única de estar cerca de él en innumerables ocasiones.
  La que me marcó para siempre fue la del 11 de marzo de 1978, cuando Fidel encendió la Llama Eterna que arde en honor a los héroes y mártires del II Frente Oriental Frank País; era el aniversario 20 de la creación del frente guerrillero que comandó Raúl en los tiempos de la guerra de liberación nacional, y Fidel habló y la gente de allí tan patriotas, tan revolucionarios, no cabía del orgullo.
 Tuve la alta responsabilidad de atender esa cobertura y también el recorrido del Comandante en Jefe y los demás dirigentes de la Revolución por instalaciones de ese municipio, como el Palacio de Pioneros, ciento por ciento obra de la Revolución.
   Entre tantos periodistas cubanos y extranjeros me escogieron para reseñar el recorrido, en mi condición de santiaguera, y yo estaba entre feliz y nerviosa; el fotógrafo del periódico Granma, escogido también, me decía hoy es un día grande para ti y en verdad lo fue, apenas me había graduado unos meses antes. Era mi primera gran oportunidad de lucirme en el reporte periodístico y lo logré, hasta me felicitaron.
  Después tuve otro tremendo privilegio profesional: me seleccionaron para la cobertura del centenario de la viril Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de 1978, en el mismo escenario de los hechos cuando la hidalguía e intransigencia revolucionaria de Cuba brilló en lo más alto en la voz de Antonio Maceo. Y aquel discurso inolvidable, patriótico de Fidel y yo dichosa reportando.
  Así se sucedieron vivencias junto al Comandante en Jefe con delegaciones de alto nivel que visitaban la ciudad de Santiago de Cuba, Cuna de la Revolución, que acrecentó su gloria cuando el primero de enero de 1984 Fidel le entregó el Título Honorífico de Héroe de la República de Cuba y la Orden Antonio Maceo, y todo el mundo quería visitar la legendaria urbe.  Y qué honor poder estar allí como testigo.
  En aquellos años Fidel inauguró muchas obras en esta tierra oriental, varias de las cuales tuve la oportunidad de reseñar, además de aniversarios del asalto al Cuartel Moncada, el que había atacado el 26 de julio de 1953 al frente de un grupo de jóvenes corajudos. Recuerdo, asimismo, con mucho cariño sus palabras tan emocionantes para Santiago y su rica historia en un aniversario del triunfo de la Revolución, celebrado en el propio corazón de la ciudad en el emblemático Parque Céspedes, desde donde se dirigió al pueblo para proclamar el triunfo el Primero de Enero.
  Durante los años 1986 y1987, cuando La Habana se convirtió en un laboratorio de la Revolución, dicho así por el propio Fidel, yo tuve la suerte de estar trabajando en la Agencia de Información Nacional,  ahora Agencia Cubana de Noticias, en la capital cubana. Y de qué manera aproveché esa coyuntura.
  Así estuve en diversos encuentros del líder con intelectuales, médicos de la familia, constructores, en inauguraciones de obras, visitas a distintos sitios; a veces ni la propia dirección de la Agencia sabía que donde yo estaba había llegado Fidel, y yo llamaba, no se preocupen estoy aquí y ya se sabía que tendríamos la noticia, pues muchas veces él iba a los lugares sorpresivamente.
  Hay oros momentos que no puedo olvidar: yo tuve el honor de ser delegada  a tres Congresos de la Unión de Periodistas de Cuba, el quinto, séptimo y octavo, y lo más importante: con la dicha de tener su aleccionadora presencia en los dos primeros, ya en el octavo él se había enfermado y nos acompañó Raúl.
 Visionario al fin, estratega al fin, Fidel nos había dicho después del séptimo que los delegados e invitados nos reuniríamos con él cada seis meses, en una especie de pleno ampliado de la UPEC, ya que no sabía si para el próximo Congreso (el octavo) estaría con lucidez suficiente, en condiciones de estar con nosotros, y así fue.
  Sobre todo su compañía en el Séptimo Congreso, en marzo de 1999, fue verdaderamente histórica, eran tres días de sesiones y a propuesta suya se extendió a cinco, pues decía que necesitaba conspirar con nosotros sobre muchas ideas para perfeccionar nuestra obra, nuestro proyecto social.
  Ese Congreso concluyó con la visita a la Escuela Latinoamericana de Medicina, él tenía un interés especial  de que los periodistas se acercaran a esa gigantesca obra, ejemplo de la solidaridad de Cuba, y para mí resultó, además,  una demostración de la dimensión humana y revolucionaria de este inmenso hombre.
  También nos pidió con la modestia que lo caracterizaba que quería que los consideráramos un periodista más en las filas de la UPEC,  y con qué orgullo lo aceptamos con un aplauso que tronó en el Palacio de Convenciones.
  Y realmente Fidel fue un extraordinario periodista, lo demostró siempre y al final de su vida, cuando había renunciado a la dirección del país por su salud resquebrajada, hacía esas excelentes reflexiones que nos quedan para la historia de Cuba como una lección permanente.
  Nos invitó a una Tribuna Abierta, en el Palacio de Convenciones,  en La Habana, en enero de 2000 por la liberación de Elián, también a la inauguración del Amadeo Roldán, reconstruido luego de ser prácticamente quemado, y de las instalaciones de Bellas Artes, en la Habana Vieja, en ese afán suyo también por cimentar una cultura general integral en el pueblo.
  Ahora que tuve la triste misión de testimoniar el dolor del pueblo santiaguero ante su desaparición física, este aciago 25 de noviembre de 2016, me queda el consuelo de haber tenido mi propio Fidel, ese que cada cubano tiene muy dentro, allí cerca del corazón, donde se conservan los hechos más preciados y sagrados y las personas más queridas.

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