viernes, 8 de enero de 2016

La aurora de la Revolución desde Santiago de Cuba



Gretchen Gómez González
   Hay muchos modos de recibir un año nuevo, y uno muy original fue aquel de 1959 en que la alegría, la rebeldía y la expectativa de un pueblo se mezcló y estremeció a la ciudad de Santiago de Cuba.
   En la noche del Primero de Enero desde esta urbe, proclamada capital provisional de la República, los que habían estado todos los días en peligro de dar la vida por su Patria, en una ciudad protagonista de heroicos combates que cobraron la existencia de muchos sus mejores hijo,  sus pobladores  en nombre de los que cayeron por ese sueño de siglos, hicieron ondear por primera vez libre y soberana la Bandera cubana.
   La Revolución empieza ahora, no será tarea fácil, alertaba el máximo líder de la triunfante epopeya, Fidel Castro, desde el balcón del Ayuntamiento de la heroica ciudad, tras una ardua lucha reiniciada con el asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953, y el desembarco del Yate Granma, el dos de diciembre de 1956.
   Muchos santiagueros, especialmente, guardan un pedazo de la rica historia vivida aquellos memorables días en que comenzó un año nuevo diferente,  y a los proyectos propios de esa fecha se sumaron otros  vinculados a los anhelos de una nación redimida.
   Gilberto Oliva Aguillón y sus compañeros de la Fábrica de Cemento tuvieron el día dos, la primera fiesta de ese fin de año, después que desviaran su transporte hacia el Parque Céspedes,   escucharan a Fidel entre los constantes aplausos, y se integraran al jolgorio con la bocina del camión y los vítores.
   Francisco Borja Fernández, miembro del Movimiento 26 de Julio (M 26-7) en la urbe santiaguera, recuerda que despidió la Caravana de la Libertad desde el antiguo Cuartel   Moncada como muchos que hasta La Habana saludaron con risas, llantos y banderas, a la tropa verde olivo, los nuevos héroes del pueblo. 
   Ana Carbonell se sentía tan feliz que no atinó a otra cosa que coser retazos de telas roja y negra, pegarles las letras del M-26-7,  y convertidos en una bandera, montarla en un palo y salir para las calles a contagiar a la gente con su gran alegría por la victoria.
   Cada cual festejaba a su manera.
   José Acosta Navarro celebró la salvación de su hermano luchador clandestino que sería fusilado ese enero, y de inmediato partió a tomar los clubes nocturnos para que no estuvieran más divididos por razas, a la vez que pensaba en cómo reabrir la Fábrica de Tabacos y sanear el sindicato que dirigiría luego.
  Abundaban los testimonios estremecedores como el de Erada, madre de Esteban Manso, víctima de la crueldad de la tiranía de Fulgencio Batista. Ella no solo cumplió el sueño de su pupilo al tomar junto a los rebeldes, fusil en mano, el poblado de Palma Soriano, sino que más tarde colaboró en la reorganización de los servicios públicos y de la nueva República.
  Sonia Franco García, quien apenas pudo dormir de la tensión en esas jornadas, y fue de las que tomó el Ayuntamiento de la oriental localidad, cuenta   que comenzó nuevamente sus clases de Periodismo y fraguó aún más los ideales revolucionarios que la llevarían a pelear luego por la independencia de la República de Angola.
  Entre los más de cinco mil militares del Ejército batistiano que mantuvieron en vilo a la ciudad,  muchos se sumaron a la causa del pueblo, entre ellos el teniente Pedro Sarría Tartabull, que había salvado a Fidel en 1953, mientras los asesinos fueron a juicio revolucionario y los condenaron   a pena de muerte por fusilamiento.
  Manifestaciones de solidaridad empezaron a suscitarse desde varias naciones del mundo que veían en Cuba un nuevo faro de libertad.
  Continuaron las campañas difamatorias, la resistencia y los ataques de los enemigos de la Revolución dentro y fuera del país, pero no pudieron con la convicción del pueblo de defender su Revolución, el mismo que repetía a toda voz: Gracias Fidel.

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