Marta Gómez Ferrals
El Martí de enero,
un mes tan cantarín de comienzos, primicias y renovaciones, es infante por su
pureza, adolescente en su vigor y de pensamiento iluminador. Nace y renace cada
año.
Casi es tradición
ir a él desde la comunión o devoción, limpiando el alma y oreando el césped en
contorno, al igual que él mismo se aprestaba a recibir la belleza y como casi siempre van los hijos a los padres.
Es bueno
observarlo, sobre todo cuando se ha llegado a la madurez o al punto en que se han cometido todas las desacralizaciones
de rigor, caras a quienes andan por la primera juventud, y se ha hurgado a
fondo en su dimensión humana. Y es mejor aun si se ha intentado conocerlo a
profundidad como hombre de su tiempo,
patriota y revolucionario, intelectual y político brillante.
Entonces puede no
hacer daño al ego de cualquiera ver su luz en lo alto, por encima de la media,
porque la humildad y el amor en ese minuto son más importantes y lo demás
parece mera retórica o superficialidad.
Enero y la vida
deben rebasar al Hombre de la Edad de Oro, de los Versos Sencillos y del poema
de la adolescencia A mi madre, escrito a
los 15 años en 1868, al jovencito de Abdala y de la carta de denuncia a la
apostasía, escrita junto a Fermín Valdés Domínguez y llevar hasta El presidio
político en Cuba. Y de ahí a su periodismo acucioso y militante y a su ideario.
Y aunque en estos
tiempos la madurez psíquico y emocional no se produce tan tempranamente como en
los del Apóstol, al contrario de lo que piensan muchos, sería maravilloso para
las generaciones bisoñas intentar crecer eligiéndolo como compañero de
aprendizaje.
De esta forma el
Martí que empieza a caminar junto a los cubanos con las luces de enero no sería
solo el de La rosa blanca o “el hombre sincero”, memorizado, pero nunca
aprehendido por muchos.
Si es importante
conocer bien su ideario independentista, sus conceptos sobre la justicia
social, las culturas originarias de América o el papel del naciente
imperialismo en su época, en los días corrientes, con crisis y forja de
valores, no se debe olvidar el sol moral que representa, tal como señalara
Cintio Vitier.
Hay que acercarse a
la entelequia que es, hablando metafóricamente desde luego. A partir del
concepto de entelequia primigenio, dado por la filosofía antigua griega a todo
lo que llevaba en sí mismo la capacidad o cualidad de mejorarse o
perfeccionarse. Y Martí asombraba por su constante crecimiento espiritual y
personal.
Es si se quiere una
deuda con aquel que llamó a amar las cosas sencillas y esenciales cercanas y
concluyó que el sufrimiento es menos en las almas poseídas por el amor:
"la vida no tiene dolores para quien entiende a tiempo su sentido".
Que siga
percibiéndose así en sus natales.
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