Leydis Tassé Magaña
Amanece en
Santiago y desde temprano se siente a Berta la pregonera en la calle Enramadas,
mientras la multitud sube y baja por la populosa arteria; unos para trabajar,
otros, en sus tareas cotidianas o sencillamente, para transitar una urbe a la
que el tiempo no ha amilanado sus encantos.
Si bien cuando el
Adelantado Diego Velázquez de Cuellar la fundó en 1515 y la estableció como la
primera capital de la Isla de Cuba, no imaginaba quizás el conquistador que
aquella acción sellaría hoy una historia de cinco siglos.
Al recorrer la
villa, seguramente, marcados por la rutina, pocos pensarán en sus antepasados:
los españoles que irrumpieron en este espacio para hacerlo suyo; los aborígenes
subyugados y catequizados en nombre de un Dios que no conocían; los africanos
sometidos como animales para producir la riqueza con la que se erigió una
tierra de esplendor, y los inmigrantes franceses y chinos que, mucho tiempo
después, dejaron su cultura.
Probablemente, al
bailar con Cándido Fabré en la calle Trocha o en el Paseo Martí durante los
Carnavales, nadie recuerde que esas festividades surgieron en la etapa
colonial, cuando se celebraba una procesión en las inmediaciones de la
Catedral, en honor a Santiago Apóstol, Santo Patrón de la ciudad, al que esta debe
su nombre.
No obstante, los
santiagueros aman su terruño, basta comprobarlo con la risa en sus rostros, la
frase amistosa, la ocurrencia en la cola del pan o de la guagua, la música en
cada esquina, la preocupación de los unos por los otros, el caminar agitado, o
la declaración del joven a la muchacha en plena calle de que “si cocina como
camina, se come hasta la raspa”.
En el Parque
Céspedes, unos trovadores improvisados demuestran la musicalidad que los
santiagueros llevan en la sangre, cuando tararean el María Cristina me quiere
gobernar, de Ñico Saquito, o Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, y de repente
pasa una mulata, interrumpen la melodía y lanzan un chiflido.
Es posible
encontrar ahí también a Benny Moré reencarnado en la figura de Billy, un
santiaguero que a pesar del sofocante calor que caracteriza a la urbe, siempre
anda en traje, sombrero y bastón, interpretando, como nadie, las canciones del
Bárbaro del Ritmo.
A lo lejos, las
montañas hacen de este terruño una ciudad anfiteatro, encaramada sobre terrazas que descienden hacia el mar
y cuyo mayor
espectáculo es la intensidad con la que viven sus pobladores.
La bahía,
segunda de mayor importancia en Cuba, tiene también su historia, construida por
varios protagonistas, desde los corsarios y piratas que la pusieron en su mira
de ataque, hasta los santiagueros, que, en solidario gesto, guardaban armas y
medicinas para los mambises en sus cayos y accidentes.
Si le preguntan a
un pescador que cada día encuentra en esas aguas el sostén, y los poetas que
hallan en ella una inspiración, dirán lo mismo sobre el singular accidente
geográfico.
Disímiles son los
sitios que ameritan ser visitados en Santiago de Cuba, por su belleza,
originalidad y, sobre todo, por el significado que entrañan, de ahí que casi
todos los nativos, desde pequeños, conozcan cada rincón, interés transmitido de
generación en generación.
Cómo no conocer
las calles que transitaron sus abuelos para enterrar a un Frank País asesinado;
las casas donde se cosieron uniformes verde olivo; los sitios donde las madres
lloraron a sus hijos mutilados por los regímenes de oprobio; el santuario donde
se venera a la Virgen de la Caridad, cuya imagen acompañó a tantos de los
héroes de la manigua; o el Cuartel que una juventud sedienta de justicia asaltó
en 1953.
Es la ciudad
donde Haydée Santamaría no traicionó la causa en la que creía a pesar de las
torturas que, por el mismo motivo, se le aplicaban a su hermano Abel; donde
Doña Rosario, además de su hijo Frank, perdió también a Josué; donde en 1951 se
depositaron los restos de Martí en majestuoso Mausoleo y muchos años después,
el pueblo cubano despidió al Comandante de la Revolución Juan Almeida, en su
partida a la eternidad.
Pocos desconocen
la Gran Piedra; El Castillo del Morro; la Placita de Santo Tomás; la Granjita
Siboney; la Plaza de Marte; la casa de Diego Velázquez, la más antigua de
América; la Isabelica, para degustar un sabroso café y el cementerio Santa
Ifigenia, Monumento Nacional, donde descansan los seres que vieron vivir o
morir.
Imposible visitar
a Santiago y no subir una loma, contar con ayuda ante cualquier situación, o
escuchar alguna voz campechana
enunciando el conocido “nagüe” para saludar a un amigo y “zapote” para
referirse a la fruta que en otras provincias de Cuba llaman mamey.
Constituye una
experiencia única arrollar al compás de la conga, la de San Agustín, Los Hoyos
o cualquier otro conjunto que interprete esa pegajosa melodía con la que tal
parece que el suelo se abre debajo de los pies y el sudor inunda todo el
cuerpo.
Disfrutar de ese
ritmo en los barrios de Martí, San Pedrito, Los Maceo, Flores, u otra comunidad
donde suene el tambor y la corneta china, significa contemplar un bloque humano
en perfecta armonía, a pesar de la espontaneidad con la que las personas salen
de sus casas y se unen al grupo.
Es también un
espectáculo el placer con el que se baila en la Casa de la Trova Pepe Sánchez,
donde un cartel da la bienvenida anunciando que la trova no ha muerto, y es
verdad, porque ante el sonido de la guitarra y las maracas, una multitud se
congrega al interior del recinto y sus inmediaciones para disfrutar de ese
género popular único y que representa a la cultura cubana en todo el orbe.
Transitar la
urbe santiaguera, además de sofocarse con el intenso calor, es deleitarse con
la simbiosis entre la obra de la naturaleza y la del hombre, que dio lugar a
una ciudad paisaje y laberíntica, matizada por el techado rojo de sus casas
coloniales, muchas de las cuales se mantienen, y otras se restauran ante los
preparativos para festejar el medio milenio.
Con razón muchos
afirman que la ciudad no sería la misma sin el mar, debido a la hermosa vista
que le imprime, y al ambiente bohemio, caribeño e ideal para enamorar, que
propicia ese paisaje azul.
No resultó
extraña entonces la iniciativa de la Oficina del Conservador de la Ciudad de
construir un Malecón desde el comienzo del
paseo de La Alameda hasta el edificio de la Aduana del Puerto, un sitio más
para escuchar al trovador, enamorarse, compartir alegrías, sueños, y quizás
tristezas.
Será tal vez el
espacio para rememorar acontecimientos que han marcado la vida de todos, como
el de octubre de 2012, cuando la naturaleza nombró Sandy a su furia, y la urbe
sufrió uno de los huracanes más devastadores de su historia.
Acertadamente un
periodista santiaguero llamó aquel instante la noche más larga, porque, hasta
los más valientes, se azoraron con la fuerza de las rachas superiores a 230 kilómetros por hora que afectaron el fondo habitacional,
más del 80 % del arbolado, y provocaron cuantiosos daños materiales.
Pasarán muchos
años y varias generaciones recordarán como el primer día aquel fenómeno
natural, pero especialmente, la virtud de los hombres y mujeres que, sin techo
en sus casas, pusieron la mano en el hombro de quien lloraba también por sus
pérdidas, o prestaron su cocina de gas para que la vecina calentara la leche de
su pequeño frente a la ausencia del fluido eléctrico.
No se olvidarán
tampoco las tertulias en los barrios aquellos días, cuando los vecinos se
reunían en las calles para amenizar las noches, conversando, haciendo chistes,
o rememorando, en tono risible, el corre-corre ante el huracán, algo muy característico del cubano, reír a pesar de
los problemas.
Quien no ha
exclamado ¡misericordia! ante los temidos movimientos telúricos en Santiago de
Cuba, zona de mayor peligrosidad sísmica en el país y, a pesar del miedo, ha
contado luego, jocosamente, las historias que demuestran las más insospechadas
reacciones del ser humano ante el peligro, como la frase que se oyó decir a
alguien: “hasta los cojos corrieron”.
Santiago es más
que un espacio físico, representa folclor, sabor, idiosincrasia, religión,
sensualidad, calor, playa, sol, ron, café puro, por solo citar algunos valores
que la identifican en todo el mundo, y la sitúan como la Capital del
Caribe.
Es por ello que
cada año, desde abril de 1981, en la primera semana de julio, se celebra aquí
un Festival en honor a esa región, que ha devenido un notable suceso artístico
y académico por su alcance socio-cultural, que los pobladores y la ciudad anfitriona esperan cada año, cuando reciben visitas de muchas
latitudes.
Igualmente, la
villa, en marzo, se convierte en sede del Festival Internacional de
Documentales Santiago Álvarez in Memoriam, una verdadera fiesta del género que
convoca a varios realizadores noveles y de experiencia, para socializar sus
materiales y profundizar en la obra de Álvarez, una de las figuras cumbres de
la cinematografía cubana y latinoamericana, autor de obras legendarias como Now
y Hanoi martes 13.
El medio milenio
de la villa es, desde hace un tiempo, uno de los principales temas de conversación,
porque un cumpleaños así no se festeja
todos los días, mucho menos, conservando tantos encantos, de ahí que
julio, como reza el argot popular se espere “como cosa buena”, no solo por el
Festival del Caribe y los Carnavales, sino también por el calor humano y la
algarabía que inundará cada rincón.
A propósito de la
celebración, se remozan instituciones de diversos sectores, la ciudad luce más
linda y se advierte en las expresiones de la gente un brillo inigualable, desde
los niños hasta los más longevos, estos últimos, admirados con la evolución de
la ciudad en la que construyeron sus sueños, y que heredará su descendencia
para seguir forjando historia.
Son los sueños
con los que los héroes y mártires lucharon sin desmayar; con el que sus familias
soportaron el dolor; con los que Berta pregona sus remedios para el cuerpo y el
alma; con los que los juglares tocan en el Parque Céspedes; con los que el
Benny oriental canta y con los que se enfrentan los momentos duros de la vida.
Son esos sueños,
hechos realidad en la gente común, los que definen, sencillamente, a Santiago.
Muy lindo el artículo Leydis, a pesar de tu corta edad has descrito muy bien a la ciudad que te vio nacer, me priva leer tus letras, es un placer leer tus artículos de prensa, no pares de escribir, eso te hará cada vez mejor, eres una perla de Santiago de Cuba, la cuna de mi género preferido: La trova de Sindo, la exquisitez del mejor trovador de Santiago de Cuba y su mejor cuerda.( Rigoberto Hechavarria ( Maduro ) te seguiré en tus letras, son fascinantes!
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