Ernesto
Izquierdo Sánchez
Construido en el siglo XVIII por el gobierno
colonial debido a los ataques de las fuerzas insurrectas, sobre un cerro todavía se yergue el fortín El
Viso, majestuoso y fiel guardián del poblado San Luis de los Caneyes, en
Santiago de Cuba, hoy conocido popularmente como El Caney.
Bajo su mirada se vislumbra todo un forraje
verde boscoso de mangales de bizcochuelo, que hacen gala de esa fruta tan dulce,
reconocida mundialmente.
Sus piedras aún recogen parte de la historia
de la fundación de El Caney, las que conjuntamente con varios fortines de
madera protegían estratégicamente la localidad oriental.
Hoy, casi a 117 años de la batalla de El
Viso, uno de los sitios del teatro de operaciones de la Guerra Hispano-Cubana
Norteamericana, todavía se recuerda aquel histórico hecho, en el que la sangre
del mambí patentizó el amor a la Patria.
El primero de julio de 1898 el mando
norteamericano decidió atacar a El Caney
y al no resultar efectiva su embestida por la mala ubicación, resolvió
contar con la participación de las tropas mambisas, las que impusieron su
experiencia combativa y facilitaron el asalto de la fortaleza en horas de la
tarde.
Aunque quedó demostrado teóricamente que no
era necesaria la batalla, sirvió para
enaltecer el papel de los cubanos y esclarecer que el éxito de las operaciones
de las fuerzas norteñas se logró por la asistencia de los insurrectos al mando
de Calixto García.
Pasarán todavía muchos años y allí seguirá
El Viso, testimonio de la historia local, referencia para los visitantes
nacionales y foráneos, y orgullo del rincón donde nacen los mangos más dulces
de Cuba
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