Martha
Sánchez Martínez
La Habana, jul (PL) El
fallecimiento de la extraordinaria actriz cubana Alina Rodríguez todavía hoy
conmociona a artistas y pueblo por el inesperado golpe y la energía desplegada
por sus recientes caracterizaciones, muy arraigadas en la cultura del país. La fuerza de su maestra Carmela en la multipremiada película Conducta, de Ernesto Daranas, exaltó los mejores valores de la pedagogía y diseminó la añoranza por las educadoras que equilibran en su profesión sensatez y corazón.
Rodríguez estudió y ejerció la anatomía patológica, pero por suerte un día descubrió que la actuación le fluía como la sangre por las venas y le dedicó todo, sin cotos, supo desenvolverse en el cine, en el teatro, en la televisión.
Sus compañeros de reparto admiraron de ella la confianza y voluntad de estudio, pues no hacía nada gratuito ni improvisado, así lo confirma Enrique Molina, el actor con el que más veces le tocó entablar pareja en novelas, seriales y filmes.
Aquí tenemos muy buenos intérpretes, mujeres y hombres, pero en lo adelante a mí me va a costar trabajo encontrar a esa compañera que nada más de mirarla establecía una comunicación tan grande que sabíamos si alguno necesitaba una pausa en la actuación, aseguró a Prensa Latina.
Molina elogió a la profesional y al ser humano incapaz de hacer algo para robarle espacio a un colega en una escena.
Alina iba muy segura al trabajo y nunca percibí con ella la desagradable sensación de que quería robarse los mejores momentos dentro de un rodaje, por el contrario sentí el apoyo de la compañera cómplice, contó el intérprete de Silvestre Cañizo en Tierra Brava, una telenovela en la cual ambos se lucieron.
Sus desempeños en esa obra nunca parecieron secundarios gracias al contraste tan fuerte que marcaron con los protagonistas, una de ellas la actriz Luisa María Jiménez confesó que llegó a sentirla como una madre.
Ella es mi mamá Justa, mi querida, eterna e imperecedera mamá Justa, dijo en pleno velorio con lágrimas en los ojos acerca del personaje que la Rodríguez encarnó en Tierra Brava, donde como criada principal de una hacienda debía asumir la crianza de la hija huérfana del patrón.
Según contó la también reconocida artista, Rodríguez era muy grande para todos los que deseaban incursionar en el complejo mundo de la interpretación.
Trabajar con ella era ir al seguro, poseía una fortaleza, un temperamento que te invadía y daba energías para enfrentar el trabajo sin miedo, aseveró.
A juicio del presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), Miguel Barnet, Alina tenía uno de los ojos más expresivos del teatro cubano y no tiene dudas de que será recordada por su talento y versatilidad. Ella era dueña de una vis cómica y a la vez dramática, la recuerdo mucho en el teatro, en Santa Camila de La Habana Vieja y en tantas otras obras memorables, comentó el además presidente de la Fundación Fernando Ortiz.
Para el etnólogo, Rodríguez deja una huella en el teatro y el cine, donde interpretó un papel magistral en el último año dentro de la ya mencionada cinta Conducta.
En reconocimiento a su desempeño en ese largometraje, los festivales de cine de Málaga, España; y Nueva York, Estados Unidos; confirieron a la artista el premio a Mejor Actriz, por su caracterización de Carmela.
Ahí volcó todos sus sentimientos, su versatilidad, aseveró Barnet, mientras el director de la academia de canto Mariana de Gonitch, Hugo Oslé, prefirió resaltar la simpatía de la mujer, su gracia y alegría contagiosa en la vida cotidiana.
No es difícil suponer que aquella mulata le quitó el sueño a más de uno en la juventud, su compañero de estudios Amado del Pino lo atestiguó en un comentario, pues respecto a ella da gusto destacar a la profesional y al ser humano, a la madre comprensiva de Hugo y a la vecina cordial del propio Oslé.
Como artista tenía un sello de cubanía muy especial y tocaba cada personaje con una personalidad distintiva, aseveró el maestro coral.
En la ópera prima de Marilyn Solaya, Vestido de novia, también estrenada el año anterior, la Rodríguez volvió a un papel secundario y pocos pudieron evadir la repulsión por aquella enfermera envidiosa que agredía hasta con la vista a su ejemplar colega de trabajo.
Las interpretaciones de Alina fueron tan creíbles, intensas, y sus 65 años de edad tan dedicados que una extraña sensación de arrebato resulta inevitable.
Seguro faltaron muchas entregas, de ella y para ella, porque lo otorgado aún no colma su nivel y porque la actriz probablemente tenía un montón de nuevos proyectos, de múltiples propuestas, acostumbrada como estaba a simultanear trabajos.
Las cenizas de Rodríguez fueron esparcidas la víspera en el Malecón de La Habana, a fin de cumplir su aspiración y el mar recibió de golpe a tantos nuevos espíritus fascinantes pues Carmela, Justa, María Antonia, Lala, Camila y tantas otras comparten una misma alma.
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