jueves, 16 de abril de 2015

Sencillamente, Santiago



Leydis Tassé Magaña
   Amanece en Santiago y desde temprano se siente a Berta la pregonera en la calle Enramadas, mientras la multitud sube y baja por la populosa arteria; unos para trabajar, otros, en sus tareas cotidianas o sencillamente, para transitar una urbe a la que el tiempo no ha amilanado sus encantos.
  Si bien cuando el Adelantado Diego Velázquez de Cuellar la fundó en 1515 y la estableció como la primera capital de la Isla de Cuba, no imaginaba quizás el conquistador que aquella acción sellaría hoy una historia de cinco siglos.
  Al recorrer la villa, seguramente, marcados por la rutina, pocos pensarán en sus antepasados: los españoles que irrumpieron en este espacio para hacerlo suyo; los aborígenes subyugados y catequizados en nombre de un Dios que no conocían; los africanos sometidos como animales para producir la riqueza con la que se erigió una tierra de esplendor, y los inmigrantes franceses y chinos que, mucho tiempo después, dejaron su cultura. 
  Probablemente, al bailar con Cándido Fabré en la calle Trocha o en el Paseo Martí durante los Carnavales, nadie recuerde que esas festividades surgieron en la etapa colonial, cuando se celebraba una procesión en las inmediaciones de la Catedral, en honor a Santiago Apóstol, Santo Patrón de la ciudad, al que esta debe su nombre.
  No obstante, los santiagueros aman su terruño, basta comprobarlo con la risa en sus rostros, la frase amistosa, la ocurrencia en la cola del pan o de la guagua, la música en cada esquina, la preocupación de los unos por los otros, el caminar agitado, o la declaración del joven a la muchacha en plena calle de que “si cocina como camina, se come hasta la raspa”.   
 En el Parque Céspedes, unos trovadores improvisados demuestran la musicalidad que los santiagueros llevan en la sangre, cuando tararean el María Cristina me quiere gobernar, de Ñico Saquito, o Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, y de repente pasa una mulata, interrumpen la melodía y lanzan un chiflido.
  Es posible encontrar ahí también a Benny Moré reencarnado en la figura de Billy, un santiaguero que a pesar del sofocante calor que caracteriza a la urbe, siempre anda en traje, sombrero y bastón, interpretando, como nadie, las canciones del Bárbaro del Ritmo.
  A lo lejos, las montañas hacen de este terruño una ciudad anfiteatro, encaramada sobre terrazas que descienden hacia el mar y cuyo mayor espectáculo es la intensidad con la que viven sus pobladores.
  La bahía, segunda de mayor importancia en Cuba, tiene también su historia, construida por varios protagonistas, desde los corsarios y piratas que la pusieron en su mira de ataque, hasta los santiagueros, que, en solidario gesto, guardaban armas y medicinas para los mambises en sus cayos y accidentes.
  Si le preguntan a un pescador que cada día encuentra en esas aguas el sostén, y los poetas que hallan en ella una inspiración, dirán lo mismo sobre el singular accidente geográfico.
  Disímiles son los sitios que ameritan ser visitados en Santiago de Cuba, por su belleza, originalidad y, sobre todo, por el significado que entrañan, de ahí que casi todos los nativos, desde pequeños, conozcan cada rincón, interés transmitido de generación en generación.
  Cómo no conocer las calles que transitaron sus abuelos para enterrar a un Frank País asesinado; las casas donde se cosieron uniformes verde olivo; los sitios donde las madres lloraron a sus hijos mutilados por los regímenes de oprobio; el santuario donde se venera a la Virgen de la Caridad, cuya imagen acompañó a tantos de los héroes de la manigua; o el Cuartel que una juventud sedienta de justicia asaltó en 1953. 
  Es la ciudad donde Haydée Santamaría no traicionó la causa en la que creía a pesar de las torturas que, por el mismo motivo, se le aplicaban a su hermano Abel; donde Doña Rosario, además de su hijo Frank, perdió también a Josué; donde en 1951 se depositaron los restos de Martí en majestuoso Mausoleo y muchos años después, el pueblo cubano despidió al Comandante de la Revolución Juan Almeida, en su partida a la eternidad.
  Pocos desconocen la Gran Piedra; El Castillo del Morro; la Placita de Santo Tomás; la Granjita Siboney; la Plaza de Marte; la casa de Diego Velázquez, la más antigua de América; la Isabelica, para degustar un sabroso café y el cementerio Santa Ifigenia, Monumento Nacional, donde descansan los seres que vieron vivir o morir.
  Imposible visitar a Santiago y no subir una loma, contar con ayuda ante cualquier situación, o escuchar  alguna voz campechana enunciando el conocido “nagüe” para saludar a un amigo y “zapote” para referirse a la fruta que en otras provincias de Cuba llaman mamey.
  Constituye una experiencia única arrollar al compás de la conga, la de San Agustín, Los Hoyos o cualquier otro conjunto que interprete esa pegajosa melodía con la que tal parece que el suelo se abre debajo de los pies y el sudor inunda todo el cuerpo.
  Disfrutar de ese ritmo en los barrios de Martí, San Pedrito, Los Maceo, Flores, u otra comunidad donde suene el tambor y la corneta china, significa contemplar un bloque humano en perfecta armonía, a pesar de la espontaneidad con la que las personas salen de sus casas  y se unen al grupo.  
   Es también un espectáculo el placer con el que se baila en la Casa de la Trova Pepe Sánchez, donde un cartel da la bienvenida anunciando que la trova no ha muerto, y es verdad, porque ante el sonido de la guitarra y las maracas, una multitud se congrega al interior del recinto y sus inmediaciones para disfrutar de ese género popular único y que representa a la cultura cubana en todo el orbe.
  Transitar la urbe santiaguera, además de sofocarse con el intenso calor, es deleitarse con la simbiosis entre la obra de la naturaleza y la del hombre, que dio lugar a una ciudad paisaje y laberíntica, matizada por el techado rojo de sus casas coloniales, muchas de las cuales se mantienen, y otras se restauran ante los preparativos para festejar el medio milenio.
 Con razón muchos afirman que la ciudad no sería la misma sin el mar, debido a la hermosa vista que le imprime, y al ambiente bohemio, caribeño e ideal para enamorar, que propicia ese paisaje azul.
  No resultó extraña entonces la iniciativa de la Oficina del Conservador de la Ciudad de construir un Malecón desde el comienzo del paseo de La Alameda hasta el edificio de la Aduana del Puerto, un sitio más para escuchar al trovador, enamorarse, compartir alegrías, sueños, y quizás tristezas.
  Será tal vez el espacio para rememorar acontecimientos que han marcado la vida de todos, como el de octubre de 2012, cuando la naturaleza nombró Sandy a su furia, y la urbe sufrió uno de los huracanes más devastadores de su historia.
  Acertadamente un periodista santiaguero llamó aquel instante la noche más larga, porque, hasta los más valientes, se azoraron con la fuerza de las rachas superiores a 230 kilómetros por hora que afectaron el fondo habitacional, más del 80 % del arbolado, y provocaron cuantiosos daños materiales.
  Pasarán muchos años y varias generaciones recordarán como el primer día aquel fenómeno natural, pero especialmente, la virtud de los hombres y mujeres que, sin techo en sus casas, pusieron la mano en el hombro de quien lloraba también por sus pérdidas, o prestaron su cocina de gas para que la vecina calentara la leche de su pequeño frente a la ausencia del fluido eléctrico.
  No se olvidarán tampoco las tertulias en los barrios aquellos días, cuando los vecinos se reunían en las calles para amenizar las noches, conversando, haciendo chistes, o rememorando, en tono risible, el corre-corre ante el huracán, algo muy  característico del cubano, reír a pesar de los problemas.
  Quien no ha exclamado ¡misericordia! ante los temidos movimientos telúricos en Santiago de Cuba, zona de mayor peligrosidad sísmica en el país y, a pesar del miedo, ha contado luego, jocosamente, las historias que demuestran las más insospechadas reacciones del ser humano ante el peligro, como la frase que se oyó decir a alguien: “hasta los cojos corrieron”.
    Santiago es más que un espacio físico, representa folclor, sabor, idiosincrasia, religión, sensualidad, calor, playa, sol, ron, café puro, por solo citar algunos valores que la identifican en todo el mundo, y la sitúan como la Capital del Caribe.  
  Es por ello que cada año, desde abril de 1981, en la primera semana de julio, se celebra aquí un Festival en honor a esa región, que ha devenido un notable suceso artístico y académico por su alcance socio-cultural, que los pobladores y la ciudad anfitriona esperan cada año, cuando reciben visitas de muchas latitudes. 
  Igualmente, la villa, en marzo, se convierte en sede del Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez in Memoriam, una verdadera fiesta del género que convoca a varios realizadores noveles y de experiencia, para socializar sus materiales y profundizar en la obra de Álvarez, una de las figuras cumbres de la cinematografía cubana y latinoamericana, autor de obras legendarias como Now y Hanoi martes 13. 
  El medio milenio de la villa es, desde hace un tiempo, uno de los principales temas de conversación, porque un cumpleaños así no se festeja  todos los días, mucho menos, conservando tantos encantos, de ahí que julio, como reza el argot popular se espere “como cosa buena”, no solo por el Festival del Caribe y los Carnavales, sino también por el calor humano y la algarabía que inundará cada rincón.
  A propósito de la celebración, se remozan instituciones de diversos sectores, la ciudad luce más linda y se advierte en las expresiones de la gente un brillo inigualable, desde los niños hasta los más longevos, estos últimos, admirados con la evolución de la ciudad en la que construyeron sus sueños, y que heredará su descendencia para seguir forjando historia.
  Son los sueños con los que los héroes y mártires lucharon sin desmayar; con el que sus familias soportaron el dolor; con los que Berta pregona sus remedios para el cuerpo y el alma; con los que los juglares tocan en el Parque Céspedes; con los que el Benny oriental canta y con los que se enfrentan los momentos duros de la vida.
  Son esos sueños, hechos realidad en la gente común, los que definen, sencillamente, a Santiago.

1 comentario:

  1. Muy lindo el artículo Leydis, a pesar de tu corta edad has descrito muy bien a la ciudad que te vio nacer, me priva leer tus letras, es un placer leer tus artículos de prensa, no pares de escribir, eso te hará cada vez mejor, eres una perla de Santiago de Cuba, la cuna de mi género preferido: La trova de Sindo, la exquisitez del mejor trovador de Santiago de Cuba y su mejor cuerda.( Rigoberto Hechavarria ( Maduro ) te seguiré en tus letras, son fascinantes!

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